Revista Cultura y Ocio

Diario político y literario de Fulgencio Martínez, donde se habla de lo divino y de lo humano / 16

Por Agora

YO PITO Diario político y literario de Fulgencio Martínez, donde se habla de lo divino y de lo humano / 16
¿Ya no se acuerdan ustedes de cuando éramos plebe, esto es, pueblo? Era en la antigua Roma, de patricios y plebeyos. Entonces el pueblo, privado de muchos de los derechos civiles que hoy consideramos normales, analfabeto y todo, sin embargo tenía el recurso de pitar en el circo.
Fuera o dentro del circo, en la vida cotidiana existían códigos, cauces o signos pacíficos con los que el pueblo podía expresar su aprobación o su descontento. Se vitoreaba o aplaudía, se abucheaba o silbaba a los generales y a los altos magistrados. La ovación (básicamente, el aplauso general de la plebe puesta de pie en señal de respeto) estaba reservada solo a los que habían obtenido un triunfo. Esta era la consideración máxima. Por el contrario, el abucheo (buuuuu....) expresaba la repulsión. La pita, sin ser un gesto amable, manifestaba un aviso de corrección, era un signo muy a tener en cuenta por aquel al que iba dirigido: le indicaba que algo iba mal: que se había abierto una vía de agua en el barco; o en otros términos: que algo no había hecho bien y que su popularidad, en esos momentos, se encontraba en horas bajas.
En aquellos tiempos (lo habrán leído ustedes) se decía aquello de "panis et circenses", o sea, pan y circo. El pueblo, que seguía sin tener los actuales derechos, pedía a sus gobernantes esas dos cosas básicas: pan y espectáculos. Los gobernantes de entonces - igual que los de ahora o los de cualquier época - tenían como primer objetivo continuar siéndolo, o sea, conservar el poder (ya se temía algo la revolución, conocida como la rebelión de la plebe) y se apresuraban a satisfacer a las demandas populares. Incluso en época de carestía de la vida (hoy crisis), a falta de pan, se daba espectáculo gratuito. Quizá, porque como dijo Aristóteles en el primer libro de su Metafísica, el placer de la vista es el mayor placer para los animales inteligentes.
El espectáculo gratuito por excelencia, era el circo. ¿Y saben ustedes por qué, en el fondo, el pueblo romano prefería el circo al pan, llegado el caso de tener que elegir entre uno y uno? ¿No lo adivinan?
Aunque nada dice Aristóteles, no era porque el pueblo romano fuera especialmente sádico y disfrutara con espectáculos crueles; ni porque fuera especialmente amante de mirar, es decir, espectador o filósofo. La condición de espectador - en esto coincidirían Ortega y Gasset y Aristóteles - es propia de todo ser humano como ser inteligente.
Era porque allí, en el circo, podía el pueblo silbar, aplaudir, pitar, abuchear el espectáculo, y sobre todo a los que se lo daban gratis: a los cónsules, en la república, y a los emperadores, en el imperio. Ese pueblo supuestamente vil y despreciable resulta que no lo era tanto. Si ustedes han entendido bien.
Hagamos una proyección a la época actual. El principal espectáculo de hoy no es otro que el fútbol, con una diferencia a tener en cuenta: el fútbol no es un espectáculo gratuito, que pague a su costa el Estado, ni el político de turno o el Rey. Aunque he oído decir a Alfredo Relaño que la "copa del Rey" la paga el Rey, esto es meramente simbólico, y un recuerdo, en todo caso, de la antigua Roma, cuando era gratis el espectáculo. "Simbólico" no quiere decir insignificante, oiga. Al contrario, dice, de otra manera, que siguen vigentes los antiguos códigos.
El espectador de hoy, paga. Paga el que presencia el espectáculo en directo, y el que está en su casa viéndolo por la tele paga con su aportación a la cuota de audiencia (lo que genera ingresos publicitarios a la cadena de televisión), cuando no por añadidura paga por acceso a la señal.
La retransmisión, por ejemplo, de la final de la Copa del Rey en abierto, no significa que no produzcan ingresos los televidentes, que son los que finalmente costean los grandes espectáculos. Los espectadores en directo del partido en Madrid, bien los que procedan de Bilbao o de Barcelona, más alguno desplazado de Calahorra o de Bullas, pagarán su asiento y entrada. Por supuesto, los habrá que no paguen, por ser cargos representativos, etc.¡El espectáculo comienza!: el espectáculo en sí es todo, lo que va a ocurrir en la arena (en la hierba) pero ya lo es la presencia del césar (o del cónsul) que, por un momento, aunque situado en un palco distinguido, está en relativo plano físico de igualdad con la plebe (en nuestro ejemplo, la plebe del espectáculo-fútbol ha pagado, además, su derecho a estar también presente, aunque en plano inferior). Hay dos códigos en ese momento: uno, el del poder, en plano superior; otro, el de público-plebe, en plano inferior. (Aparte de un tercer código, el reglamento que rige una parte del espectáculo, la que transcurrirá en el terreno de juego, y que en el inicio solemne del espectáculo en sí es lo menos importante). Cada uno de los códigos está patente, digamos al desnudo, es evidente para el otro: el que manda, por un lado, y el que paga y obedece, por otro. No hay conflicto ni agresión. El código del poder emite sus signos: himno, en su caso, ceremonia, mando, nivel superior. El código inferior de la plebe emite los suyos: aplaude o silba, o al extremo ovaciona o abuchea según lo considere en una ocasión determinada.
El espectáculo comienza, pues. El pueblo del fútbol ha pagado su entrada, y ahora se supone que tiene derechos civiles, además de aquellos usos o códigos - no le llamemos derechos si quieren- tradicionales, como espectador. Ustedes -si les gusta el fútbol-, ustedes y yo hemos pagado nuestra entrada, ¿no? Como telespectador, desde casa, he generado plusvalía a una señal físico-eléctrica, le he dado valor económico por ser yo un número más en la audiencia-recepción de esa señal. Bien.
¡Preparados para el espectáculo en sí! ¿Ovaciono al Rey y a todo lo que significa el Estado en estos momentos? ¡No!, no lo han hecho bien: les pito. Resulta que además, desde pequeño, soy del Athletic de Bilbao; pues, entonces, sumará la cerebrito de Esperanza Aguirre y dirá pita y es del Athletic, luego es un antiespañol. Pues no, no es eso, no eso. Pito porque soy español de la plebe y me han jodido todos estos. ¡Cínicos!

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