Revista Opinión

Desahogo equidistante

Publicado el 29 julio 2019 por Jcromero

Tras el desacuerdo, el cuerpo me pide un desahogo y un tiempo de desconexión. Aunque me haya refugiado en el escepticismo, lo ocurrido con la investidura fallida me produce cierta tristeza. ¿Qué fue del interés general, de aquellas apelaciones a la defensa de valores compartidos o del viejo y siempre actual latiguillo de "programa, programa, programa"? El entendimiento se presagiaba complicado, cuando desde el principio, ambos partidos se mostraban más como enemigos escupiéndose recelos y desconfianzas que como contrarios empeñados en tejer alianzas.

Ahora solo me apetece desconectar. No quiero escuchar la crónica del desencuentro ni conocer la intrahistoria de nuestra derrota, de mi derrota. No estoy para explicaciones endosando responsabilidades a uno u otro y mucho menos para sermones sobre la cobardía en la distribución equidistante de errores. No quiero sus explicaciones, ni la de sus voceros. En estos momentos, me alejo de esa competición chusca de hashtag o etiquetas de parte. No quiero saber nada de justificaciones del no ceder o del ambicionar. Desconecto del séquito de acólitos del amado líder con el amén por bandera. No quiero escuchar a nadie sentenciando conjeturas; a quien empiece a perorar erigiéndose en relator del dichoso relato lo envío a paseo. Por cierto, dicen que si saludable es pasear no lo es menos el desahogo de mandar a paseo a quienes lo merezcan. En fin, Portugal tan lejos y tan cerca.

Esteban Hernández escribe que "los nuevos movimientos políticos, especialmente los de la extrema derecha, se apoyan por completo en la antipolítica, en la sensación de que los regímenes existentes no funcionan, de que los políticos miran solo por su interés y que, por tanto, estaríamos mejor sin ellos". Si con acciones como esta de la investidura fallida se estuviera contribuyendo a esos movimientos, ¿a quién pedir responsabilidades?

La izquierda con sus matices, purezas e impurezas continuará existiendo -la melancolía y la necesidad son muy tenaces-, pero su representación política corre el riesgo de quedar reducida al papel de un inoperante Pepito Grillo armado de razones, pero inútil después del espectáculo ofrecido y la oportunidad desaprovechada. ¿De qué sirve tener buenas intenciones para un país si se anteponen las miserias individuales al bien común?

Las formaciones políticas deben actuar conforme a dos exigencias. La primera consiste en desarrollar una acción coherente con lo prometido. La segunda, hacer eficiente la representación recibida de los electores. Si no atienden a estas dos obligaciones convierten la política en un burdo juego de espejismos inútiles.

La arrogancia, la intransigencia, los personalismos y las desconfianzas son obstáculos que dificultan toda negociación, por ello cuando no se anteponen los intereses colectivos, resulta complicado el acuerdo. Parece evidente que nuestros problemas como sociedad, los desafíos a los que nos enfrentamos, requieren de instituciones y políticos capaces de ser útiles. Hay cuestiones que se solucionan votando y otras que requieren algo más. En este sentido, los electores hemos cumplido, pero ¿y los políticos? Al final, como con la crisis, pagaremos la factura.

En fin, estoy un poco apesadumbrado porque cuando parecía abrirse un espacio de cierta esperanza, algunos han optado obstruirlo. Seguro que estoy equivocado, pero en estos precisos momentos nada tan reaccionario como dejarse llevar por los incondicionales y fanáticos de turno, nada tan rancio como convertir las afinidades partidarias en cuestiones de fe; nada tan perverso como renunciar a pensar o abonarse a la adhesión inquebrantable. Supongo que después del esperpento, y en espera de su corrección, si llega, no queda otra cosa que agarrarse al escepticismo y desconectar por un tiempo. No sé. En todo caso, perdonen el desahogo y la equidistancia.


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