Revista Cultura y Ocio

Don’t change me

Publicado el 12 febrero 2013 por Evagp1972

Don’t change me  
A Manuel, aunque en realidad no se llame así.
Esta mañana alguien compartió en Facebook uno de esos artículos con perfume a manual de autoayuda: ¿Cuáles son los cinco motivos principales por los que nos arrepentimos antes de morir? En resumen, son éstos: no haber tenido el coraje de vivir una vida fiel a una misma, sino la vida que los demás esperaban de una; haber trabajado tan duro que hemos descuidado a la familia o a nosotras mismas; no haber tenido el coraje para expresar nuestros sentimientos; no habernos mantenido en contacto con nuestras amigas; no habernos permitido ser más felices.  
Siempre es agradable constatar que – al menos, por el momento- una no tiene motivos para morir con mala conciencia o, al menos, no por causa de estos cinco motivos. Caray. Algo habré hecho bien. 
En todo caso, el artículo de marras me ha hecho recordar a aquellas (buenas) personas que, lanza en ristre y bajo el lema esto no es lo que quieres, no sigas por ahí, que ésta no es tu vida, han intentado en su momento cambiarme el rumbo, creían ellas –por supuesto- para mejor. Lamentablemente (o no), estas buenas almas no han logrado otra cosa que ratificarme en lo que soy.
Me jugaría algo importante a que Manuel no me recuerda, pero fue él, con diferencia, quien me ayudó a ver con claridad dónde quería (y quiero) estar, que es exactamente donde sigo estando, y más importante aún: a no desviarme de mi camino.Manuel quería ser duro y excepcional, como el vampiro Blade, el que camina en la luz . Pero le sucedió lo que a tantos: una vez conoció a alguien capaz de mirarle con ojos maravillados, hasta que un día ese alguien le espetó ya no te ajunto. Devuélveme el rosario de mi madre. Él no pudo soportarlo –¿quién puede?-, y desde entonces empezó a beber. Había algo romántico (por estúpido y sentimental, aunque también respetable) en la obsesión de Manuel por negarse a sí mismo, una y otra vez, cualquier posibilidad de consuelo. Quizás exista un nombre técnico para esto, una taxonomía. Aunque fuera así, dudo mucho que Manuel fuera un loco. Ni creo que sus cambios bruscos de humor merecieran esa mirada de lástima mezclada con asco - Gollum, Gollum- que a menudo vi reflejada en los ojos de la dueña del bar. No, yo estoy hablando de un ser humano con problemas. Alguien que antaño fue amado y feliz. Como lo hemos sido o podemos volver a serlo tú o yo. 
Le conocí una noche de agosto, sentado en el suelo de un bar, con los tejanos de marca manchados de polvo, colillas y queso fundido. Sostenía con cierta precariedad un chato de vino vacío, y me fijé en sus manos blancas, suaves, como de pianista. Si no fuera por el brillo desafiante de su mirada turbia, no hubiera sido fácil distinguir a Manuel del desconchado en la pared, justo a su derecha. Parecía temblar ligeramente, aunque en el local atestado de gente hacía mucho, mucho calor. Murmuraba como en sueños una letanía extraña, plagada de cientos de ojos que -decía- le inquietaban porque podían verlo por dentro. Ante esos ojos se sentía transparente. Y eso le asustaba. Aún me pregunto qué me impulsó a acercarme a él. Quizás fuera el simple capricho de entretener la soledad con algo distinto; o tal vez yo, sin saberlo, buscaba en él las respuestas que la luz no podía darme. Aquella noche me senté junto a él y compartimos unos vinos. Hablamos durante el tiempo que tarda en acabarse una botella a dos manos, y  sus palabras me acompañan todavía. En algún momento, de madrugada, creí vislumbrar en el fondo de sus retinas un reverso brillante; el recuerdo de lo que alguien pudo llegar a descubrir en sus ojos, mucho antes de la ausencia. Dudo mucho que a la mañana siguiente, en mitad de una jaqueca olímpica le viniera a la mente a Manuel la imagen fugaz de esta chica menuda y con gafas, o mis palabras de agradecimiento. No he vuelto a saber de él, ni a encontrármelo desde entonces. Quizás no llegue él nunca a saber de qué manera me iluminó su abismo. Quiero pensar que está bien y que cualquier noche de éstas volveré a encontrármelo flirteando, el muy canalla, con cualquier pintada esfinge que le sirva, generosa, un vaso de vino. 


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