La decisión
Nuestro coche fue aminorando la marcha hasta que se
detuvo y vos resoplaste.Estabas cansado, te quejabas, de que no podías dormir,
aunque yo te había escuchado roncar en más de unaocasión
preferí no gastarte una broma. Me limité a contemplar
por la ventanilla el resplandor de una estación deservicio bastante animada.
Llevábamos medio día viajando y aún faltaban seis
horas más según esos choferes somnolientosque estiraban las piernas cerca de los surtidores que
remarcaban que eran quince los minutos que teníamospara ir al baño y tomar un refrigerio.
Le pediste una ginebra con hielo al mozo del bar y no sé
qué prurito (te tomabas fácilmente una botella a diario)te llevó a cancelar la petición: yo solo había señalado
sin mucho énfasis que no me parecía el momento depedir semejante cosa
y vos obligaste al mozo a volver sobre sus pasos para
pedirle un café con leche como el mío.Fue, pienso,algún tipo de concesión a mi demanda
infinita de amor y fruto también de un momento dedebilidad de tu parte.
Pero lo cierto es que no fue una buena decisión y no
me hubiera gustado, pocas horas después, estar en tuspantalones
que se arrugaban siguiendo tus pasos nerviosos a lo
largos de un pasillo estrechoapenas mejor iluminado que el mundo exterior.
Aire de familia
Ahora que llevo la barba ensortijada
encanecida desde la nuez hasta el mentóna una edad en que papá también encanecía
al frente de su familia numerosa
que mi mujer ha encontrado mi rostro enrojecido
mientras bebíamos bajo el cielo pintado de gris
que brotan las várices de mis piernas huesudas
que el vientre abulta y los ojos se hinchan
y el despachante ha sentenciado en otro idioma
que se trata de la última botella por venir
las distancias hablan por sí solas.