Revista Arquitectura

Destacar

Por Arquitectamos

Hace un par de fines de semana he estado de "turismo interior" y he visto muchas cosas interesantes. Pero he de confesar, lamentablemente, que aunque yo sea un amante y un defensor de "lo moderno" (entiéndase esto como se quiera), ha sido muy deprimente constatar la penuria arquitectónica y urbanística media de lo construido en el siglo veinte y en lo que llevamos del veintiuno.

He disfrutado de algún palacio renacentista, alguna iglesia barroca y alguna casona judía o mudéjar que, sin ser grandes cosas en sí mismas, mostraban un carácter, un tono medio y una adecuación espacio-temporal estupendos. Y, sobre todo, las casas de arquitectura anónima, incluso pobretona en el reseco sur de Castilla y en el norte de Andalucía, con su silencio y modestia crean entornos amables, habitables, tranquilos y al mismo tiempo duros y agrestes. Llenos de vida y de fuerza.

Pero, por el contrario, cuando he visto el tono medio de lo de ahora (dándole a ese "lo de ahora" unos sesenta o setenta años de margen) he constatado su futilidad, su bajeza, su paletez, que hacen que en cualquier ciudad, salvando dos o tres hitos valiosos de arquitectura contemporánea que vemos con unción y devoción, prefiramos pasear por el casco antiguo por más anodino que sea antes que sufrir los barrios nuevos y, no digamos, las urbanizaciones.

¿Qué ha pasado?

Puse esta foto en las redes sociales:

Destacar

Valdepeñas (Ciudad Real). Puerta del Vino

y obtuve muchas reacciones de estupor. No es para menos. (Aparte de que podéis clicar la foto para verla más grande, os dejo aquí un enlace para que podáis daros un paseo virtual).

¿Qué mente enferma ha podido perpetrar esa cosa? ¿A qué corporación municipal o a qué jurado le pudo parecer bien que se hiciera eso?

Este ejemplo está tomado en Valdepeñas, pero no quiero ensañarme con esta ciudad: Es un fenómeno incomprensible que arrasa y vandaliza cualquier otra que se nos ocurra visitar. Pero ya que estoy con este famoso emporio manchego del vino aprovecho para poner una foto de sus bolardos. ¿Apetece una copita?

Destacar


De verdad: Qué gracia y qué humor tiene la gente. Qué derroche de imaginación el de todos los ayuntamientos. Así da gusto vivir en estos entornos sugerentes, simbólicos y divertidos.

Sin embargo, creo que todas estas chorradas y mamarrachadas no son lo peor. Creo que mucho más doloroso que estos chispazos de pobre ingenio y de dudoso gusto son los paisajes urbanos desabridos, son los entornos tan chungos en los que vivimos casi todos nosotros.
Nos paseamos por cualquier ciudad y siempre es lo mismo. Ese cansancio visual, esa boca reseca y como atorada de bocadillos de polvorones, esos chistes sin gracia, esa plasta, ese paisaje duro, pesado, aburrido, desangelado.

Destacar

Destacar

Destacar

Destacar

Destacar


Os acabo de mostrar cinco imágenes tomadas al azar de cinco ciudades de Castilla-La Mancha, mi comunidad autónoma. No es peor que otras. Es mi comunidad y por eso la he tomado como ejemplo. Y os aseguro que no he seleccionado los testigos. (Se nota que no lo he hecho porque son "lo normal"). Me he puesto sobre la foto aérea de cada ciudad, he lanzado al hombrecito del Google Street como un paracaidista sobre cada una y he tomado la captura de pantalla. Sin elegir. A la primera. Lo que muestro no es malo, no es ignominioso. Es, sencillamente, fútil, inconsistente.

Es lógico que disparando al azar no encontremos ninguna obra maestra de la arquitectura ni del urbanismo, pero deberíamos tener un tono medio bastante mejor, no tanto en calidad arquitectónica, sino en calidad ambiental, en neutralidad digna.
Lo verdaderamente importante de la arquitectura y del urbanismo como entornos para la vida no son las dos o tres obras maestras que nos emocionan y por cuyo conocimiento y disfrute estamos dispuestos a cruzar el mundo, sino las obras comunes, corrientes, el tono medio en el que vivimos, que refleja la temperatura cultural, cívica y ética de la sociedad y nos permite estar a gusto en un entorno útil y fértil.

En todos los edificios anodinos (sí: los que haces tú y los que hago yo) lo más triste es querer destacar. La arquitectura popular anónima no tenía nada especialmente digno de atención, pero la sinceridad constructiva y la naturalidad e inmediatez con la que se daba solución al perentorio problema de la habitación la llenaban de dignidad y de decencia. Hoy, por el contrario, todos los edificios ñoños combinan ladrillos de dos colores, o ladrillo visto y chapado de piedra, o tienen alguna ventana circular, o un balcón triangular o poligonal. Y recuadros en fachada, carpinterías de colores, etc. Y nada de ello consigue belleza, ni paz, ni alegría, ni placer, sino solo hastío y acidez de estómago.

En su libro Saber ver la arquitectura habla de ese afán que tenemos todos de destacar, y que, en definitiva, consigue lo contrario: que nos neutralicemos en el caos, que nos disolvamos en el ruido que creamos:

Nosotros que vivimos en una época en la que cada uno cree tener un mensaje de importancia universal que aportar al mundo, en la que cada uno se preocupa de ser original, de inventar algo nuevo, de destacarse del conjunto social, de sobresalir, en la que cada uno cree ser más listo que los demás, estamos rodeados por una edilicia que podrá tener todas las cualidades, pero que de ninguna manera puede llamarse urbana. Si notamos en los nuevos barrios de nuestras ciudades la estridencia de los colores, de los mármoles, de la forma de los balcones, de las alturas de los cornisamentos, advertiremos cómo estos conatos de originalidad resultan, en su conjunto, de una monotonía muy superior a la de algunos armoniosos barrios del siglo XVIII y hasta del siglo XIX, en los que existía entre los edificios un hábito de convivencia civil. En el gran baile de la moderna edilicia mercantilista, todos, inteligentes y cretinos, quieren imponerse y distinguirse, hablan y gritan simultáneamente, todos llaman la atención de sus vecinos, y nadie quiere escuchar: el resultado es una algarabía vacua [...]: quien tiene prisa en hacerse notar, tiene generalmente poco que decir.

Esto, según Zevi, es un problema de urbanidad. Y si nos salimos de la urbe más densa para entrar en las urbanizaciones de chalés unifamiliares el desasosiego degenera en ansiedades, taquicardias y desmayos. El furor por la "originalidad" y la falta de respeto por el entorno, por los vecinos y por los paseantes llega al paroxismo. (Todo ello queda perfectamente complementado con los feroces perros ladradores, a razón de uno por chalé, que te infartean si pretendes dar un paseo por la acera).

Este afán de destacar ni siquiera nos distingue como los más tontos o los más horteras o chabacanos. Ni eso: Somos tan tontos, horteras y chabacanos como los demás. Ni para malos valemos. Entre todos formamos ese ruido zumbón y neutro provocado por tantos gritos y tantos do de pecho que no llegan ni a la bemol y se quedan en un sucio guirigay.

Lamentablemente, todos creemos tener algo muy importante que decir y una gran ansiedad por decirlo. Mejor nos iría si obedeciéramos a Karl Kraus : "Si alguien tiene algo que decir que dé un paso al frente y se calle".


Volver a la Portada de Logo Paperblog