Revista Cultura y Ocio

Diario de viaje, 1. El espíritu de Boleslav Jablonsky

Publicado el 17 julio 2013 por Aranmb

Mi bisabuela Nora nunca tuvo demasiado clara la procedencia de sus suegros. A él lo conoció poco, tan amigo de las soledades como era el de Lelekovice, y con ella la unían escasísimos vínculos de afecto porque Tonie, fríos ojos glaucos y arrastrada lengua eslava, la consideraba poca cosa para su hijo. ¡Historias! Recordaba Nora que, de cuando en cuando y para ayudar al despiste de sus parientes españoles, hablaban en alemán, la lengua del imperio, y no en checo. No en vano, a František le llamaban Franzl y no Franta, y conservó muchos años los retratos del bigotudo Francisco José y su hermosa y melodramática esposa Sissí en el salón de la casita del 52 de Magnus Blikstad. Pero no por menos imperialistas dejarían de considerarse checos -moravos, en concreto-, una nacionalidad con tantos vaivenes en el siglo XX que no era extraño que a Nora se le confundiera en la memoria la geografía.

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Franzl y Tonie, principales causantes de mi aventura,
a principios de los 50, en la Cuesta Correos de Xixón.

Para que la mía no se me confunda, para que la memoria de mis tatarabuelos no se pierda, emprendo mañana mismo la aventura de asistir por primera vez a la Letní škola slovanských studií (Escuela de verano de estudios eslavos) en calidad de becaria del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de la República Checa en la Universidad Palacký, en Olomouc. Toda una broma del azar, porque precisamente František Palacký, que pone nombre a la Universidad, era de sentimientos políticos similares a mis tatarabuelos: partidario del imperio, sí, pero de un imperio que reconociera -¡qué ingenuidad!- las diferencias y particularidades de los estados eslavos y germánicos del sur. Cuando Palacký vio que aquello era imposible acabó acogiendo con entusiasmo la idea de una patria checa en la que se incluyeran Bohemia, Moravia y Silesia. En aquello parece ser que sí tuvo visión. Los checos siempre se han enorgullecido de su pequeña y maltratada, pero firme de corazón, patria. Una patria diminuta entre gigantes que ha tenido que sobrevivir miles de envites históricos y, sobre todo, idiomáticos.

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Mi anfitrión Palacký, que pone cara a los billetes de mil coronas checas

La nación checa - dice en Žert / La Broma el gran Milan Kundera- casi dejó de existir en los siglos XVII y XVIII. En el siglo XIX volvió en realidad a nacer. Entre las viejas naciones europeas era como un niño. Es verdad que tenía también un pasado glorioso, pero estaba separada de él por un foso de doscientos años, durante los cuales el idioma checo desapareció de las ciudades y se refugió en el campo, como patrimonio exclusivo de los analfabetos. Aun allí, no dejó de crear su propia cultura. Una cultura modesta y totalmente oculta a los ojos de Europa. Una cultura de canciones, cuentos, costumbres ceremoniales, refranes y dichos. Por eso defino como aventura mi estancia en la Letní škola, en la que podré aprender, por fin y con cierto rigor, un idioma al que hasta ahora estuve condenada a entender por cuenta propia. ¿Quién querría enseñar en España un idioma hablado por tan poca gente? No tengo la respuesta, pero sí se quién quiere aprenderlo: todas aquellas personas que deseen profundizar en la apasionante historia checa. Yo estoy dispuesta.

02Adaptación a cómic de “La guerra de las salamandras” de Karel Čapek para la revista Kometa

Otro gran literato checo, Karel Čapek en este caso, afirmaba que al hablar checo sabemos que estamos haciendo algo magníficamente antiguo e histórico. Y sabía de lo que hablaba. Hasta él lo dejó por escrito en su obra más conocida, Válka s mloky / La guerra de las salamandras. En ella, y a pesar de que fuera un aventurero checo quien descubriera una nueva raza de salamandras gigantes e inteligentes -los humanos, ¡cómo no! no tardarán en usarlas para su provecho-, el checo era uno de los pocos idiomas que nadie quiso enseñar a estos animales, habitantes, a fin de cuentas, de un medio del que carece el país: el mar. Tan sólo una salamandra capaz de desarrollar sentimientos románticos decide, como epílogo, aprender a hablar en solitario el bello idioma eslavo. El bicho se hacía llamar Boleslav Jablonsky, en honor a uno de esos poetas decimonónicos que, con su obra, puso por escrito un idioma hasta entonces apenas hablado en los pueblos y al borde de la desaparición. Así pues, con el espíritu del buen Boleslav por delante -el del poeta y el de la salamandra, a la par- nos vamos, directos a Moravia pero con obligada escala en la bella Praga, dispuestos a pasar el verano aprendiendo. Como una es pesada hasta la médula con lo que le apasiona, lo irá narrando. Tak pojď, allá vamos!


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