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Diez años de la muerte de Antonio Gades

Publicado el 20 julio 2014 por Juliobravo
Diez años de la muerte de Antonio Gades
Se cumplen hoy diez años de la muerte de Antonio Gades, una figura a quien el tiempo sigue engrandeciendo. Si como bailarín era extraordinario, su dimensión es aun mayor como creador (me resisto a llamarle únicamente coreógrafo), y ha dejado como herencia un puñado de trabajos; entre ellos, «Bodas de sangre» y «Fuenteovejuna», dos de las obras capitales en la danza española, que son, de alguna manera, el alfa y el omega de Antonio Gades.

No fue un coreógrafo pródigo; le costaba enfrentarse al proceso de creación. Había llegado a la danza, lo decía una y otra vez, por hambre, y se diría que no quería dar un paso sin otorgarle un significado. Por eso su baile era hondo, reposado, sobrio, sabroso... Dibujaba con precisión y mimo cada uno de sus movimientos. Y lo mismo puede decirse de sus coreografías, en las que hay una imponente profundidad, además de un compromiso que solo tienen los más grandes. Gades, como Béjart, como Mats Ek, tenía un sentido dramático poco común; en sus coreografías, los movimientos son versos con los que construye poemas llenos de humanidad, serenos, posados.

Porque una de las grandes virtudes de Antonio Gades fue llevar a escena el alma popular de un baile, el flamenco, que tiene enterradas sus raíces en la historia de un pueblo que ha llorado y reído con la misma intensidad. De un baile que nació, como el suyo, de la necesidad, y que ha sido (y es) la única voz que muchos tuvieron la oportunidad de alzar en el pasado. Gades convirtió sus obras en un crisol. lo decía él mismo, donde se fundieran en el baile altos y bajos, gordos y delgados, y cosió con precisión artesanal los ritmos populares con la danza y la música académica, de manera que no se notaran las costuras. El pasodoble de «Bodas de sangre» o el arranque de «Fuenteovejuna» son ejemplos suficientemente elocuentes.

Pero al mismo tiempo Gades tenía la clarividencia de los genios y con apenas unos sencillos trazos era capaz de llenar el escenario y excitar la imaginación de los espectadores. Pienso ahora, por ejemplo, en su manera de ilustrar las marchas a caballo (en varios de sus trabajos) o en esa sobrecogedora pelea a cuchillo de «Bodas de sangre».

No le conocí tanto como me hubiera gustado. Le entrevisté por vez primera en 1988, en el Teatro Real, sede entonces del Ballet Nacional de España, para cuyo décimo aniversario estaba montando «Bodas de sangre». Le perseguí después durante meses hasta que finalmente, poco antes de estrenar «Fuenteovejuna» en Sevilla, conseguí que me recibiera en su casa. Yo iba, lo confieso, con un miedo atroz de un personaje que me imponía muchísimo y, también, de no estar a su altura. La entrevista se publicó en ABC Cultural. Creo que merece la pena que la leáis, porque está llena de su sabiduría. «Detrás de la mirada de Antonio Gades hay, seguramente, un sinfín de historias -escribí entonces-. Sus ojos son reveladoramente tristes, abiertamente enigmáticos, incluso su sonrisa se tiñe de un color ligeramente amargo. No es la suya una actitud huraña, pero parece gustarle más el silencio que las multitudes, el anonimato más que la popularidad, la soledad del mar sobre la compañía del público. Tiene mucho que decir, pero prefiere hacerlo con su baile. Las palabras las deja para la intimidad de la conversación. Despojado de la máscara de sus personajes, Antonio Gades parece especialmente vulnerable. En la penumbra de su estudio, se enfrenta a la inocultable verdad del espejo y rompe a bailar, saboreando cada movimiento, vistiéndolos de sobriedad. Gades, cincuenta y ocho años, historia de nuestra danza, emerge de nuevo».

Tengo un puñado de recuerdos de Antonio Gades; algunos los conté en este mismo blog, hace algo más de tres años. En todos aparece un hombre grande, con la mirada marcada por las arrugas y al que el arte (por mucho que a él no le gustara esa palabra) llenaba de latidos su corazón.


La foto, de mi amigo José Luis Álvarez (es una diapositiva pasada a papel), es de las «Bodas de sangre» que bailó en 1988 en el teatro de la Zarzuela junto al Ballet Nacional, en el décimo aniversario de la compañía.

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