Revista Cine

‘Drive’, la historia de un hombre tranquilo

Publicado el 14 enero 2012 por El Ninho Naranja @NinhoNaranja

‘Drive’ podría considerarse un western moderno, una composición formal impecable y un film cuyo metraje no rueda, acontece. Es un espectáculo visual perfecto, milimétrico. Podría considerarse muchas cosas, pero sólo es una película. Una gran película, eso sí. Os parece poco?

Ryan Gosling, es un conductor de atracos en 'Drive'

Con un lenguaje fílmico tal vez demasiado lento (pero necesario) y con un marcado interés por los silencios, aquellos que dicen más que acallan, Nicolas Winding Refn compone una película casi instrumental .

Heredera de mucho cine, desde Walter Hill hasta Sergio Leone y sus personajes sin nombre, dejan su impronta y su huella cinematográfica en este director que cuida al detalle cada plano, cada mirada, con una sutil fotografía y perfecto apoyo en la música desnaturalizada e incómoda de su banda sonora, para convertir una historia sencilla en un peculiar descenso a los infiernos, sin guía, sin anestesia. Con todo el peso de la conciencia que le provoca al ser humano, ser el partícipe de su propia caída. Como el escorpión que no puede evitar picar a la rana que le transporta hacia el otro. Como un forajido solitario, un paso más allá de donde la línea roja prevenía darse la vuelta.

El conductor, un especialista de cine que mata las horas transportando a todo tipo de clientes al otro lado de la ley, de un punto a otro de la ciudad, sin que ellos ni sus preciados botines, sean presa de la policía o de un envalentonado guardia de seguridad, es un profesional impecable, perfecto, exacto como un reloj suizo. Inmutable como un arcángel, sin alas. Herido.

Ryan Gosling es ese hombre sin nombre, anacrónico, desfasado, como la mueca del pistolero del Oeste, que cambia el palillo de lado en la comisura de los labios. Un actor pasmado ante un personaje que lo pide a gritos, hecho para ser vestido por un tipo con la cara impasible, adusto, a mitad de camino entre un chico desvalido y un asesino sin escrúpulos.

Y mientras tanto la película ha seguido pasando. Y por ella han aparecido Albert Brooks, un histriónico Ron Perlman y un estrafalario Bryan Cranston que le han aportado al film su granito de arena sesgado, clichés esperpénticos del cine de mafiosos. Pero a la europea. Muy nórdico todo. Muy frío. Como la cara de su actor protagonista.

Por favor, que nadie espere una continuación del cine americano de persecuciones en carretera  y Nicholas Cage robando coches en menos de un minuto. Esta película tiene más de Lars von Trier que de Jerry Bruckheimer y sin embargo no desfallece ni un ápice de su tensión contenida de cine negro.

Tal vez se os haga lenta, o no, depende que como acertéis a modular vuestros tensionados nervios a la pasividad de un hombre tranquilo. A punto de estallar. Un segundo antes de su día de furia.

 
 

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