Revista Cultura y Ocio

Dios es inalámbrico, yo soy inalámbrico

Por Calvodemora
Dios es inalámbrico, yo soy inalámbrico
Se me ocurren muchas razones para que la tribu se congracie con la divinidad y la adore. Ninguna de esas razones apela a la razón ni se construye acudiendo a ella y pidiéndole auxilio. A los dioses se les invoca comunitariamente. Se extiende más vivamente el sentimiento de unidad con lo divino si tenemos a la vera a otro que actúe como espectador y como actor de la trama. Se va trenzando un hilo invisible, se va tejiendo una red de metáforas. Las catedrales antiguas, a su modo, servían de puente entre el hombre y su Dios. No poseyendo ninguna de esas razones, careciendo de la promiscuidad espiritual que advierto en gente a la que aprecio o a la que estimo amigos, no estaré sentado alrededor del Gran Ojo de Dios. No sé qué me pierdo al negarlo, pero no me preocupa el vacío. A los ojos de los próceres de la Iglesia seré un descarriado, uno de esos que corrompen el buen funcionamiento de la moral y que agitan a los demás, incitándoles a no dejarse llevar por el éter de la fe. Solo hay que observar con cuidado los titulares y luego enfangarse en el discurso excluyente de los jerarcas de la Conferencia Episcopal. Me incluyen en una historia en la que no he pedido entrar. Dan por hecho que es mi historia, creen que no hay otra, sostienen que ninguna de mis tribulaciones rivaliza en dignidad y en ardor espiritual con las suyas, me instalan en el limbo de los descreídos, cuando la verdad es que uno cree de cierta forma, pero no en absoluto la que ellos predican. Tampoco sé si a los ojos de mi conciencia obro con inteligencia. A la fe la mueve el corazón en el deslumbrante modo en que maquina sus cuitas el enamoramiento. Asunto tan serio como la fe no puede ser vendido como la mercancía que algunos pretenden. No hace mucho un obispo del ramo, Munilla, ofrecía la idea de que el mal que asola el mundo (la sociedad española más en concreto) provenía infelizmente de esa falta de valores cristianos de la ciudadanía, del ateísmo feroz de la juventud, más finamente expresado. Echa en hombros como los míos la causa del caos. En otra declaración de principios sanadores, pretendían misionar España, evangelizar los asentamientos paganos, en fin, conducir la palabra de Dios allá por donde no precisan su presencia. Y no ve uno mal en ese periplo pedagógico. Lo inaceptable es ese afán descalificador que exhiben cuando hablan de la masa laica. Lo que no entra en cabeza razonable es que pretendan con ese empeño admirable que aceptemos el error de nuestras vidas y las emboquemos hacia la luz de la religión. Errado andará, perdido sin norte, pero feliz en mi laberinto. Y el día en que mi alma desee hincar la rodilla y escuchar la llamada de la fe, seguro que habrá quien me asiste y conduzca, quien allane mi camino hacia la salvación y me asegure (ay) un puesto en el coro celestial de los elegidos. Y si no es así, a pudrirme en la tierra, a regresar al vacío total de donde provengo. Amén.

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