Revista Cultura y Ocio

Díptico de uno de abril

Por Calvodemora
Festejos de la edadUno cumple años un poco ya sin el afecto de antes. No porque no crea en las festividades o le desagrade que le tengan en tan alta consideración durante todo el día, sino porque los días van persiguiéndose y el del cumpleaños está ahí encajado, entre otros días de menos fuste, aplicado a la ceremonia de la rutina. Supongo que será en los cincuenta cuando escriba el texto definitivo sobre este asunto, pero ahora me apetece dejar uno más ligero, que no me obligue a encontrar las grandes palabras de la vida. No hay tales, creo. Vive uno como puede o como le van dejando, feliz sin grandes masas orquestales escoltando esa epifanía, comprendiendo poco a poco de qué va todo esto, sin entenderlo del todo, por supuesto. No se puede entender enteramente, no es posible alcanzar ese conocimiento, viva uno cuarenta y ocho o noventa. Lo hermoso, sin embargo, es ir cumpliendo años, ir dejando atrás estaciones, comprometiéndose con el futuro con planes pensados con esmero, aunque luego se cumplan poco o no se cumplan. Abro el día con el mismo espíritu con el que lo abrí ayer, el mismo que usaré mañana. Estos festejos de la edad apenas sirven para algo más que sentir la presencia de los tuyos, los que se acuerdan del día sin mirar el chivato del facebook y los que reparan en su existencia precisamente por él. Serán malos tiempos para la lírica, pero son los nuestros.
Un nuevo díaSalir por la mañana temprano, tirar la basura, comprar el pan, volver a casa despacio, morosamente, pensando en cómo irá el día, en qué argumentos se expondrá, si será fiero o se exhibirá con la dulzura con la que a veces suele, si reparará en lo frágiles que somos o si nos derrumbará a poco que le plantemos cara. Nada de eso sabemos cuando salimos por la mañana y tiramos la basura y compramos el pan. No entra en la previsión de consideraciones la de especular con lo que no podemos razonar. Espera uno, a lo sumo, la gloriosa venida de la rutina, que apacigua o que disuade. En todo caso, qué promesa de vida salir por la mañana, tirar la basura, comprar el pan, volver a casa despacio, morosamente, pensando en el día, en todo lo que el día encierra, en cuanto nos aguarda y no conocemos. 

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