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Dr. Strange – ¡Desfibrílame el alma, Benedict!

Publicado el 28 octubre 2016 por Maresssss @cineyear

Para quien es fiel seguidor de ese mundo de viñetas, innumerables historias e infinitud de posibilidades que es el Universo Marvel, el Doctor Strange no debe suponer ninguna rareza, sino otro jugador más de la primera división superheroica, conocido y familiar. Un clásico. Pero para quien no conoce ese mundo mucho más allá de los archiconocidos Vengadores, los X-Men o los Cuatro Fantásticos, este personaje resulta, como poco, enigmático. Diría que incluso desubicado.

Strange ¡Desfibrílame alma, Benedict!Dr. Strange – ¡Desfibrílame el alma, Benedict!

Superpoderes y magia, ¿por qué quedarse sólo con uno?

Su aspecto de ilusionista de cabaret, su capa roja y su look de aristócrata del siglo XIX difieren mucho del aspecto de superhéroe guerrero, atlético y a menudo uniformado al que se nos tiene acostumbrados. Pero no sólo se trata de la cáscara. Que el Doctor Strange beba de poderes arcanos y que, por decirlo así, su superpoder sea la magia, lo aleja del concepto tradicional del superhéroe, que adquiere una serie de capacidades extraordinarias tras un accidente, como fruto de un periodo de crisis o porque forma parte de una raza sobrehumana, antes conocida como mutantes.

Tan sólo, que siempre fue también un personaje peculiar, sin a priori demasiada afinidad con el resto de héroes (¿un dios nórdico junto a un doctor genéticamente inestable o un chaval picado por una araña radioactiva? ¿a nadie le parecía raro?) comparte buena parte de esos rasgos distintivos, aunque al final haya sido aceptado sin ningún tipo de problema como un vengador más.

Strange ¡Desfibrílame alma, Benedict!
Dr. Strange – ¡Desfibrílame el alma, Benedict!

Ahora en serio, ¿a quién se le ocurrió el logo? Es un p*to balón de basket

Y aquí es donde, precisamente, está lo interesante. Toda esta extrañeza, todos estos puntos disonantes para con el concepto clásico del superhéroe son lo que apuntala el interés hacia este nuevo fichaje cinematográfico de Marvel. La introducción de la magia (revestida de filosofía marcial oriental) contextualizada y enmarcada en el Universo Marvel con habilidad y maestría -como quien encaja una pieza de puzzle en un cubo de rubik y descubre, para sorpresa de todos, que encaja a la perfección- abre las posibilidades a nuevas dimensiones (de modo más literal que figurativo) y añade un nuevo nivel de complicación a la supertrama que ya venimos siguiendo a lo largo de las tres películas corales de Los Vengadores y sus numerosas precuelas individuales.

Por supuesto, nada de esto gozaría de tal interés si no fuera porque Benedict Cumberbatch es, sencillamente, genial. Una mezcla coctelera de Dr. House y Tony Stark, repleto de egolatría y sarcasmo, que aporta sus punzadas de humor gamberro allí donde hace falta. Nada nuevo, por otro lado, ya que se trata del perfil psicológico favorito de una incipiente cantidad de protagonistas últimamente.

Nada nuevo, tampoco respecto a la trama.

Strange ¡Desfibrílame alma, Benedict!
Dr. Strange – ¡Desfibrílame el alma, Benedict!

Como me vuelvas a llamar Neo te pego con el sello.

Doctor Strange es el cuento sempiterno del viaje del héroe, ése que hemos visto tantas y tantas veces y que, precisamente por eso, funciona a la perfección. El espectador lo tiene muy fácil para averiguar cuál será el próximo movimiento: la estructura general es la de siempre. Héroe dormido, con cierta habilidad especial, recibe la llamada a la aventura -por uno u otro motivo- y emprende una búsqueda que, representada mediante hazañas externas, no es sino la lucha interna de la superación, el autodescubrimiento, la derrota del propio ego y la final obtención de un nuevo poder, que lo transforma y lo despierta a la heroicidad.

Por el camino, todos los estereotipos de la hazaña heroica, que aportan saber, experiencia e instrumentos al protagonista para que complete su objetivo personal, enmarcado -generalmente al margen de la voluntad de éste- en un objetivo superior: la necesidad de solucionar un conflicto mayor, de proporciones globales (más bien interglobales, en este caso).

Dicho esto, es justo señalar que Doctor Strange contiene suficientes sorpresas argumentales y algún que otro giro inesperado respecto a las reflexiones morales y la integridad de las causas por las que se lucha (ambos elementos fundamentales en toda batalla entre héroes y villanos que se precie) como para ser una película refrescante, dinámica y entretenida, más allá de los fuegos artificiales, a los que nuestro ojo saturado de trucos y efectos tarda poco en acostumbrarse.

Strange ¡Desfibrílame alma, Benedict!
Dr. Strange – ¡Desfibrílame el alma, Benedict!

Los malos también lloran. Y se les corre el rimel igual.

Unos fuegos, por cierto, deliciosos desde el primer momento. Ya el tráiler nos descubría que la cosa iría por los derroteros del juego espacial y altas dosis de geometría imposible. Una delicia efectista. Scott Derrickson, su director, se estrena así en este género con solvencia y sin despeinarse, cumpliendo con los parámetros del cine blockbuster más convencional y aderezándolo con la suficiente originalidad visual como para mantener el interés estético sin olvidarse del argumental.

Para terminar, y tras concluir que Doctor Strange es el fondo de siempre en una forma distinta, sólo añadir que toda la parafernalia emotivo-afectiva resulta de lo más floja y perezosa. Una vez se despoja a la chica de su valor como catalizadora parcial del inicio de la aventura, parece que el conflicto sentimental se prostituye, esclavo de los vaivenes de la acción y la broma fácil.

Quien diría que, a veces, ni todo el poder arcano interdimensional del mundo puede equipararse con la electrizante capacidad revitalizadora de un desfibrilador, en manos de una buena enfermera.

Leer más en: Críticas, El despacho del Master


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