Revista Viajes

Diario de la cuarentena | Una foto inesperada

Por La Viajera Incansable @viajoincansable

El domingo recibí una foto por messenger. Llegó sola, muda e inesperada, y me dejó henchida de recuerdos, gorda de melancolía.

Diario de la cuarentena | Una foto inesperada

Tres filas de niñas y niños de seis a siete años posando para la foto del colegio bajo la atenta mirada de doña Elisa. Nuestra maestra de primero y segundo de E.G.B. en el colegio Santo Ángel de Camarles, el pueblo del Delta del Ebro en el que nací, olía a jabón Heno de Pravia por la mañana y a jabón y potito de bebé por la tarde. Se movía por la clase con la ligereza de una prima ballerina a quien le hubieran cambiado el tutú por una falda de tubo y el corsé por una blusa camisera invariablemente blanca, que acompañaba, los días de más fresco, de una rebeca gris o azul marino, según el color de la falda. Hablaba con tono suave, como de madera bien torneada, y su voz se quedaba flotando en el aula.

Pero lo que me tenía embelesada era el lapicero largo y delgado, recubierto por una capa de esmalte negro, que doña Elisa movía como un director de orquesta mueve su batuta al señalar la línea que debíamos leer. Porque, cada día, en mi clase se llevaban a cabo prácticas de lectura, durante las cuales uno de nosotros era llamado a leer de pie ante la mesa de la maestra mientras los demás seguían el texto desde sus pupitres.

Mi turno de lectura en voz alta me lo pasaba luchando entre entender lo que estaba leyendo e intentar no mirar ese puntero negro como a un polo de naranja tras un día de playa. Será por eso que tengo fijación por los lapiceros.

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