Revista Opinión

Don Nepomuceno Quintilla Aguasclaras (reedición)

Publicado el 08 noviembre 2013 por Miguelmerino

Don Nepomuceno Quintilla Aguasclaras, alias Petrarca, lloraba en alejandrinos de trece sílabas y reía, poco, cierto es, en endecasílabos de doce. Qué se le va a hacer, tampoco era bueno contando.

En su juventud, doliente y lejana, se enamoró de la criada familiar, Vespasiana por buen nombre, y le escribía dos sonetos diarios  y los domingos y fiestas de guardar, añadía un madrigal. Eso sí, en sus composiciones, Vespasiana se convertía en Laura, de ahí el apodo de Petrarca, y aunque en vez de dientes, la susodicha poblaba su boca de caries y piorrea, no por ello dejaba de compararlos con perlas, y sus labios, finos por delgados y azuleando por el frío, los asemejaba al rubí. Parecíanle a él, un alarde de inspiración sus metáforas. También solía llamarla sirena en sus versos, aunque quizás esto estuviera más puesto en razón, por el persistente olor a pescado que acompañaba de continuo a la fámula.

Cuando, pasado el tiempo, llegaron las vacas flacas y sus padres tuvieron que prescindir de Vespasiana para ahorrarse el escaso jornal que les costaba, Don Nepomuceno, que ya tenía el don del nombre, que no de la rima ni de la métrica, llenó tres cuadernos con sentidas doloras, preñadas de suspiros de ausencia, cicutas, autodefenestraciones, venas abiertas y cualesquiera otras formas trágicas y románticas de sobrevenir el amor en muerte por propia y resignada voluntad.

Con estos antecedentes, Don Nepomuceno sólo podía devenir solterón. Nunca más supo de Laura, perdón, Vespasiana, pero le guardó la ausencia con el rigor de un luto en Guareña. Siguió componiendo los dos sonetos diarios, pero eso sí, cambió el alegre madrigal de los festivos por las trágicas doloras.

Un buen día, buscando una metáfora distinta para los dientes de su Laura, vulgo Vespasiana, se obró el milagro, le dio un ataque de cruel realidad, los comparó a teclas de piano y se le acabó el amor.

Escribió su postrera composición, en forma de epitafio, miró al soslayo y murió lorquianamente de perfil:

Aquí yace un mal poeta

que cuando soñaba, amó.

y luego que despertó,

murió de fuerte perreta.

Oración o pedorreta,

lo dejo a vuestra elección.


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