Revista En Femenino

Días grises de maternidad

Por Clara Ingeniera @mamaingeniera

Yo ya sabía que la maternidad no es tarea fácil. Jamás me imaginé que sería un camino de rosas, y además, sabía que podía tener la “suerte” de tener un bebé demandante. Pero no sé si es la astenia primaveral, el no dormir, o una mezcla de todo, pero he llegado a un punto en el que me siento triste.

tristeza embarazo

No me malinterpretéis.

Soy una mujer feliz y plena que ha conseguido ser madre después de llegar a plantearse que quizás jamás lo sería. Miro a mi hijo y se me pasan todos los males, y hasta las cosas que antes me parecían de suma importancia, ahora son minucias al lado de la sonrisa de mi bebé.

Pero luego están esos días. ESOS días, en lo que Bichito se está quejando continuamente (entiendo que por dientes, a juzgar por sus gestos y babas), y que además coinciden con una catástrofe de humedades en casa que hay que solucionar si o si.

Ahí fue cuando yo peté.

Después de más de 4 meses de rechazar ofrecimientos de mis suegros para venir y cuidar del peque un rato, fui yo la que les llamé pidiendo ayuda. No podía empezar a solucionar ese problema con un bebé que pedía mi atención todo el tiempo y que además no dormía. No podía estar a medias tintas en un lado y en otro.

Ya han pasado dos semanas, y me siento muy mal por haber pedido esa ayuda a mis suegros.

Esa NECESIDAD (y lo digo en mayúsculas y negrita para que veáis la importancia) de que se llevasen a Bichito un rato para poder solucionar cosas, me duele en el alma y me hace sentir la peor madre del mundo.

Y toda mami habida y por haber me lo dice. Que es necesario un poco de descanso, tiempo para mí, para ducharme, para comer, para, simplemente, mirar al infinito y ya. Pero yo no quiero. No quiero separarme ni un minuto de mi bebé porque valoro cada minuto de su preciosa vida, ya que jamás volverá a ser tal y como es ahora.

Ya me ocurrió cuando Bichito nació. Me invadió una tristeza enorme de pensar que el tiempo pasaría y ese recién nacido dejaría de serlo. Empecé a echarle de menos cuando aún estaba ahí. Menuda gilipollez. Las hormonas me tenían frita.

Pero odio perder los nervios, odio no estar al 100% siempre. Y estoy llorando mientras escribo esto, y es que puedo escribirlo porque mi suegra se ha llevado al peque a pasear un rato.

Maridín me decía que me fuera a dar un masaje, pero había lavadoras por poner, ropa que doblar, cosas que recoger. A mí el orden me da paz mental, y creo que detrás del uno va el dos. Por eso he creído más importante desahogarme aquí, que ir a darme un masaje, la verdad.

Y yo sabía que la maternidad podía tener días así, pero el problema reside en que no puedo separarme de él. De mi morlaquito, mi Bichito. Le quiero tanto… Pensar que la naturaleza quería que me quedase sin él, me duele, y a veces me aterra estar viviendo un sueño. Ahora no concibo mi vida sin él. Yo no podría vivir sin él, estoy segura.

Pero, dichosos dientes. Si tienen que salir, que salgan ya, pero que dejen de dolerle, coño (he escrito “coño” y me he hecho reír a mí misma. Estoy mal o no estoy mal?).

Ahora mismo me voy directa a la ducha. A relajarme bajo la lluvia y a dejar que las malas vibraciones se vayan por el desagüe.

El final de la primavera ya está aquí. El buen tiempo y las ganas de hacer cosas en familia son una buena combinación, y quiero aprovecharlo. Como bien he dicho antes, Bichito no volverá a tener 5 meses nunca más, y hay que vivirlo con mucha intensidad.

Y después de estas palabras, de 35 minutos de silencio en casa, me siento mucho mejor. No hay nada como sacar todo lo malo y dejar sitio solo para cosas buenas.

Me encanta ser mamá y estoy infinitamente agradecida por poder serlo. No quiero perder el tiempo estando triste, porque todo es una etapa y vendrán otros tiempos en los que me puedan otras cosas.

Gracias por leerme y por estar ahí.


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