Revista Cultura y Ocio

Doña Sancha de Aragón, La cautiva de los Borgia: Quinta Parte

Por Ladycaroline
A Sancha se le reconoció su soberanía y abolengo en la corte papal, pero apesar de ello, sabía que era un mero títere en las manos de su nueva familia y su función basicamente en el Vaticano consistía en apaciguar las relaciones de Alejandro VI con el reino de Nápoles. La intención del Papa no era otra que la de asegurarse un aliado frente a los posibles conflictos con las naciones vecinas. Como veremos más adelante, Su Santidad poseía un carácter muy inestable y cambiaba de partidarios conforme sus intereses y maniobras políticas.
Lejos de mostrarse enojada ante un matrimonio de conveniencia, Sancha se adaptaba como podía a la vida marital, no odiaba ni maltrataba a su marido, todo lo contrario, lo apreciaba incluso demasiado y lo defendía a medida de su alcance. No obstante, no le prodigaba ese sentimiento tan sublime que nos oprime el alma: el amor. Una mujer dotada de un fuerte carácter con ella, solamente sería capaz de amar a un caballero más rebelde y despiadado. Ahí es cuando entra en escena su cuñado, César Borgia. El hermano de su esposo poseía todas esas cualidades, hasta en demasiada abundancia, que ella esperaba de un hombre. Su sangre bullía de deseo por el todavía cardenal Borgia y no dudó en entregarse a vivir una arriesgada aventura amorosa a su lado.
Doña Sancha de Aragón, La cautiva de los Borgia: Quinta ParteCésar Borgia por Altobello Melone (Accademia Carrara, Bérgamo).
¿Pero quién era ese enigmático personaje?
Al parecer, César Borgia (1475-1507) a sus veintiún años era un irresistible galán. Esbelto, ágil, de pelo castaño, piel morena, frente despejada, ojos oscuros y profundos, era el prototipo de hombre ideal para cualquier mujer. Sus modales era exquisitos, aunque fríos, su intachable y distante cordialidad y cierto aire distraído escondían deconfianza y misterio. Tal vez esta era la razón por la cual resultaba tan enigmático ante los ojos de las damas. Estaba dotado de una gran fortaleza y de un extraordinario vigor físico: se cuenta que doblaba con las manos lanzas y barras de hierro, cazaba desde la mañana hasta la noche y sobrellevaba cualquier adversidad sin inmutarse. Su virilidad no tenía nada que aspirar a la de su padre; tuvo muchas amantes a los largo de su vida, entre ellas Sancha de Aragón, a las que algunas siguió manteniendo cuando sucumbió a la sífilis, para entonces se vió forzado a llevar guantes y a ocultar la cara para tapar las repulsivas llagas.
Sin embargo, su entrega a los placeres no le impidió destacarse en sus estudios, coronados por una licenciatura en derecho canónico y civil, lograda entre los dieciséis y los diecisiete años. Su padre proyectó para él una carrera eclesiástica, como era tradicional para el segundón de las familias nobles, en tanto que su hermano Juan, nombrado duque de Gandía, ocuparía el cargo de capitán general de los ejércitos pontificios. Antes de cumplir los veinte ya era arzobispo de Valencia y poco después cardenal.
El día de Pentecostés, 22 de mayo de 1496, se celebraba en San Pedro una función a la cual había acudido el papa con su corte cardenalicia y todas las mujeres de la casa borgia, con Lucrecia y Sancha a la cabeza. Presidía el oficio un capellán español, que se sentía muy honrado por predicar en un ambiente tan distinguido con era la corte papal. Su sermón resultó bastante aburrido para los oyentes, las mujeres que permanecían de pié, se fatigaban , y todos incluído Alejandro VI, estaban impacientes y no veían la hora que el sacerdote concluiera su cometido.
De repente, en aquel ambiente repleto de semblantes hastiados, algo de movió, y se contempló a Sancha y a Lucrecia, con sus vestidos que entre grandes pliegues no conseguían ocultar la agilidad de sus cuerpos, subir a los asientos de los canónigos de San Pedro donde solían cantar los Evangelios. Las doncellas que las acompañaban siguieron sus ejemplos y se reunieron con sus señoras. Hubo un gran bulício en el sala mientras ellas se acomodaban, se arreglaban los vestidos, se saludaban con risas y sonrisas, figiendo que les importaba lo que decía el predicador, mientras que los demás estaban estupefactos ante su conducta, pero que al mismo tiempo la consideraron muy divertida. De lo que no había duda, era que la rebeldía de Sancha ya se dejaba notar, la idea de desplazarse de sitio, según parece, había sido suya y Lucrecia muy a gusto se había limitado a seguirla en su propósito.
Doña Sancha de Aragón, La cautiva de los Borgia: Quinta ParteAutógrafos y firmas de Julia Farnesio, Adriana Mila, Vanozza Cantanei y Sancha de Aragón (el suyo es el último del extremo derecho). Archivo Secreto Vaticano.
Bibliografía:
Bellonci, María: Lucrecia Borgia, su vida y su tiempo, Editorial Renacimiento, México D.F., 1961.
Gervaso, Roberto: Los Borgia: Alejandro VI, el Valentino, Lucrecia, Ediciones Península, Barcelona, 1996.
http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%A9sar_Borgia

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