Revista América Latina

Desde Costa Rica Fernando Durán Ayanegui: Polígono: Sobre la soberbia.

Publicado el 25 octubre 2015 por Joseantoniomedina1234

columnista029Mucho antes del “todo animal” de Pascal, Platón definía a nuestra especie como un “animal político”, tal vez sugiriendo con ello que el ser humano aplaca su animalidad en la medida en que participa en el accionar político motivado por las ideas, no por los instintos. De donde resultaría contradictorio decretar el fin de las ideologías y esperar que sin ellas conservemos un sano aliento político.

Una ideología consiste en cierto ordenamiento de las ideas y, de no existir dos personas unidas por algunas ideas en común, simplemente habría tantas ideologías como personas; pero la realidad nos dice que hay conjuntos de ideas que, por ser ampliamente compartidos, se convierten en marcos de cooperación para el logro de fines que, como ocurre con todo lo humano, unos son beneficiosos y otros son nocivos.

Esos marcos de cooperación SON las ideologías, y proponer la muerte de estas equivale a decir que, “con excepción de las mías, todas las ideas son momias intelectuales”.

Las ideas de un individuo –o de un grupo– se basan, en proporciones variables, en percepciones experimentadas mediante las tres formas básicas de conocimiento: la revelada, la científica y la artística (creer, saber, imaginar).

En sentido estricto, la tolerancia –preferimos decir la laicidad– consiste en el reconocimiento de que esos tres órdenes de percepción son igualmente importantes en la configuración de cualquier ideología y por ello es inadmisible la desautorización de una opinión ajena con base en la mayor o menor inclinación religiosa, científica o artística de quien la enuncia.

La tolerancia –la laicidad– se opone a que en política se imponga como única cualquiera de las tres formas de percepción.

Nos llamó la atención un artículo titulado “Los cinco errores del Papa”, del columnista  Carlos Alberto Montaner, pero no nos sorprendió porque ese texto viene modulado por la identificable marca ideológica de su autor.

La suya es una reacción predecible y habríamos esperado que fuera distinta solo si el Pontífice hubiera decidido recluirse en las catacumbas de una religiosidad totalmente desligada de la suerte terrenal de los seres humanos que sufren bajo el peso de la injusticia.

El columnista incurre en varios intentos de desautorización ofensiva, como cuando afirma que las opiniones del Papa son “declaraciones vacías”, o que el Papa y sus  asesores “tal vez se ahorrarían uno cuantos disparates”. Le comunica a Francisco que “es relativamente fácil entender que la noción del bien común es un camelo”, e introduce un toque racista en su comentario al afirmar que “si uno trabaja como un holandés puede y debe aspirar a vivir como un holandés; si uno trabaja como un congolés, tendrá que vivir como un congolés”.

A su manera, Montaner le ordena al Papa: “Zapatero, no más arriba de los zapatos; sacerdote, no más allá de tus oraciones”. Y no podía faltar en el escenario el fantasma del comunismo, una suerte de niebla mental que lo mueve a desaprobar todo pensamiento diferente al suyo.

La doctrina social de la Iglesia “fue concebida para enfrentarse a los comunistas”, afirma, lapidario, Montaner y solo le falta añadir que los Evangelios también fueron concebidos, hace dos mil años, como un panfleto anticomunista. ¿Lenin contemporáneo de Augusto? Colaboración especial para LatinPress®. http://www.latinpress.es


Desde Costa Rica Fernando Durán Ayanegui: Polígono: Sobre la soberbia.

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