Revista Opinión

Domesticar

Publicado el 30 septiembre 2019 por Jcromero

Al igual que nuestros antepasados domesticaron algunas especies animales, tendríamos que intentar algo parecido con internet y las redes sociales. Aunque resulte imposible, el empeño parece más necesario que nunca cuando nos conectamos para trabajar, contactar con amigos y familiares, buscar información, pedir cita médica, hacer compras o por puro entretenimiento. De tanto recurrir a ellos corremos el riesgo de empantallarnos, de alejarnos de la realidad de tanto buscarla en los dispositivos electrónicos.
A los convencidos de que todo el desarrollo tecnológico está al servicio de intereses económicos, empresariales y políticos, no nos queda otra que tomar ciertas cautelas para no caer en un nuevo tipo de esclavismo. Internet es el medio y conviene recordar que es un gran escaparate a la vez que un enorme vertedero donde encontrar desde información valiosa y práctica a auténtica bazofia, sin olvidar que siempre dejamos rastro de cualquier búsqueda, visita o acción.Internet es como un océano en el que chapoteamos por su superficie. Gracias a los buscadores convencionales, nos encontramos con islas de plásticos, vertidos incontrolados y no pocos riesgos. Como el mar, tiene una zona profunda - deep web- a la que se accede utilizando navegadores específicos y donde dicen se almacenan contenidos que, por diversos motivos, no están indexados en los motores de búsqueda usuales. Hay quienes observan esta zona como la cloaca del ciberespacio y donde predomina el delito; también dicen que hay información valiosa sobre avances tecnológicos y científicos.Surcando la superficie, que es por donde navegamos la mayoría. Que los vídeos chorras sean muy vistos demuestra las preferencias e intereses de una parte de los usuarios; que en vez de ciudadanos exigentes y críticos se viralice la descalificación, las noticias falsas o los chascarrillos no es sólo responsabilidad del ciberespacio y sus famosos algoritmos. Lo mismo se puede decir cuando se descargan aplicaciones intrusivas o con esa publicidad personalizada y molesta que nos aparece a poco que busquemos información sobre un libro, un país, una canción o unos estudios en los que estamos interesados. ¿Acaso no nos preocupa el rastreo de nuestra privacidad? ¿Ignoramos que al convertirnos en usuarios alguien se dedica a extraer datos de nuestra actividad para negociar con ellos? Por otra parte, qué decir del empeño de tanta gente por subir comentarios ofensivos o fotos de sus hijos menores o de sí mismos en un ejercicio exhibicionista que dejan de controlar desde el mismo instante de compartirlas en cualquier plataforma.

Internet es como un patio de vecinos donde todo se sabe y en el que se puede aprender, pero también salir escaldado. Y, como en todo patio de vecinos, se puede contactar con personas interesantes, recibir información útil o dejarnos arrastrar por el chismorreo más miserable. Por ello, es aconsejable tener cautela en el decir y con quién establecer vínculos sin olvidar que siempre habrá alguien detrás de los visillos. Puede que todo sea más simple de lo que parece: si alimentamos al monstruo con agresividad, insultos y reacciones poco meditadas, éste nos ofrecerá un panorama cargado de provocaciones y resentimientos. Entonces, el primer paso sería cambiarle la dieta.

Aunque bajo la apariencia de un desarrollo con intereses filantrópicos existan otras intenciones menos altruistas, corresponde a los usuarios hacer el uso adecuado de estas herramientas. Decía mi abuela que nadie da duros a pesetas, pues eso. ¿No resulta sospechosa tanta sencillez en el uso de unos aparatos que se pueden utilizar de manera intuitiva sin necesidad de aprender prácticamente nada sobre su manejo? En todo caso, ni internet ni las redes sociales generan ignorantes; el usuario puede optar por sacarles provecho o hacer un uso estéril de los mismos.

¿Abrazamos entonces la tecnofobia? Todo lo contrario. Igual que en el mar no se debe nadar contra la corriente, la mejor estrategia consiste en hacer un uso inteligente de estos avances, moderar sus asperezas y distraer sus intenciones para que respondan a nuestros intereses. El desarrollo tecnológico terminará imponiéndose y cambiando el mundo tal y como la conocemos actualmente. Queda por ver si sabremos domesticarlo o si seremos nosotros los domesticados.


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