Revista Cine

Dos días, una noche

Publicado el 02 noviembre 2014 por Apetececine

Por Josemanuel Escribano 

Dir. Jean-Pierre y Luc Dardenne Pro.: Jean-Pierre y Luc Dardenne, Denis Freyd Gui.: Jean-Pierre y Luc Dardenne Int.: Marion Cotillard, Fabrizio Rongione, Pili Groyne

Los hermanos Dardenne ocupan un lugar capital en el cine europeo contemporáneo. Han dirigido –y han escrito y producido- películas importantes, comprometidas y hermosas como Rosetta (1999), El hijo (2002), El silencio de Lorna (2008) y El niño de la bicicleta (2011). En sus argumentos no hay héroes –tampoco villanos- ni aventuras extraordinarias en lugares exóticos; a menos que entendamos por tales las vidas de las gentes que luchan a brazo partido por salir adelante en cualquier rincón de algún país como el nuestro. Gente corriente, que casi siempre correría el riesgo de pasar desapercibida, si no fuera por la decidida mirada de estos cineastas.

DOS DÍAS, UNA NOCHE
Por ejemplo, esta protagonista de Dos días, una noche. Sandra es una joven madre y trabajadora. Su vida no es fácil; acaba de salir de una depresión y, cuando trata de reincorporarse a la fábrica, se encuentra con una horrible situación: el director no quiere readmitirla y ha ofrecido al resto de los obreros asumir su trabajo entre todos, a cambio de una prima de mil euros. Los compañeros han votado –es verdad que bastante influidos por el jefe de personal- y han decidido aceptar la propuesta de la empresa. Y Sandra se va a quedar en la calle.

Su desolación es infinita. Solo encuentra una remota esperanza cuando una compañera se ofrece para ir con ella a ver al director, contarle los manejos del jefe de personal y pedirle que se repita la votación. Casi con sorpresa, Sandra ve cómo el hombre accede; y tiene entonces un fin de semana por delante para hablar con sus colegas y conseguir que cambien de opinión y se pongan de su parte, aunque para ello tengan que renunciar a la prima. Son dieciséis empleados, así que necesita asegurarse al menos el voto de nueve para tener mayoría.

Y empieza entonces un angustioso peregrinaje puerta a puerta, cara a cara. De algunos compañeros, Sandra no sabe ni el teléfono, ni dónde viven, por lo que el comienzo es doblemente dificultoso. Poco a poco, va consiguiendo localizarlos, e incluso arrancar alguna vaga promesa de aceptar la nueva votación y reconsiderar la primera opinión. Pero el plazo parece demasiado corto: sábado y domingo son dos días complicados para recorrer la ciudad de punta a punta, encontrar a sus interlocutores y llamar a su puerta y a su corazón.

DOS DÍAS, UNA NOCHE
A Sandra la anima y acompaña su marido, pero cada vez es ella, sola, quien ha de hablar, explicarse y tragarse como puede el orgullo, el miedo y la desesperación. Lo que encuentra es todo un mundo: la condición humana se despliega ante sus ojos –y los del espectador- como un abanico en el que se muestra la sorpresa, la incredulidad, el egoísmo y hasta la brutalidad; pero también la comprensión, la lealtad y la generosidad. En sus vaivenes por las calles, seguida por el ágil objetivo de los Dardenne, la joven recibe respuestas dictadas por el agobio de la crisis y los problemas familiares, el maltrato conyugal y la precariedad de la inmigración… Y ella nos muestra a todos la fortaleza, el valor y la dignidad de la persona, aunque sea en un camino sembrado de las minas de la duda, la tristeza y la tentación mortal. Todo eso está en este magnífico relato que escribe esa cámara decidida y ágil –como decía más arriba- pero también inteligente, reveladora y solidaria: las cualidades que elevan el cine de Jean-Pierre y Luc Dardenne a la categoría de lección moral y de obra magistral imprescindible.

Esta vez, además, han tenido de protagonista a una estrella, lo que no es habitual en su cine. Claro que, en realidad, Marion Cotillard no es una estrella, es una actriz: una extraordinaria actriz, dúctil, potentísima en su aparente fragilidad, sincera y versátil, capaz de ser inmigrante polaca o diosa de la costura, inválida o bailarina, sueño fugitivo o heroína de leyenda; dueña de una fotogenia cautivadora y de una fuerza que atraviesa la pantalla. Es capaz de interpretar hasta de espaldas a la cámara; y cuando la mira, el objetivo se llena de verdad y de hondura: una maravilla.


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