Revista Viajes

Desierto de Namib. Un viaje por África del Sur

Por Pilaryluis

Desierto de Namib.  Un viaje por África del Sur

   Duna 45  (Luis es uno de los puntitos de arriba)

Iniciamos el Safari en Namibia. Ver entrada anterior: Un viaje por África del Sur 1

Desierto de Namib.  Un viaje por África del Sur

Ruta del Safarí


Desierto de Namib.  Un viaje por África del Sur

Los nidos comunitarios del pájaro tejedor

Dejamos Windhoek, la capital de Namibia, después de un desayuno contundente que nos da fuerzas para iniciar el viaje, que se prevé largo.
Antes de salir hacemos una breve parada para comprar bebidas y picoteo y soportar así las grandes distancias. Todos aportamos a un fondo en dólares namibios o rands sudafricanos) excepto unas señoras mayores que se hacen llamar “garzas reales”, que no quieren participar pero que a lo largo del viaje demostrarán grandes habilidades como acaparadoras de alimentos. Especialistas en viajes organizados, una especie que no conocía, tiran por tierra la teoría de que viajar abre la mente. (una malicia: ¡ Por el Ipad las conocerás!).
 Viajamos en camión hacia el sur de Namibia, la enorme llanura de hierba amarilla salpicada de acacias espinosas se vuelve más y más seca, la vegetación poco a poco desaparece y cambia de color dando paso a unas suaves y onduladas colinas de color rojizo. Son los colores del desierto de Namib, el más antiguo del planeta ,que se extiende a lo largo de la Costa de Namibia, 2000 km que van desde Sudáfrica hasta Angola.

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Desierto de Namib

Por el camino vemos manadas de springboks, gacelas saltarinas que dan nombre al famoso equipo de rugby sudafricano. También algún orix que nos recuerda el anagrama de una compañía aérea y los enormes nidos colgantes del pájaro tejedor.

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Desierto de Namib

Nos dirigimos al campamento Sossusvlei en el desierto, no lejos de la famosa Duna 45 (150 m),  llamada así por estar a 45 km de Sesriem, que vamos a intentar subir. La ascensión no es difícil, pero hay que estar en forma para caminar una hora por la arena resbaladiza. Yo soy incapaz de subir a la cima y me quedo a la mitad sentada en la suavísima arena roja a contemplar la belleza de la nada, la arena roja que lo invade todo, la luz del atardecer que aumenta los contrastes rojizos, la brisa cálida de los últimos rayos del sol, el inmenso cielo que empieza a cambiar de color...
Curiosamente, esta arena no se forma en la región del Namib sino que hace un largo viaje. Procede de la desembocadura del río Orange, muchos kilómetros al sur; al llegar al Océano Atlántico, la Corriente de Benguela la arrastra hasta la Costa de los Esqueletos, y una vez allí el viento la expande desde la playa al interior, abarcando miles de kilómetros cuadrados.

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En la Duna 45

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Puesta de sol en el Desierto de Namib

Al bajar César nos recibe con un gin tonic que combina a la perfección con el paisaje. Y cecina de kudu, que probamos por primera vez y me encanta. Un buen detalle que sabe a gloria.

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Orix

Cuando volvemos al campamento ya ha caído la noche y las tiendas están montadas, una lamparita de papel con una vela en el interior ilumina la entrada de cada tienda. La imagen me impacta. La luna llena grande y potente, la nítida luz de la velas, la silueta de las tiendas, el zorrillo de orejas grandes que busca comida, la noche fresca..., no puedo por menos que tararear la música de “Memorias de África” y me siento feliz.

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   Noche en el campamento   Foto: Nuria

Luis se queda de tertulia, a contar anécdotas de viaje bajo las estrellas de la constelación de la Cruz del Sur, pero yo caigo rendida (no aguanto nada por las noches), al día siguiente de nuevo nos espera un día intenso.

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Deadvlei

Madrugamos, a las 4,30 ya estamos en pie para ir a Deadvlei, el antiquísimo lago seco, con el suelo blanco por la sal, que ha dejado un paisaje de árboles muertos (no petrificados) rodeado de dunas rojas, consideradas las más altas del mundo como Big Daddy, Big Mama o la Duna 7, de unos 390 m. El lugar realmente es especial y aunque hay algún turista, en el interior de este lago se siente la soledad y el silencio. Increíble sensación de inmensidad!.
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No lejos de Sossusvlei se encuentra el Cañón de Sesriem. Escondido, camuflado, un roto hacia el interior de la tierra en un extenso, amplio, seco, espacio llano, sin vegetación. Son las 10 de la mañana y ya hace mucha calor, sin embargo en el interior del cañón se está fresquito, las paredes dan sombra y hasta encontramos un pequeño charco que parece un espejismo del desierto.

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El desierto en helicóptero

Después de comer volamos en helicóptero sobre el desierto, es mi primera experiencia, estoy nerviosa y emocionada. Resulta genial, desde arriba vemos las manadas de orix con sus cuernos largos, gacelas, los círculos redondos de las hadas que todavía son un misterio por descubrir, el desierto en su magnitud...
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Una rica cena en el campamento preparada por Israel es el broche de oro para este día intenso.
La noche es fresca pero no fría a pesar de ser invierno y la luna sigue igual de llena y brillante.

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Solitaire

Nuevo madrugón y larga travesía del desierto. La primera parada la hacemos en Solitaire, un peculiar lugar en medio de la nada. Hace muchos años, aprovechando la presencia de una gasolinera, un tal Moose decidió abrir una pastelería que parecía abocada al fracaso. La personalidad del orondo Moose y la fama de su tarta de manzana hicieron del lugar una parada obligada. Murió hace unos meses y tal vez el lugar ya no sea lo mismo, pero me gustó conocerlo, el tiempo lo dirá.

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Cruzando el Trópico de Capricornio


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Planta Welwitschia 

Cruzamos la simbólica línea del Trópico de Capricornio y seguimos viaje por un paisaje monótono, llano, dejando pasar las horas, Desde un punto más alto contemplamos este paisaje lunar que se pierde hasta el infinito en una prolongación de colinas secas de color pardo. Vemos  la Welwitschia mirabilis, una planta endémica de esta zona, que puede vivir hasta dos mil años, gracias a su adaptación a las duras condiciones de vida del desierto.
Los ejemplares más grandes se encuentran en esta llanura desértica, en Welwitschia Fläche  no lejos de Swakopmund.
La planta no es bonita, más bien es feísima con sus hojas desilachadas a ras de suelo, pero su constancia la hace especial.

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Paisaje lunar en el desierto


Llegamos a media tarde a Swakopmund. Antes de que se ponga el sol salimos a conocer esta ciudad de construcción colonial alemana,  a la orilla del Atlántico, rodeada por la arena del desierto de Namib.

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Swakopmund

Todos los carteles están en alemán, el idioma que oímos hablar a los residentes blancos, que disfrutan del sol en las terrazas del paseo marítimo. Este espacio apenas se comparte con los ciudadanos de color, que están un poco mas allá, cerca del faro, en un improvisado mercado artesano. Paseamos por las calles amplias y limpias, con bonitos edificios coloniales de colores, pero la ciudad tiene “algo” que no me gusta, es un poco artificial, como si fuese falsa esa aparente belleza. No me siento cómoda. Tal vez se percibe ese pasado del que apenas se sabe nada, el triste “experimento” de los campos de concentración y exterminio que se llevó a cabo en la ciudad. Una cruel época, tristemente silenciada, que acabó con el despojo de tierras por parte de los colonos alemanes y el exterminio de las poblaciones nativas, muriendo en 4 años (1904 -1907) el 80% de los hereros y el 50 % de los namas. Con razón la ONU en 1985 consideró este episodio de la historia el primer genocidio del siglo XX.

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