Revista Opinión

Desgracia

Publicado el 25 noviembre 2019 por Jcromero

La cubierta de un libro es su primera página, su carta de presentación. Título y autor impresos sobre un determinado fondo, anticipan su contenido. No siempre es así, pero es frecuente un diseño atractivo que llame la atención, que seduzca; literatura y negocio. El ejemplar que tengo delante tiene en portada la fotografía de un perro que parece perdido, sin saber dónde se encuentra o qué dirección tomar. Estampado sobre la imagen capturada por Lucy Harmer, titulada Expectant dog, el nombre del autor escrito en letras grandes. Debajo, con letras algo más pequeñas, Desgracia. Entre ambas, una llamada publicitaria o de reconocimiento: Premio Nobel de Literatura.

La novela de Coetzee narra "la vida de un erudito pasado de rosca, sin esperanza alguna, sin perspectivas". Se trata de un profesor universitario que vive de su actividad académica, que no de su vocación. Se dedica a la enseñanza para ganarse la vida y porque le sirve para aprender: "el que va a enseñar aprende la lección más profunda, mientras que quienes van a aprender no aprenden nada". Este profesor sueña con escribir una obra basada en lord Byron y su amante. "Sin embargo, todos sus empeños por comenzar a escribirlo han terminado arrinconados por el tedio".

El protagonista es un hombre maduro que pasó su niñez rodeado de mujeres y "a medida que fueron desapareciendo la madre, las tías, las hermanas, a su debido tiempo fueron sustituidas por amantes, esposas, una hija". A sus esposas le suceden más amantes ocasionales, algunas pagadas. En Desgracia, Coetzee, ofrece al lector mujeres activas, decididas e independientes, pero también las que no tienen voz y se limitan a proporcionar placer al hombre o la que sufre la violencia machista. El protagonista es un seductor, un embaucador "[...] la belleza de una mujer no le pertenece solo a ella. Es parte de la riqueza que trae consigo al mundo, y su deber es compartirla". Más que amor hay sexo. "Como ella lo complace, como el amor que le da es inagotable, él ha terminado por tomarle afecto. Cree, que hasta cierto punto, ese afecto es recíproco. Puede que el afecto no sea amor, pero al menos es primo hermano de éste". Y sin embargo, cuando una de sus amantes le pregunta si tiene fotos de sus esposas, responde: "No colecciono fotos. No colecciono mujeres". En otro momento añade: "Todas las mujeres con las que he estado me han enseñado algo acerca de mí mismo, hasta el extremo que me han hecho mejor persona". Así se expresa el protagonista principal que, acusado de abusar de una alumna, es expulsado de la universidad donde imparte un curso sobre los poetas románticos. Ante la denuncia, no ofrece resistencia ni se defiende, "se niega a representar una ceremonia pública de arrepentimiento"; no quiere ser parte del show televisivo.

J M Coetzee ofrece en Desgracia diversos temas para que sea el lector quien reflexione sobre lo que él se limita a esbozar. Las relaciones paterno filiales, los derechos de los animales, el racismo, el machismo o cómo hacer frente a la adversidad, se abordan de manera más o menos explícita. Al lector le basta con dejarse llevar por una lectura donde lo razonable se confunde con lo insensato, la cautela con la osadía, la sensatez con la ofuscación, la ensoñación con la realidad. El autor proporciona a sus personajes un destino cargado de pesimismo e incertidumbre. Tanto David Laurie como su hija Lucy reaccionan de manera similar ante la denuncia o la violación. Aceptan las cosas tal como han sucedido y deciden no ir más allá, sin alimentar el morbo y asumiendo los hechos de manera resignada tal vez porque: "La venganza es como el fuego. Cuanto más devora más hambre tiene".

Expulsado de su hábitat urbano y universitario marcha al campo. El admirador de Byron y de de Mozart y Scarlatti huye para refugiarse en la hacienda de su hija. Allí tendrá que enfrentar a otra forma de adversidad, de violencia, de deshonra. Allí una veterinaria le abrirá los ojos sobre el maltrato a los animales. Allí el profesor se topa con una Sudáfrica que se rige por unos códigos diferentes a los que está acostumbrado y donde el profesor universitario, se encuentra como el perro de la cubierta del libro: en un medio inhóspito, confundido, sin saber cómo actuar.


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