Revista Arte

Dibujos de Albacete

Por José Garrido Herráez
Dibujos de Albacete   Después de una temporada más que complicada en la que he pintado pocas acuarelas, últimamente las circunstancias han hecho que casi todo se hiciera en cuadernos, de viaje en Almería, Murcia, Úbeda y Baeza, Madrid, Elche, Alicante o Benidorm. He recuperado la inmediatez de una pluma estilográfica y unas pocas pastillas de acuarela para hacer dibujos y poder llevar encima todos los aparejos.
Dibujos de Albacete   Estos dibujos son de Albacete, mi ciudad, que tengo abandonada. A diferencia de otros pueblos, villas y ciudades de una de las provincias más extensas, variadas y hermosas de España, no es Albacete, su capital, una ciudad monumental, para mi pesar, pues es joven para los estándares europeos, y nada anterior al siglo XVI sigue en ella en pie. Si escarbáramos, —si escarbásemos aún más—, encontraríamos restos iberos, romanos o árabes y también agua, porque vivimos sobre un lago subterráneo, aunque ya sobreexplotado, que inunda los cimientos si se ahonda mucho. Antes los niños al hacer un gua para jugar a las bolas encontraban agua, cerámica ibérica o una losa de la vía Augusta. En Roma encuentran un anfiteatro, apunta mi amigo José Javier, que es arqueólogo. A cada uno lo suyo.   Por eso, muchos nativos, al viajar, nos portamos como si fuésemos de Illinois, boquiabiertos y admirados ante las piedras antiguas bien colocadas, sin esa vacuna que capa la capacidad de asombro y disfrute de quien desde su ventana ve cada día una catedral gótica o un acueducto romano. En eso somos como niños, en el mejor de los sentidos de la palabra. Úbeda y Baeza pueden resultarnos apabullantes, por poner un ejemplo de los muchos que hay en España.
Dibujos de Albacete
   Aunque no es que en Albacete se haya arramblado con el pasado arquitectónico en mayor proporción que en otros lugares, la inicial escasez hace más dolorosos esos derrumbes para dejar el solar a mostrencos de hormigón que hieren nuestra vista. Mal común, como la ola de progreso que derribó prácticamente todas las murallas y puertas de las ciudades muradas para los ensanches del XIX y que a nosotros nos ha privado de algúnos palacios, iglesias, conventos o nobles edificios de principios del siglo XX que daban unidad y encanto al centro de Albacete. Algunos quedan, ofendidos por la compañía arquitectónica, pero ahí están.   Por contra, tenemos muchos árboles, parques y jardines, un aire limpio, hermosas puestas de sol, buen queso, excelentes vinos, y gente con un humor propio de naúfragos y supervivientes a los que nada les fue fácil. Un humor que nos permite reirnos de nosotros mismos y de quienes dicen vivir en territorios históricos, que parece ser que Dios vino a estos desolados páramos, ya bien entrada la historia, a remediar un olvido del día de la creación. Terreno fronterizo y de paso, tal vez el problema es que hayamos tenido historia demás e inversiones de menos, lo que provocó la pérdida de lo mejor del terreno, sus gentes, que tuvieron que emigrar a buscarse la vida, muchas veces siguiendo a sus aguas arrebatadas, para ser mirados con desdén en las regiones cuya prosperidad ayudaron a levantar con sus manos. Una prosperidad ajena muy ligada a nuestra ruina y despoblamiento. Entender más de la bolsa que de la historia lleva a algunos a hablar, sin tener que apuntalarse la cara con recios andamios, de algunas gilipolleces sobre deudas históricas y otras garambainas. A ver si un día tenemos tiempo y vergüenza y echamos cuentas.
   Dejemos sufrir a los que tienen que remontarse siglos para encontrar motivos de orgullo, cuanto más antiguos más ajenos, y admiremos a nuestros antepasados más o menos cercanos que, olvidados y teniendo todo en contra, consiguieron sobrevivir y permitir que aquí estemos ahora nosotros, su prole, gente genéticamente estoica, resistente y tenaz. Nosotros, poniendo patas a sus genes, pululamos hoy en día en busca de una mesa en el bar, donde hidratarnos al sol o a la sombra, según mercado y estación para, de paso, guarecernos de este clima inclemente que remata la suerte para hacernos berroqueños.Dibujos de Albacete   Puestos a hablar de historia, cuando Albacete era una aldea árabe, allá por 1252, el alcalde se llamaba Wahb Alláh y la aldea Al-Basit, el llano. De ahí hemos pasado a Albacete, cuya terminación diminutiva de lugarejo o aldehuela, como sucede a otros lugares de similar nombrecillo, nos ha colocado a sus casi 180.000 habitantes a vivir en un sitio propicio para los chistes fáciles, rimas propias del encefalograma plano de la creación literaria y demás escarnios. Si eso evita que personas así se dejen caer por estos llanos, por bien tengamos el no contar con topónimo más rimbombante, como los 1544 habitantes de Madrigal de las Altas Torres, por poner un caso.  Como decía fray Gerundio de Campazas, su aldea era pequeña por no haberse sus vecinos propuesto hacerla mayor, que sitio tenían. Aquí ocurre igual, porque sitio tenemos mucho. Y sobre el nombre, no corren tiempos de recuperar el Al-Basit de cuando los almohades, ahora de vuelta, pero con kalashnikov.Dibujos de Albacete   Van pues aquí unos primeros dibujos de Albacete, con estilográfica, a veces plumilla, tintas, acuarelas y tamaño 24x30 cm. en la mayoría de los casos, pues en parte se preparan para mitigar el olvido a mi ciudad en mis cuadernos de dibujo y también con vistas a una posible exposición cuando haya suficientes que se consideren presentables.Dibujos de AlbaceteDibujos de Albacete

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