Revista Cine

Descafeinado George

Publicado el 12 marzo 2012 por Josep2010

El cine político es un género al que tomé afición mucho antes de poder ejercer el derecho de voto que consideramos unas de las bases del sistema democrático y en mi opinión los españoles seguimos estando muy lejos de poder criticar plácidamente cualquier intento que nos llegue de fuera, porque ni nuestro sistema electoral es como debería ser ni nuestros cineastas se han preocupado de ponerlo en solfa más allá de pago de favores recibidos o por recibir delatando partidismos que alejan la objetividad precisa en estas cuestiones de interés general.
Una de las virtudes del cine estadounidense es que con una cierta periodicidad y una libertad más o menos controlada se ocupa de mostrar los entresijos de su sistema político y no hacen ascos a la oportunidad de cebarse críticamente en los que se dedican enteramente a la conquista del poder público.
Esas críticas pueden ser más o menos aceradas y presentarse en clave de comedia sarcástica, de thriller, de drama, de western, etcétera, en definitiva de cualquier género tópico en el que el argumento pivote en torno a un eje de contenido político, pero es más evidente cuando el relato se centra única y exclusivamente en el entorno electoral y lo que siempre sorprende es que, siendo el bipartidismo la tónica dominante en su sistema, los dardos raramente inciden sobre la ideología del partido y se dirigen hacia el individuo denunciando un prototipo censurable casi siempre por excesivo apego al poder y uso de medios indicativos de una cierta corrupción que no va forzosamente unida a la ambición económica.
De tal modo y manera un reconocido adalid del partido demócrata, George Clooney , no siente reparo alguno en adaptar a la pantalla grande una obra de teatro escrita por Beau Willimon, titulada Farragut North en la que la trama gira alrededor de las elecciones primarias del partido demócrata, esas lides políticas totalmente desconocidas por nosotros más allá de lo que vemos en el cine, fijando la atención Clooney juntamente con el autor de la pieza escénica y la colaboración de su viejo amigo Grant Heslov en los tejes manejes de la campaña del ficticio gobernador del estado de Pennsylvania adscrito a las filas del partido demócrata, que se bate el cobre con el senador por Arkansas del mismo partido, a fin de dilucidar cual de los dos seguirá adelante en la carrera por ser nominado candidato a las próximas presidenciales, y un tanto pomposamente Clooney titula la película que va a dirigir con un clásico The Ides of March, afortunadamente traducido por fin en España como Los Idus de Marzo, clarísima alusión a la conspiración política como resultado de una falta de lealtad que conduce a una traición.
Descafeinado GeorgeSi el título de una obra puede ostentar la importancia declarativa de la intención del autor o autores y si el cartel o poster de una película puede o debe ofrecer información al futuro espectador, diríamos que el de esta película es claramente dicótomo pues el remate a la conocida frase cesariana nos lleva a la erótica del poder con la advertencia que su goce puede corromper, insertando en la inconsciencia avisos culturales que luego, por desgracia, quedan en agua de borrajas.
El espectáculo de las formas democráticas, el conglomerado de gentes en diversas ocupaciones al servicio del candidato, las presentaciones a pecho descubierto (más o menos, pero mil veces más que por estos lares) entes audiencias de diferentes condiciones y las actividades frenéticas para obtener los fondos necesarios para mantener el tinglado son únicamente el marco en el que Clooney desarrolla una trama que pronto se revela como bastante insustancial, descafeinada por decirlo gráficamente, porque aun reconociendo que Clooney demuestra oficio dirigiendo con unas maneras muy clásicas, nada estridentes ni novedosas, el avance de los acontecimientos no exige implicación alguna del espectador que no puede, a estas alturas del siglo que vivimos, ni sorprenderse ni escandalizarse por lo que ve en pantalla en un caso clarísimo de ficción que está muy, pero que muy por debajo de lo que hemos visto en los noticieros de la televisión en los últimos cuarenta años y ninguna conmoción notable ha ocurrido.
De modo que el esforzado trabajo de un selecto grupo de amiguetes del director, que se avienen a realizar muy buenas aportaciones como secundarios, sirve para construir una película correcta pero que sabe a poco pues apuntar a estas alturas que en la política las alianzas tienen la ética conveniente a cada ocasión y que la erótica del poder toma cuerpo y carne maciza no es excusa para rodar una película y no hay nada más: al conjunto le falta garra y fuerza y la intervención del pusilánime Gosling con su método inexpresivo tampoco es que ayude a mantener el interés.
Cierto que con muy buena voluntad en una visión calmada se pueden hallar líneas argumentales apenas esbozadas, como la relación entre la prensa y política, pero nos encontraríamos en la tesitura de tener que explicar cuestiones que no aparecen en el guión, interpretaciones que pertenecerían más a la mente febril del espectador a la búsqueda de asideros para considerar este nuevo producto de Clooney como algo interesante, cuando no pasa más allá de lo que podría haber quedado en un telefilme de sábado sestero, un docu-drama bien intencionado con mensaje político delicado, nada abrupto ni rompedor.
Lo de Mónica fue más interesante, divertido y real.
Eso sí: puestos, preferiría candidatos como Clooney, tan apuestos y tan dispuestos a sentarse en un escenario respondiendo preguntas pueblo tras pueblo recabando votos.
En definitiva: para pasar el rato y para comprobar que, aún siendo leve la crítica, sigue siendo superior a lo imaginable de otros lugares.
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