Revista Cultura y Ocio

Diarios de la Revolución de 1917 - Marina Tsvietáieva

Publicado el 01 abril 2016 por Elpajaroverde

Busco su foto. Su imagen se me revela distinta de lo imaginada. Su cuerpo se me antojaba etéreo, sus cabellos largos (ella ha escrito lo contrario) y frágiles, su piel traslúcida, apenas una fina capa dejando perceptibles huesecillos y venas por las que corre la sangre, el alma. Una estampa de hada, qué otra cosa esperar para alguien que se alimenta de vida que regurgita en palabras. Pero con quien me encuentro es con una mujer rotunda, de presencia indisimulada; su melena corta, de la que escapan rebeldes las ondas de su pelo tupido, fuerte, recio; rasgos contundentes y esa mirada... sí, esa mirada sí que esperaba encontrármela. Una mujer fuerte, claro, imposible de esquivar con la mirada, eso ya lo sabía; qué tonto nuestro imaginario interior.

"Mi alma es monstruosamente celosa: no me habría soportado bella."

La vida de Marina Tsvietáieva no fue fácil, ni antes ni después de la Revolución rusa, pero vamos a centrarnos en esos años, los que recogen los apuntes de los diarios que comprenden este libro, de 1917 a 1919. Es difícil, como escindir un trozo de la esencia de su protagonista. Es difícil, como hablar de la obra y no de la artista cuando artista y obra son una misma cosa. Algún día tal vez os cuente una pequeña anécdota sobre cómo llegó este libro a mi casa (algún día, es bastante probable, pues dudo mucho que esta sea la última aparición de Marina Tsvietáieva por este blog, y entonces sí será ocasión de contárosla). Pero centrémonos: Rusia, revolución, hambre, frío, ausencia. No hay motivos políticos en estas páginas, no hay buenos ni malos ("Si la Internacional - es un mal, el Mal es internacional."), no se juzga. Sobre lo que Marina escribe es sobre su día a día, su supervivencia, sus pensamientos, sus sentimientos, aunque en ella pensamiento y sentimiento parecieran nuevamente ser una misma cosa.

"Nos acercamos: túmulos y cúmulos de sacos, en los intervalos: duelos, suspiros, pañuelos. Casi no hay hombres: la cotidianidad de la Revolución, como cualquier otra, pesa sobre las mujeres: antaño - los haces, ahora - los sacos. (La cotidianidad es un saco: agujereado. Y pese a todo lo cargas)."

Marina tiene veinticinco años y está sola en Moscú con sus dos hijas pequeñas. A su marido, como a tantos otros hombres, lo mantiene alejado de su familia la Revolución. Marina escribe en sus diarios: el viaje en tren los primeros días de la Revolución cuando todo es caos, otra viaje para conseguir alimentos, sus intentos de mantenerse en sus empleos, el día a día en la buhardilla con sus hijas (qué preciosa conversación con su hija Alia de tan solo seis años, otra poeta en miniatura), sus reflexiones sobre el amor (perlitas, joyitas), su forma de entender la vida que no cambia ni bajo las más miserables circunstancias,... Al principio me costó: esa prolijidad de guiones que no sabía cómo interpretar (o leer: primero asumí que eran signos de puntuación para a medida que avanzaba en la lectura antojárseme pausas entre versos escritos en prosa); tantos nombres propios, algunos escritos, otros no, y claro, ya se sabe que los nombres rusos son complicados (para los rusos serán extraños los españoles); y por no hablar de la ingente cantidad de notas de la traductora, que ni siquiera están a pie de página sino al final del libro (adelante-atrás, adelante-atrás, y así toda la lectura). Ojo, que las notas de la traductora, Selma Ancira, son necesarias, y su trabajo de traducción, encomiable, como por otra parte suelen serlo las traducciones de Acantilado e igualmente digna de elogiar la selección del catálogo de esta editorial. Tras estos preliminares que me lastraron un poco la lectura del principio del libro pasó lo que tenía que pasar: no me puedo sustraer, no me puedo resistir, la belleza me entra por los ojos, la sonoridad no pronunciada por los oídos, Marina Tsvietáieva regurgita palabras y yo me alimento de ellas. Caigo absolutamente rendida a su alma.

Marina Tsvietáieva es poeta, y lo es escribiendo poesía o escribiendo prosa, o incluso sin escribir (suponiendo que en algún momento de su vida hubiese dejado de hacerlo). Ser poeta no es tan solo escribir, es otra forma de vivir, de ver, diferente de la del resto del común de los mortales. La misma Tsvietáieva lo explica muy bien en su nota Dos palabras sobre el teatro que acompaña como prólogo a su libro Fin de Casanova "Y la esencia del Poeta es - ¡creer en la palabra! El Poeta, mediante su incapacidad innata para ver la vida visible, ofrece la vida invisible (el Ser). [...] en los momentos de profunda conmoción - o alzas, o bajas, o cierras los ojos." A mí, no me queda otra que mantener los ojos abiertos para continuar leyendo; y subrayo, subrayo, subrayo; y marco y remarco; y luego cierro los ojos y lo subrayado se presenta ante mí danzante, insinuante, anhelante.

Marina ya era una poeta reconocida cuando estalló la Revolución. Si el precio de los alimentos durante esos años sube estratosféricamente, la cultura se devalúa hasta límites insospechados. Marina tiene una "Decidí renunciar -públicamente - a ellos con las siguientes palabras. "Quédese usted con estos sesenta rublos [...] y yo, con sesenta rublos inquebrantable dignidad que la hace renunciar a trabajos que no puede sacar adelante y a pagos injustos y degradantes ( míos, le pondré una vela a la Virgen de Iversk por el fin de un régimen en el que así se valora el trabajo".) Esa fortaleza de espíritu quedará también patente en sus ideas plasmadas sobre la gratitud, la caridad, el acto de dar y el acto de recibir. Suyas son también estas palabras:

"Nunca me siento agradecida con las personas por sus actos - ¡ sólo por la esencia! Un pan que me es dado, puede ser una casualidad, un sueño en el que soy soñada, siempre es esencia."

"¡A mí se me puede comprar - sólo con todo el cielo que alguien lleva dentro! Un cielo en el que quizá, ni siquiera habrá lugar para mí."

Es la de Marina una personalidad arrolladora. Por eso, aunque sus diarios son una muestra vívida de cómo se vivieron esos años negros de la historia de Rusia, lo son también de cómo Marina quiso vivir su vida. Tal vez por ello no puedo evitar sentir que en este libro la poeta se come literalmente la Revolución (con patatas congeladas como aquellas que apenas se pudo llevar a su casa, ya que no tenía "ni madre, ni marido, ni masa"). Quizá fuese precisamente el no poder vivir su vida como ella la entendía lo que la llevase años después (y esto ya no pertenece a este libro) a terminar con su vida. Escribe sobre el suicidio en uno de sus diarios: "Sólo el cuerpo le teme a la muerte. El alma no la concibe. Por esto, en el suicidio, el cuerpo - es el único héroe. [...] Heroísmo del alma - vivir, heroísmo del cuerpo - morir." Pero me parecen aún más reveladoras y proféticas las palabras que escribe cuando es informada de la muerte del actor Stajóvich, con el que solo tuvo oportunidad de coincidir una vez pero que la impresionó sobremanera. Son estas:

"...no importa cuál haya sido mi relación con el muerto (se refiere aquí a cualquier muerto, no exclusivamente a Stajóvich), o mejor: por poco que en vida haya significado yo para él, sé que en este momento (el momento que pone fin a los momentos), soy para él la más cercana. Quizá - porque soy yo quien de todos está más al borde, y a quien más fácil le será (sería) ir tras él. Ya no hay este muro: vivo - muerto, era - es. Hay confianza mutua: ¡él sabe que pese al cuerpo - soy, yo sé que pese al féretro - es! Conciliación, convenio, conspiración amistosa. Él es sólo un poco mayor. Y con cada uno que se va allá, al más allá - se va una parte de mí, de mi tristeza, de mi alma. Adelantándoseme - a casa. Casi como: "Saludos a...".

Pero, en resucitando con él, también muero con él. No puedo llorar sobre un féretro, ¡porque yo también estoy siendo enterrada! Con cierta pérdida de mi realidad terrestre pago mi afirmación en otros mundos."

Será que para el cuerpo de Marina Tsvietáieva vivir era realmente un acto de heroísmo, será que su alma es habitante simultánea del mundo de los vivos y del mundo de los muertos, será la eternidad del poder de la palabra escrita, el caso es que no soy capaz de referirme a ella si no es usando un tiempo verbal presente. La siento viva, la siento fuerte (sola también), la siento fumando y la siento riendo. La risa es sinónimo de vida. Así lo sentía (siente) ella.


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