Revista Cine

Doctor Strange: Hechicero Supremo

Publicado el 01 noviembre 2016 por Diezmartinez
Doctor Strange: Hechicero Supremo
Con la novedad que el Universo Cinematográfico de la Marvel (o Marvel Cinematic Universe, pues) no tiene para cuando acabarse. De hecho, está expandiéndose. En Doctor Strange: Hechicero supremo (Doctor Strange, EU, 2016), el más reciente largometraje de la Casa Marvel, se nos presenta a una especie de versión médica del egocéntrico millonario Tony Stark.En efecto, el afamado neurocirujano Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) es un tipo tan brillante como insoportable, un genio que puede lograr milagros en la mesa de operaciones pero también un ególatra que no es capaz de mantener a su lado a la única mujer que realmente lo quiere (Rachel McAdams). Sin embargo, hay un detalle curioso que lo hace distinto a Stark. Me explico: para Strange lo más importante del mundo es, además del propio Strange, la ciencia médica, a la que ha dedicado toda su vida. Strange es, pues, un auténtico materialista en el más amplio sentido del término, no solo porque vive con todo lujo en Manhattan, sino porque su vida está centrada en la certeza de que todo puede inteligible a través del conocimiento. Así, la transformación de Strange en el "hechicero supremo" del título en español pasa no solo por aprender a ser generoso -a ser capaz de pensar en alguien más, además de él mismo-, o a ser heroico -a estar dispuesto a sacrificar su vida por todos nosotros una y otra vez y otra vez y otra vez y...- sino, curiosamente, a abrazar un mundo que él juraba que no existía. Es decir, Strange pasa del materialismo más radical al platonismo más militante. Cambió, pues, de filosofía de vida, en todo el sentido del término.Dirigida por el artesano especializado en el horror Scott Derrickson (El exorcismo de Emily Rose/2005, Siniestro/2012, Líbranos del mal/2014), Doctor Strange... tiene sus mejores momentos visuales en esas nolanescas escenas (cf. El Origen/2010) en el que la realidad se contrae, se colapsa, se reacomoda ante el capricho de los hechiceros enfrentados. De un lado, la ¿inmortal? hechicera celta Ancestral (Tilda Swinton robándose la película), con sus seguidores Mordo (Chiwetel Ejiofor), Wong (Benedict Wong) y el recién llegado Strange; del otro, el ambicioso Kaecilius (Mads Mikkelsen) y su runfla de hechiceros malandros, todos al servicio del poderoso Dormammu, señor de la Dimensión Oscura. Ahora bien, si la cinta maravilla en esos momentos, también es cierto que comete los mismos pecados que otros filmes de la Marvel: no sabe qué hacer con los intereses románticos de sus héroes -la doctora Palmer de Miss McAdams está criminalmente desperdiciada-, presume un villano sin rostro (el tal Dormammu) que al final de cuentas es vencido como si se tratara de un juego infantil (Una especie de "Este es un gato con los pies de trapo y los ojos al revés/¿quieres que te lo cuente otra ves?", repetido infinidad de veces: con razón Dormammu prefirió llamar a empate) y, qué remedio -aunque esto es más una característica que un defecto-, esta primera entrega del Doctor Strange no es más que un eslabón más en el susodicho Universo Cinematográfico de la Marvel. Es decir, no vale tanto por sí misma sino porque es un episodio más en las aventuras por venir, como las dos escenas de los créditos finales prometen.Dicho lo anterior, mentiría si dijera que la película no me mantuvo entretenido. Además de las escenas ya descritas de la realidad móvil/colapsada, Doctor Strange... tiene al protagonista perfecto en Cumberbatch -una duda: ¿quién ganará en one liners cuándo Strange y Stark se conozcan?-, un espléndido reparto secundario sobrecalificado y, finalmente, acaso inadvertidamente, un encantador regreso a los orígenes mágicos del cine. En cierta secuencia clave, Strange cambiará el trágico presente que está viendo al usar un chunche que hace que las acciones ya realizadas se des-hagan como por arte de magia. Se trata de un momento de primigenia ingenuidad que me remitió a Demolición de un muro (1895), de los hermanos Lumière. Al final de cuentas, por más efectos especiales habidos y por haber, el origen del cine sigue siendo el mismo: la maravilla, la magia. O, como dijera Strange. la hechicería. 

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