Revista En Femenino

Donde dije digo... acabo siempre diciendo Diego.

Por Mamaenalemania
Debería de haberlo sabido. Digo yo, vamos, que para eso me veo la jeta a diario desde hace treinta y dos años y me conozco mejor que nadie.
Y es que basta con que, toda flamenca, haya yo puesto a Gott por testigo de algo, que lo tenga repetido hasta la saciedad o que se lo esté recordando a diario a mis congéneres, para que acabe incumpliéndolo.
No falla, oigan.
Bien lo saben mis polluelos, que escuchan cientos de veces al día aquello de que me voy a enfadar - acoletillado al caer las tardes por un lo digo en serio guturalísimo pero, visto lo visto, nada convincente.
Lo intuye el Maromen, al que a menudo encarantoño con promesas de varios rombos si acuesta él a la prole, para mutar en orco roncante nada más rozar la almohada.
Y mis padres, pues qué van a decir ellos, que me han escuchado jurar y perjurar que nunca jamás me casaría ni mucho menos tendría hijos, y ya sabemos todos (carraspeo general) cuál es mi actual tesitura.
Mas sobre este tema en particular, del que con humildad vengo hoy a desdecirme, tentados estuvieron de creerme en tropel. Supongo que el hecho de ir regalando o desechando absolutamente todo lo que ya no usaba podía interpretarse como señal inequívoca de mi férrea determinación; y también, claro está, mi súperconvincente actitud durante la planificación de esa casa que nos entregan ya en unas semanas - y que, por cierto, en parte es la que me tiene secuestradas la atención y las energías.
He madurado mogollón, le espetaba al mundo soberbia, si he dicho que me planto, es que me planto.
Luego no sé muy bien qué me pasó, si se me cruzaron los cables a mí o es que a mi teutón la barba le favorece demasiado, o las dos cosas a la vez. El caso es que, hace unos meses, me pillé melancólica mirando los pies del pequeño, que a sus tres años ya tienen forma de lo que son y prometen pestilencias adolescentes y le susurré al Maromen, así sin pensarlo mucho, ¿y si tenemos otro?
Cualquiera en su sano juicio habría dudado de mi estado mental, enumerado las ventajas de las que disfrutamos ahora con los niños desapañalados y las noches del tirón, los al fin posibles endiñes a las abuelas y las escapadas románticas, los enchufes liberados de carcasas protectoras y la próxima mudanza. Me habría dicho que ni de koñen. O habría, simplemente, esperado a que dejase de ovular.
Pero el Maromen, señores, debe ser que tiene el juicio deteriorado, por mí o por esta vida rústica que llevamos, ya qué más dará, porque me contestó, escueto como es él, que vale.
Vale. Ahí, con un par.
Hay días que yo misma reconozco mi chaladura y me pongo a temblar. Y otros, como hoy, en los que me noto las ganas de que llegue agosto y ponerme a olisquear al próximo polluelo o polluela que a bien hemos tenido elaborar.
Eso sí, no pienso jurar que este es el último. Por si las moscas.

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