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Dos de espías berlineses (I): Target (1985)

Publicado el 05 noviembre 2012 por 39escalones

Dos de espías berlineses (I): Target (1985)

La figura de Arthur Penn es imprescindible para entender la transformación que vivió el cine norteamericano durante el periodo que puso fin al sistema de estudios (finales de los cincuenta y principios de los sesenta, aunque fruto de un largo proceso inciado en los cuarenta con la duración limitada de los contratos de las estrellas determinada por los tribunales a raíz de los casos, por ejemplo, de Bette Davis, Olivia de Havilland o Joan Crawford, y con las leyes que pusieron fin al monopolio en la distribución y exhibición), el final del Código Hays (1967) y el nacimiento y la muerte prematura del llamado Nuevo Hollywood que tanto prometía y que murió fulminado por obra y gracia de los contables y ejecutivos bancarios que sacrificaron la creatividad en aras del éxito de los blockbusters (no es de extrañar que este término, originariamente, designara a un tipo de bomba utilizada en demoliciones). Es decir, que Arthur Penn, como otros de sus contemporáneos, vivió de cerca, protagonizó, el proceso que llevó a las películas desde la denominación de pictures del periodo clásico (asociada a la creación artística), pasando por la de films de la era del cambio (asociada al concepto de autoría personal), a la de movies de hoy (asociada al entretenimiento banal, infantiloide, olvidable, a los videojuegos y al cine-pasatiempo, a la inmensa mayoría del cine de hoy calificable como morralla). Como tantos otros de sus camaradas de oficio, Penn vivió en los sesenta y setenta una eclosión creativa y artística apoyada desde los nuevos productores hollywoodienses -El zurdo (1958), El milagro de Ana Sullivan (1962), La jauría humana (1966), Bonnie & Clyde (1967), Pequeño gran hombre (1970), La noche se mueve (1975)…- que resultó truncada con la llegada de los ochenta, cuando su volumen de producción y la calidad de la misma se resintieron a causa de las limitaciones presupuestarias derivadas de los nuevos intereses financieros que controlan el cine desde entonces. Su cinta más salvable de los ochenta es Target: Agente doble en Berlín, protagonizada por Gene Hackman, uno de sus actores favoritos, y un joven Matt Dillon, un thriller de espionaje y drama de sentimientos, a ratos vibrante, a ratos rutinario, cuya premisa inicial resulta bastante poco creíble y que funciona solo a medias.

Walter Lloyd (Hackman) es un típico padre de familia americano de una localidad de Texas. Su esposa Dona (Gayle Hunnicutt) está a punto de iniciar un viaje de trabajo a Europa, y su hijo Chris (Matt Dillon) anda en esa edad difícil en la que debe elegir un camino para su vida futura, en ese punto de tensión continua, de alejamiento y acercamiento respecto a sus padres, o mejor dicho, respecto a su padre. El matrimonio de los Lloyd parece tener luces y sombras, no se sabe si el hecho de que Walter no acompañe a su esposa en su viaje se debe a que ambos pretenden darse un tiempo o porque no hay nada ya que pueda recomponerse. La cuestión es que esta inestabilidad que se percibe bajo el aparentemente plácido entorno familiar perfectamente estructurado como en las teleseries americanas de perfil bajo está a punto de verse sacudida: Dona es secuestrada en Europa, y este hecho abre una puerta al pasado que el joven Chris nunca hubiera sospechado y que le obliga, a través del viaje que emprenden tras sus pasos por distintas ciudades europeas, a replantearse su identidad, a aceptar unos cambios radicales en su vida que lo convertirán, literalmente, y no solo en cuanto a su proceso de madurez, en una persona distinta.

La película transita por distintas localizaciones del continente, con preferencia por París, Hamburgo y Berlín, donde tiene lugar el meollo principal de una trama que pronto gira del mero conflicto familiar de índole particular a una intriga de interés internacional con espías y agentes de diversos países implicados en un tejido de relaciones y antiguas misiones realizadas por el antiguo agente de la CIA Duncan “Duke” Potter, ya retirado, y que tienen su origen en las representaciones diplomáticas norteamericanas en Europa. Penn, con un guión de Howard Beck y Don Petersen que bien pudiera novelarse y venderse en alguna edición de tapa blanda como best-seller barato o como lectura intrascendente, crea una película de espías canónica, excepto en lo cogido por los pelos de la premisa inicial, una variante no del todo creíble ni interesante, que transita por los lugares comunes de este tipo de películas: un agente que intenta construirse una vida normal a su medida, abandonar el mundo de secretos, traiciones, muertes y remordimientos en el que ha desarrollado su carrera profesional, y que se ve obligado a volver a la lucha, esta vez por proteger a su nueva familia, todo ello entre persecuciones a toda velocidad por las calles europeas (fenomenalmente rodadas, con excelente pulso y ritmo), carreras, amenazas, tiroteos, falsas identidades, traiciones, complots, verdades a medias, mentiras completas y, en este caso, un análisis superficial de las relaciones padre-hijo. El principal problema de la cinta es que vulnera la premisa detonante: el conflicto familiar, la chispa que pone en marcha la trama, es tratado con ligereza, muy por encima; no solo Dona es un mero MacGuffin -valga la referencia hitchcockiana-, carente prácticamente de todo protagonismo, incluso de importancia real, en una trama que pronto deriva hacia otras latitudes y en la que ella conserva un papel meramente testimonial, a pesar de que el clímax final, algo previsible pero muy bien elaborado, tenga que ver con su puesta en libertad, sino que esas relaciones padre-hijo que han de resultar consustanciales a la trama de acción se basan, quizá demasiado, en un cliché, en una versión un tanto plana y esquemática del clásico conflicto generacional, sin que el extraño e infrecuente entorno en el que tiene lugar su forzoso reencuentro, la necesidad de compartir tiempo y vivencias juntos, algunas muy arriesgadas, le sirva a Penn para ahondar psicológicamente en la situación de los personajes, en su mente y en sus contradictorios sentimientos.

El aspecto de acción y violencia está mejor desarrollado, aunque con las habituales peripecias y los consabidos giros que hacen de estas historias algo increíble (por más que en la vida real en situaciones de esta clase haya vivencias que todos catalogaríamos de igual manera), con disparos, muertes, persecuciones, trucos, engaños y demás secuencias vertiginosas que incluyen la presencia de asesinos fríos y metódicos, esbirros de gran tonelaje, mujeres interesantes y apetitosas con lengua de víbora, ancianos diabólicos y conspiradores profesionales, a pesar de que la puesta en escena de la conclusión última resulte más que acelerada y, sobre todo, exagerada. La dupla protagonista, aunque no parece la más idónea para interpretar estos personajes, cumple con efectividad; Hackman está perfecto, como siempre, por más increíble que pueda resultar a la vista del pasado que de él se nos cuenta, y Dillon, que venía de y caminaba hacia un cine muy diferente, lejos del concepto palomitero en el que podría encuadrarse este filme,  al menos no desentona, manteniendo el tipo aun a costa del confuso desarrollo de su personaje y de sus comportamientos a veces inexplicablemente inmaduros y otras excesivamente “profesionales”.

Con todo, una historia muy entretenida -dicho sea como virtud, especialmente en estos tiempos- repleta de alicientes narrativos, carente un tanto de carisma y de atractivos visuales más allá de las localizaciones europeas del rodaje por culpa de sus maneras casi televisivas que la han hecho envejecer estéticamente de una manera casi exasperante, contada con cierta prisa en la presentación de la acción y en los cambios de situaciones pero dosificando correctamente la información al espectador para que no pierda pie y tenga una exacta impresión del tamaño de la boca del lobo a la que se aproximan los personajes. Una película que sobrevive gracias al oficio de Penn, a su capacidad para contar historias, a dotar de dinamismo e interés un material en inicio poco sólido, que gracias a su pericia compone una intriga interesante, por momentos incluso absorbente.


Dos de espías berlineses (I): Target (1985)

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