Revista Cultura y Ocio

(Don’t Let Your Love) Start A War – The Pale Fountains

Publicado el 14 noviembre 2014 por Srhelvetica
No dejeis que vuestro amor inicie una guerra Home

¡Pelea! ¡PE-LE-A! La muchachada indie se apresura entusiasmada (yo me incluyo) a pillar un buen sitio desde el que contemplar el fascinante combate librado entre sus mayores. Poco a poco, el círculo se va ampliando, constituyendo un escenario perfecto para una lucha en la que sólo se espera que dure todo lo posible, porque ningún densenlace podría satisfacernos más que la fascinate visión de tan altos representantes de la cultura entregados al torzazo de barrio: así somos.

Me refiero, claro está, al ASUNTO que lleva tres días calentando las redes sociales, en relación a la publicación que, con motivo de su ¡30! aniversario, ha lanzado la revista Rockdelux. ¿Hay alguien que no sepa de que va la historia? Por si acaso alguno estaba más pendiente del desacoplamiento entre Philae y Rosetta que de las peleas del patio, ahí va un resumen.

Como comentaba en el párrafo anterior, coincidiendo con el trigésimo aniversario de la prestigiosa revista Rockdelux, la editorial lanza un número especial de esos que ponen a salivar a cualquiera que esté mínimamente interesado en la música. Al igual que en ocasiones anteriores (ya lo habían hecho para conmemorar los números 100, 200 ó 300 de la revista, por ejemplo) la edición se ha mimado especialmente, con un cuidado diseño, un considerable incremento en el número de páginas -también en el precio, todo hay que decirlo- y un contenido de esos que no sólo sirven para vender ejemplares, sino también para despertar tantas pasiones como agrias polémicas ente los devotos: en esta ocasión, se trataba de indexar los 300 mejores discos (más una adenda al final, con la simple mención de otros doscientos) publicados durante los años de vida de la revista, los que van de 1984 a 2014.

La lista se confeccionó con los votos de 119 críticos (¡pobre del que se haya encargado de confeccionar el Excel!), cada uno de los cuales tuvo ocasión de votar los 50 discos que él  -o ella, también hay chicas- consideraba los mejores del periodo reseñado: un sistema tan imperfecto como cualquier otro, y que si bien aplicado a un escaso número de votantes hubiera podido dar lugar a un excesivo número de coincidencias, aplicado a tan ingente batallón de plumillas del más diverso pelaje podía entenderse que garantizaba una gran diversidad en el resultado. Hay colaboradores actuales de la revista, por supuesto, pero también antiguas firmas que en un momento u otro prestaron sus escritos a la cabecera: clásicos de la crítica, ex-punkarras, escritores, cinéfilos, directores de emisoras radiofónicas y hip-hoperos de pro, todos ellos gente con más que acreditada solvencia en esto de valorar (lo de escribir es otra cosa: evidentemente te parecerá que unos lo hacen mejor, y otros peor), pero en cualquier caso la flor y la nata de la crítica musical de este país. Diría que están todos lo que que tienen que estar, salvando la lamentable omisión de Víctor Lenore, quien tras una mala salida de la revista, y (más aún) después de la publicación de su famosérrimo libro contra el gafapastismo, parece haber sido desterrado de los círculos que antes le acogían con entusiasmo.

La selección publicada, como no podía ser de otra manera, es la selección de todos, pero no es la selección de nadie. Desconocemos el modo en que se ha confeccionado (quiero pensar que se trata de la suma aritmética que resultaría de aplicar 50 puntos a cada uno de los discos que encabezaban esas 119 listas, 49 al siguiente, y así consecutivamente) y lo cierto es que de momento, son pocos los críticos (yo he visto la de Mordoh en su blog, y alguna más por ahí) que han hecho públicas sus votaciones particulares. Lo cierto es que no me consta que Rockdelux haya manifestado en algún sitio que no haya habido un poco de “cocina”: quizás no sería el resultado limpio y democrático que más hubiéramos valorado los lectores, pero en cualquier caso sí que sería coherente con una publicación que, si de algo puede presumir, es de haber cuidado mucho -más en los últimos años que al principio- el mantenimiento de una linea editorial muy concreta. Los dos primeros puestos de la lista, curiosamente, coinciden en cualquier caso con los dos primeros puestos de las valoraciones realizadas a título individual por Santi Carillo y Juan Cervera, máximos responsables de la publicación, y ojo que no estoy en ningún modo arrojando sombras de sospecha sobre el procedimiento que hayan empleado: me atengo, en todo momento, a los datos de que disponemos.

Las reacciones a la publicación de la selección no se hicieron esperar. En primer término, de felicitación, y es que se mire por donde se mire, que una revista cultural del status de Rockdelux se siga editando en este país, después de 30 años, en el contexto de crisis y todogratis que nos asola, es algo que no sólo es digno de mención, sino que roza directamente lo milagroso.  Rockdelux ha sido, y sigue siendo, la mejor referencia en este país para los consumidores de música como nosotros: una fuente inagotable de descubrimientos, y el lugar en el que muchas de nuestras intuiciones tras la escucha de un disco, desordenadas y poco conformadas, encontraban sentido y orden. En mi caso particular, he de reconocer que almaceno en casa todos y cada uno de los ejemplares que se publican desde 1998, y hasta algún que otro número anterior: una fidelidad que, incluso a pesar de las muchas discrepancias habidas y por haber, sólo puede entenderse desde el reconocimiento a su importante labor didáctica y su inmesurable contribución a mis propias experiencias culturales.

Terminado el momento de los brindis y las palmaditas en la espalda, los lectores hicimos exactamente lo que se esperaba de nosotros: arrojarnos con voracidad sobre esa lista, regodearnos en los textos de los críticos a los que somos más afines, escandalizarnos con la antinatural jerarquía que se establece entre un álbum de hip-hop publicado en 1988 y nuestro disco favorito, un álbum de pop publicado en 1995. Patalear -sobre todo, eso- con las que consideramos imperdonables omisiones, y resoplar cuando (¡¡otro más de Kanye West!!) avanzan las páginas y constatamos hasta que punto nuestros gustos difieren de los reflejados por la élite cultural que los ha compilado. Un juego al que muchos nos prestamos (y repito: pagamos por ello) porque en el fondo, nos hace disfrutar.  Somete nuestros gustos a un listón mucho más exigente del que suele ser habitual entre nuestro entorno (ya se sabe: en el país de los ciegos…), y nos permite expresarnos de forma apasionada acerca de algo que precisamente nos apasiona. De esas listas obtenemos por tanto tanto una forma de recompensa, cuando vemos nuestros gustos reflejados en un espejo confeccionado por tan bien ponderados artesanos, como un ocasión de reafirmarnos en nuestras convicciones, cuando nos ponen en bandeja la ocasión de discrepar.  ¿A quién no le gusta que alimenten su ego de tal forma?

Hasta aquí, todo normal. Pero la cosa se complica el día 10, cuando el veterano Diego A. Manrique, en una columna de la sección cultural de “El País”, publica el siguiente artículo:

http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/09/actualidad/1415549873_994448.html

Para aquellos perezosos a los que, me consta, aquello de hacer clic en un vínculo resulta una cosa extraordinariamente costosa, lo resumiremos en que el crítico cuestiona de alguna forma la selección, en el sentido de señalar la incapacidad de la crítica más especializada (la que edita Rockdelux, se entiende) para conectar con gustos más mainstream. Algo parecido a lo que ocurre en otros campos, como el cine: parece como si la excelencia de un disco requiriera de una considerable distancia con respecto a su popularidad, y la veneración de las masas supusiera la vulgarización de la propuesta a los ojos de los formadores de opinión. Nada nuevo, desde luego, que no hubiera ido mucho más allá de lo anecdótico (el hecho -sorprendente para muchos, para otros quizás no tanto- de que Manrique pusiera a la cabeza de su selección el “19 Días, 500 Noches” de Joaquín Sabina) si no hubiera servido para deslizar alguna sombra de sospecha sobre la imparcialidad del resultado. En palabras del propio Manrique: “podría sospechar que los responsables de RDL han decidido prescindir de Sabina. Sssh, que nadie se escandalice: he visto en otras revistas cómo se acicalaban los resultados de consultas similares”. Y aquí se ha liado la cosa, porque bien distinto es señalar el -algo de razón tiene el hombre- esnobismo de una publicación que sabe la distancia que saca a sus competidoras, y otra bien distinta emborronar su aniversario, con la acusación de algo tan feo como hacer trampas.

En fin, ignoro si lo de marcar a Sabina como el autor del mejor disco publicado ¡en todo el mundo! en esos treinta años eran ganas de provocar o no, (me inclino a pensar lo segundo: creo que de veras lo piensa, lo cual es muy respetable),  pero desde luego, lo que es salir en la lista de RDL, no salió. Pero es que al día siguiente de la publicación del mencionado artículo, la cosa empezó a degenerar; el firmante del mismo interviene en un chat del mismo periódico, y  se reafirma en sus sospechas:

lo que yo planteaba es si habían sido borrados del cómputo de votos (como se ha hecho siempre, al menos en otras revistas que he podido conocer) o si los participantes en la encuesta están tan distanciados del gusto principal del público español que jamás se acordarían de esos artistas. En las últimas horas, me han escrito algunos participantes que aseguran que también ellos votaron por “19 días y 500 noches”, lo que me hace sospechar que… [el Gabinete Legal del periódico me pide que no siga por ahí...¡es broma!].”

La reaccion de Rockdelux no se hace esperar, a través de su cuenta de Twitter. A la inicial

Diego A Manrique miente cuando dice que varios colaboradores le han dicho que han votado a Sabina. Solo lo hicieron él y Rafa Cervera.”

no tarda en seguirle, en un tono algo más imperativo.

Esperamos una aclaración, Diego. Ya está bien de tanta basura.

y aún una posterior:

Manrique, esperamos que rectifiques claramente la mentira que lanzaste en el chat. Daña nuestro trabajo. Seguimos esperando expectantes.”

Juan Cervera (director de redacción de RDL) también pone su granito de arena desde su cuenta personal en Twitter:

Puedes “sospechar” lo que quieras @DiegoAManrique, pero tu afirmación en el chat es falsa. Y eso no lo puedes “embellecer”.

El aludido no se ha quedado callado. En su cuenta de la mencionada red social, hoy mismo manifestaba como seguía esperando una respuesta de Rockdelux: “dos días y no aclaráis mi sospecha: ¿se embelleció la lista o esos discos raros entraron honestamente?“, y aún apoyaba su tesis con la difusión de este artículo de Julio Valdeón, en la revista musical efeeme.

Bien, vamos a dejarlo aquí. Ya podéis imaginar que al debate, quizá demasiado arisco para lo que es habitual en este campo, se han sumado muchas voces, con opiniones mucho mejor fundamentadas que la de un servidor, y en muchos casos, para posicionarse en uno u otro bando. Dicho lo cual (lejos de mi intención el convertir esta entrada en mera difusión del rifirrafe), me gustaría terminar con algunas reflexiones al respecto de esta cuestión -siempre polémica, y desde luego hoy más de lo habitual- de las dichosas listas, más allá de la polémica de si se hicieron de una forma u otra. Rockdelux podría zanjar, de una vez por todas y si quisiera, este debate un tanto enfangado con la publicación de los votos individuales de los participantes en la encuesta, pero imagino que no lo hará, por una simple cuestión de orgullo. De cualquier modo, como digo ésta me parece la cuestión más irrelevante, y más interesante me parece en cambio reflexionar sobre el sentido que tiene hacer estas listas.

1. Las listas deberían ser algo DIVERTIDO, de hacer y de leer. Como ya comentaba anteriomente, hay que tomárselo como lo que es: una propuesta que abre debates, más o menos apasionados, pero que en modo alguno debería generar el mal rollo que existe ahora mismo, que ya teníamos bastante con el affair Lenore. Desde el reconocimiento hasta la objeción (sólo faltaba, no hay por qué estar de acuerdo), hay que entenderlo como una selección, por naturaleza subjetiva y abierta a infinitas hipótesis: ¿No sería mucho mejor si en vez de este disco de este autor hubiera ido aquel otro? ¿Por qué meten este álbum que a mí me parece tan insportable, y en cambio omiten…? Somos muchos los lectores que, en gran medida, compramos este tipo de publicaciones como un entretenidísmo pasatiempo que nos permite  refrescar discos que teníamos olvidados. Pero también, y esto es importante, para descubrir álbumes que, por un motivo u otro, hemos ignorado hasta la fecha. Y aquí es donde entra el segundo factor que me parece relevante: el sentido DIDÁCTICO de las listas. Aprendemos de ellas, claro que sí. Nos interpelan a sumergirnos en géneros a los que no nos hubiéramos acercado ni con un palo, y a enfrentarnos a las obras de autores contra los que sin saber muy bien por qué, habíamos levantado una muralla de prejuicios. Nadie dice que deban redefinir nuestros gustos, desde luego, pero si tengo que elegir entre verme recompensado con una lluvia de estrellas sobre mis discos de cabecera, o la aventura de tener ante mí el mapa de exploración de tierras desconocidas, yo por lo menos lo tengo claro.

2. Las listas sólo hay que tomárselas en serio cuando están realizadas por alguien con una reconocida AUTORIDAD  en la materia, y en este caso creo que a RDL le sobra. No voy a reiterar lo que he dicho antes acerca del papel fundamental de la revista en el desarrollo del gusto estético de sus lectores, pero por muy elitista que pueda parecernos a veces su línea editorial, eso en modo alguno la invalida para hacer unas selecciones, que serán -por poner un ejemplo- mucho más rigurosas que las que hace un menda en su blog. Ojo que no estoy diciendo que sean infalibles: no lo son, y menos aún cuando con el paso de los años hemos visto como su actitud snob hacia algunos artistas exitosos (el ejemplo más claro es Radiohead) se ha redefinido como algo cercano al reconocimiento. Santi Carrillo lo dice de una forma más elegante :”en Rockdelux no existen las verdades eternas”. Sin entrar en si existen o no, yo sólo digo que alto su grado de fiabilidad, por una simple cuestión de trayectoria, debería ser considerada.

3. Quizás el sistema elegido para la confección de la lista (lo de limitar a 50 discos por votante para una lista de 300) no sea perfecto, pero en modo alguno lo invalida. Es más: creo que resulta evidente que es mucho más sencillo emitir juicios sobre una lista de 300, confeccionada entre muchos, que enfrentarse al dificil trago de elaborar una lista propia de tan sólo 50 discos.. no me gustaría verme en ese brete. O tal vez si me gustaría, pero no desde luego, para verla sometida después al juicio crítico de los demás. La publicada se nos hace extraña, claro: no podía ser de otra forma. Tres discos de Kanye West, otras tantos de Nick Cave, ninguno de…  La cuestión de fondo sigue siendo la misma: ¿Qué esperamos de los resultados? ¿Simplemente un reflejo de lo mucho que nos gustamos, o algo más? ¿Son buenas o malas las listas, en la medida en que nuestros gustos se sienten identificados? El sentido común me dice que no debería ser así. De modo que, por mucho alejamiento que exista (y seguirá pasando) entre lo que nos gusta, y lo que leemos en la lista de RDL, deberíamos tomarlo como una oportunidad, superando esa inevitable sensación de incomodidad que produce leer “la lista de los 300 discos que deberían gustarte más que los que realmente  te gustan“, para convertirla en una plataforma hacia nuevos descubrimientos.

4. Acabo, como no, con una canción, relacionada con este tema. Y es que, como ha quedado claro (creo), existen tantas listas como lectores, y aunque no me he puesto (aún) con la mía, es obvio que existirían muchas diferencias. La primera y fundamental, es que la de un servidor estaría inevitablemente lastrada por mi evidente predilección por el pop, tan perjudicial o inofensiva como puede ser el tenerla hacia el hip-hop o la world music. Pocos discos de estos dos géneros (¿ninguno?) aparecerían en una selección confeccionada por mí, de modo que bienvenidas sean las listas confeccionadas por tantas personas con gustos tan diversos. Además, la cuestión generacional no puede eludirse: es absolutamente normal que la gente de mi quinta valore algunos discos de una forma que gente más mayor, o mucho más joven (eso me ha fastidiado escribirlo) no puede valorar. Por el amor de Dios, que no es una carrera de coches que se dirime en una mañana: es una competición ficticia entre vehículos que llevan circulando 30 años, con 119 jueces de línea. Tampoco nos empeñemos en querer sacar un foto-finish. Y luego está la cuestión de la comentada ” línea editorial” de Rockdelux: que a mí me chiflen “Moon Safari“, “Wolfang Amadeus Phoenix” o “Turn On The Bright Lights“, no significa que en modo alguno esperara que los responsables de aquella revista los incluyeran en su selección. Ni en la repesca lo han querido, oiga. Pero no vamos a enfadarnos por eso ¿no?.

Sí que me han sorprendido algunas omisiones, por ser precisamente propuestas no demasiado lejanas a los gustos de sus responsables. ¿Nada de XTC, ni siquiera en la adenda final? Qué raro. ¿The Clientele, Butcher Boy, Hot Chip, The Divine Comedy, The Last Shadow Puppets, Villagers…? Ni rastro. Y desde luego, la que más me “duele”  (fijaos bien: lleva comillas) de todas: la ausencia de “Pacific Street “, de The Pale Fountains, un disco que ya apareció comentado por aquí a propósito de la sublime “Reach“, y que va a poner de nuevo fondo musical a esta larguísima entrada. Porque esto de la música es una cosa estupenda que hay que tomarse muy en serio, y esas canciones, todas ellas, importan; pero el hecho de que finalmente queden incluidas o no en una lista, no añade -no debería- ni resta nada a lo muchísimo que las amamos. Y desde luego, no vale la pena -”(Don’t Let Your Love) Start A War“- empezar una guerra por ellas.

Publicado en: Greatest HitsEtiquetado: 1984, Indie Pop, Pacific Street, The Pale Fontains, VirginEnlace permanenteDeja un comentario

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