Revista Arquitectura

Doble indignación (o triple)

Por Arquitectamos
La estación del AVE de Toledo es incomprensible. Cuando se pensó crear un AVE directo Madrid-Toledo parecía lo más lógico crear una nueva estación, pero en seguida prevaleció la idea de usar la de toda la vida, la de Cercanías (que de paso fueron suprimidas). Ya me parece inconcebible que en su momento se construyera una estación de ferrocarril neomudéjar, que es tanto como si la Estación Espacial Mir se diseñara con papel embreado y estructura de madera de pino. Lo mismito. (Volvemos a lo de siempre: En las ingenierías esos caprichos tontos no se pueden permitir porque las cosas tienen que funcionar, mientras que en la arquitectura da lo mismo). Y todavía tienen la desfachatez de utilizar para la propaganda institucional imágenes tan terribles como ésta:
Doble indignación (o triple)
Yo ahí veo una máquina pasmosa que quiere correr, que sirve a su tiempo y que es útil a sus pasajeros, y me invade una innegable envidia por los ingenieros que han hecho posible esa "cosa". Y detrás veo una castaña pilonga que no se entera de nada, que no sirve para nada y que proclama la paletez de algo absurdo, antihistórico (porque lo histórico es ser de su tiempo, no perpetrar una falsificación ridícula) y antifuncional, y siento una también innegable vergüenza ajena (y en parte propia) por los arquitectos que han hecho posible esa otra "cosa". En estos días, para colmo, el andén está lleno de carteles sobre eso de El Greco, y uno no puede por menos que retroceder esos cuatro siglos que hoy le celebran, e imaginárselo en esta terrible ciudad de este terrible reino, como un pulpo en un garaje. La gente, como de costumbre, encantada: Haciéndose fotos en el cutrísimo vestíbulo, recargado, pringoso, absurdo. Lleno de azulejos y de arcos lobulados.
Doble indignación (o triple)
El pasmo y la indignación me dejaron petrificado, y cuando quise sacar el móvil, desbloquearlo, seleccionar la cámara, etc, para plasmar ese momento de veneración colectiva, casi todos se habían ido. Apenas quedaban éstos, a quienes no es que saque desenfocados por delicadeza, sino por pura torpeza.
Doble indignación (o triple)
Aproveché para reproducir la foto que había visto hacer a una viajera arrobada (ya que no me había dado tiempo a fotografiarla a ella fotografiando esto). Los turistas, transidos de emoción ante Toledo desde el primer momento en que ponen el pie en la ciudad, son absolutamente incapaces de distinguir lo verdadero de lo falso, las obras de valor de las más repugnantes falsificaciones. Y toda la subcultura kitsch del consumo rápido, de la admiración desproporcionada y facilona y del daigualochoqueochenta perpetúa esta estúpida situación. Todavía en Toledo es muy arriesgado (y en casi todos los casos es ilegal) pretender hacer una honrada arquitectura moderna. Y, sin embargo, estos pastelitos de merengue con sirope de fresa y chocolate tienen el aplauso y la bendición de todo el mundo, empezando por los poderes públicos y terminando por la población y por el turisteo. (Parezco un apóstol de la arquitectura moderna de principios del S. XX. Señores y señoras: Que llevamos década y media del S. XXI y aquí todo sigue igual. Que este discurso que digo tiene más de un siglo. Que esto mío es ya perogrullismo puro).
Doble indignación (o triple)
Una de las infraestructuras de las que más orgullosos se sienten todos por aquí, el AVE Madrid-Toledo, te deja tirado a varios kilómetros del casco histórico. Hay dos líneas de autobús, que no coinciden en absoluto con los horarios del tren y que son completamente insuficientes para absorber a todo el público que llega. Así que es casi obligatorio tomar un taxi (en horas punta también son insuficientes), que espera en la bonita fachada neomudéjar, sin protección alguna de la lluvia (hoy incipiente) y, sobre todo, de ese agradable calorcillo que hace en Toledo en los meses de verano. Vamos, dicho en román paladino: Ante ese vómito de ladrillos no hay una puta sombra donde esperar a los pasajeros. Eso en Toledo y en julio puede producir casos que aboquen a urgencia hospitalaria.
Ah, otra cosilla sin importancia: De esa batería de puertas que veis en la fachada sólo es practicable la del extremo derecho. Las otras cuatro están condenadas. También es interesante el espectáculo cuando llega un tren lleno de ganad...pasajeros y tienen todos que amontonarse para pasar por esa única puerta. (¿Cómo que si miento? Mirad los macetones por el interior de las puertas en la segunda foto de esta secuencia de horrores).
Pero esa no es mi única indignación.
Tengo un funcionamiento intestinal envidiable, sanísimo, pero que a veces me obliga a hacer uso de instalaciones higiénicas que preferiría no haber conocido.
Pues bien, en esa casa de los horrores me vi compelido a descargar mis miserables vísceras. ¡Fuera en mala hora, triste de mí, oh, infelice! Esa magnífica estación, que acoge a esos magníficos trenes, tiene, para los caballeros, ¡TRES! puestos de descarga. Ni uno más. Habida cuenta de que la llegada de pasajeros es masiva, es lógico pensar que esas instalaciones pasen muchos minutos sin ser utilizadas, pero que de repente sean tan solicitadas que no den abasto. La cosa es peor si una de las tres tiene en la puerta un folio pegado con dos tiras de papel celo y con un texto escrito con rotulador azul oscuro: NO FUNCIONA. Eso deja las ya escuetas descargaderas reducidas drásticamente en una alta proporción. (Como las matemáticas se nos dan bien aventuraremos que el quebranto es de un 33% aproximadamente, lo que deja la operatividad deyectiva -o depositiva- reducida a un 67% -siempre aproximadamente- de lo que debió calcular en su día su atento diseñador). Por supuesto que las dos cabinas están ocupadísimas, y uno vuelve a evocar al Greco, esta vez envidiándole sinceramente, porque en su época estas funciones naturales y fisiológicas se podían hacer sin embozo ni embarazo tras una tapia. Las dos citadas cabinas sirven no sólo para expulsar la gran carga, sino también la pequeña carga, que un español de bien, y sobre todo si es un cajteyano hijodalgo y como Dios manda, lanza a distancia y por aproximación balística (trayectoria parabólica cuya ecuación os ahorraré), sin, por mor de la higiene, haberse rebajado ni denigrado previamente a levantar el asiento de plástico con los titubeantes y medrosos dedos, no vaya a ser que pille un ébola o un botulismo agazapado y feroz, sino que riega convenientemente -¡viva el vino!-, incluso permitiéndose artísticos deslices y primorosas filigranas, con el alambicado líquido que sus riñones filtraron con pasmosa eficacia. Hete aquí que la gente sale sonriente y aliviada. Hete aquí que me toca por fin. ¡Dios! (¿Lo cuento?) (Voy a intentarlo, pero creo que de esta blogger me va a banear). Bueno. Que sea lo que Dios quiera. (Spoiler, como se dice ahora: Si sois especialmente sensibles dejad de leer aquí. Si no lo sois demasiado, pero acabáis de comer o vais a comer ahora, dejadlo igualmente. Total, da igual. Ya os podéis imaginar a estas alturas que al final todo acaba bien: Me toca la lotería, me caso con la chica, etc. Así que dejadlo aquí y no sufráis más).
Entro en la cabina central. (La que no funcionaba era la de la izquierda). Hay algo de charco en el suelo, pero en peores plazas hemos toreado. El asiento de plástico también está levemente mojado por algunas salpicaduras. Examino el papel higiénico. Hay. Menos mal. Tomo un trozo generoso y hago varios pliegues para que el grosor de la capa me dé cierta seguridad, y procedo a pasarlo por el asiento. El asiento tiene una pintita negra de algo menos de un centímetro de diámetro, que yo había tomado por la quemadura de un cigarrillo, pero al frotar con el papel se extiende y...
¡DIOS!
(No puedo. No puedo). Salgo de la cabina maldita. Creo que voy a vomitar, lo que de ninguna manera arreglaría las cosas.
Doble indignación (o triple) Perdón, pero necesitaba una imagen así. Y creo que vosotros también
Tengo que terminar rápido: Quería huir, pero mis intestinos me exigían volver a intentarlo. Probé en la otra cabina (la de la derecha). Mejor. Papel. Mucho papel. Necesitaba lavarme las manos (y el alma, y la conciencia). De los tres lavabos (¡TRES!) dos tenían el grifo estropeado (esta vez sin letrerito), y el único que proporcionaba agua (el de en medio) no la evacuaba en condiciones. (Esto haría una operatividad lavabil del 33% -aproximadamente- si al lavabo del centro le hubiera funcionado bien el desagüe, pero como no iba bien me permito minorar -a ojo- esa operatividad y dejarla en un 20% raspado). De manera que me mojé y froté las manos mientras del fondo iba subiendo un agua sucia y espumosa (espuma que no sé de dónde podría proceder, porque el dispensador de jabón había sido arrancado de la pared). Para colmo, el grifo era de los de pulsación única con dosis de agua prefijada, para que la gente no se lo dejara abierto. Pero estaba programado para un chorro abundante, y el lavabo no daba abasto a tragárselo. Al fin terminó de salir agua, y el mejunje asqueroso que llenaba el lavabo fue bajando poco a poco.
Me fui de allí con una sensación de asco indescriptible.
Después de esa experiencia, los lóbulos mudéjares de ladrillo ya no es que me parezcan feos, falsos y kitsch. Me parecen inmorales. Cualquier cantidad de dinero y cualquier adorno chorra gastado en un servicio público tan cochambroso es una inmoralidad, es un robo a la colectividad, es un latrocinio repugnante. (¿Siempre ha de haber dinero para esas gilipolleces y nunca para que el servicio público funcione decentemente?). Dicen que ante el escurialense Ministerio del Aire de Moncloa, un joven e indignadísimo Sáenz de Oíza le recriminó al gran maestro Gutiérrez Soto: "¡Menos granito y más frigorías!" Sentí eso mismo. Una arquitectura a la que se le va la fuerza (y el presupuesto) en granito, ladrillo, arcos, etc, es profundamente inmoral y profundamente antisocial. Y lo digo con las tripas.
Doble indignación (o triple)
PD.- Que haya pocos váteres es responsabilidad de quien los diseñó; que permanezcan estropeados durante días o semanas lo es de la dirección. Pero que estén encharcados y enmierdados lo es de los usuarios. Todo ello unido, nos hace sentir lo coherente y lo orgánico de la situación: Un país de mierda para unos ciudadanos de mierda.
(Y toda esta guarra disquisición, queridos amigos, también es arquitectura. Bastante más arquitectura que otras cosas).
(Si te ha gustado esta entrada y no te ha dado demasiado asco, clica, por favor en el botón g+1 que verás aquí debajo. Muchas gracias).

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