Me enteré el otro día de su existencia, joven que ocupa la portada de una revista del corazón sin otro mérito que ser hijo de su padre, o sea. “Look” “cool”, cuerpo tratado en gimnasio, participante en GH y programas similares, venta de exclusivas, ora en contra, ora en favor del autor de sus días y recientemente detenido por violencia de género solicitando su pareja la correspondiente orden de alejamiento.
Es precisamente este último aspecto el que menos me preocupa sobre el particular; el fondo del asunto no es otro que la escalada a la fama sin más mérito que haber nacido en determinada cuna; por lo menos, y aunque Alejandro Pumarino sea heterosexual convencido hasta el momento, el muchacho es más agradable a la vista que Paquirrín, quien al parecer, ultimamente, pincha discos; se conoce que la cosa de la canción es más complicada y el camino se llena de obstáculos con más facilidad. Diego Matamoros está ahí, percibiendo unas cantidades insultantes de dinero -insultantes para quienes han de trabajar más de ocho horas diarias sin alcanzar mil euros al mes- por su simple pressencia o la venta directa de casquería relacionada con su vida privada. Personalmente me importa un comino el carácter de su padre, las discusiones con su novia y la estancia en Gran Hermano; a lo largo de estos años he aprendido a emplear el tiempo libre en asuntos mucho más interesantes, como transformar el vino gaseado criado en cava, en orina. Así de simple.