Revista Opinión

Día de sueños y plazas

Publicado el 18 mayo 2011 por Carmentxu

No está probado, y si indagamos se demuestra lo contrario, pero nos han inculcado que madrugar ayuda, aunque horas más tarde el cuerpo y la mente flaqueen, se rebelen y empiecen a exigir lo suyo, las horas de sueño arrebatadas, el descanso interrumpido bruscamente por un artilugio programado que, en algunas variantes, roza el preciosismo como medio de tortura. Cada uno con sus formas de despertar, lentas, arrastradas, animosas, toscas, alienadas hasta el primer café, apesadumbradas por la pérdida del paraíso y por la certeza de que el día que empieza no estará a la altura. También es conocido que los sueños que se pierden en la noche no se recuperan nunca.  En las horas que siguen a los sueños perdidos, tras poner los pies en el suelo, partimos de cero, vacíos de contenido y, todavía en la quietud, los sonidos de los pájaros compiten en singular batalla con los motores de los servicios de limpieza y reciclaje, hasta que llegan los refuerzos con nuevo tráfico rodado. Una batalla que se repite cada mañana con idéntico resultado. La luz ya rotunda, también vencedora en la contienda, inunda el hueco dejado por los sueños en las cuencas vacías de los ojos y el trasiego diario empieza su in crescendo alejándonos de la elipse de lo onírico hasta culminar en la mal llamada hora punta, hora puntiaguda, urgidos a ganarnos el asiento en el autobús o en el tren.

Día de sueños y plazas

Estos días, algunos sueños han escapado de sus dominios entre las tinieblas y el subconsciente individual para empezar a invadir el espacio público por excelencia, la plaza, ejemplo de urbanización humanista, donde confluyen calles más estrechas y angostas planificadas expresamente para regular el libre caminar. Los sueños están reclamando a plena luz del día, más despiertos que nunca, un espacio propio en la realidad gris y plomiza en que se ha convertido la vida pública por olvido, por economía, por pura dejadez que siempre deja para más tarde el construir día a día una parcela, una plaza amiga, un parque lleno de árboles que den sombra en los días de luz cegadora donde los sueños puedan salir a dar una vuelta sin morir arrasados por el sol, llevados por la brisa y podamos inspirarlos, respirarlos, aunque, como casi todas las cosas importantes, sean invisibles. Los viejos y los niños, amantes de las plazas, lo saben.


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