Revista Cultura y Ocio

Días de Bacon

Por Calvodemora
Días de Bacon
Título: Retrato del Papa Inocencio X.
Autor: Diego de Silva y Velázquez (Español. n. Sevilla, 1590; m. Madrid, 1660). Fecha de composición: 1650 Dimensiones: 139 x 115 cm Lugar de Residencia: Galleria Doria-Pamphili, Roma
Días de Bacon

Título: Estudio siguiendo el Retrato del Papa Inocencio X, de Velázquez Autor: Francis Bacon (Inglés. n. Dublín, 1909; m. Madrid, 1992). Fecha de composición: 1953 Dimensiones: 153 x 118 cm Lugar de Residencia: Des Moines Art Center, Iowa
Apropiarse del objeto y transgredirlo, pero primero hay que amarlo y, antes de que se produzca el amor, hay que temerlo, aceptar que debajo del lienzo, a la vez que los colores y las formas, al tiempo que las texturas y la tensión narrativa, existe algo que afuera, en ocasiones, no se encuentra con facilidad: vida. A Bacon no le interesa la evidencia visible, el cuadro que cualquier pueda observar y del que extraer algo perdurable o irrelevante. Lo que hace es violentarlo, descomponerlo al modo en que el aire desbarata la belleza de una manzana cuando se la ha expuesto en demasía a la intemperie. Bacon se apropia del cuadro, lo transgrede, lo violenta, lo pudre y lo convierte en otra cosa, radicalmente distinta de la que parte, pero con la que comparte más de lo que en apariencia percibimos. Está el Papa Inocencio X, que recuerda una barbaridad al gran actor Gene Hackman, al que Velázquez no suaviza los rasgos. Malraux dejó escrito que todo hombre se parece a su dolor. El refranero popular sostiene que la cara es el espejo del alma. La vida de la que se alimenta el artista declina morosamente en muerte. Estamos en lo de siempre: el mal es el argumento. El bien solo ofrece un amago de verdad. Lo que mueve el sol y las estrellas, como quería Dante, no es el amor, sino su reverso.
Anoche, al encontrar de repente, enfrentadas, las dos caras del Papa, pensé en que el alma, por dentro, debe ser tóxica por naturaleza. Pensé en el Dorian Grey de Oscar Wilde y en los años, que no perdonan, estropeando hasta límites insoportables la cara de Iggy Pop. Incluso me acordé de Angel Cristo, al que vi en la cafetería del Carrefour, en Lucena, poco antes de que muriera, bebiendo un café en vaso largo, desganado, mal apoyado sobre una barra que le venía grande, mirando sin mirar, buscando la aprobación o la reprobación popular. Tenía la cara del Papa Inocencio X sin el estrago de la metafísica. Yo mismo, mirándome hoy al espejo, apreciando la barba blanca y los ojos con bolsas, meditando sobre el carpe diem y el peso terrible de un lunes previsiblemente agotador, agradecí no tener que posar para ningún Bacon. No quiere uno verse por dentro. Hay días en los que uno desea no saber casi nada de lo que hay por ahí adentro. Sin razones. Instintivamente. Días de Bacon.

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