Revista Sociedad

Droga, petróleo y guerra

Publicado el 11 septiembre 2013 por Un_elemento @yometiroalmonte
por Peter Dale Scott
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El siguiente discurso lo pronuncié en una conferencia sobre la OTAN que se organizó en Moscú el año pasado. Fui el único orador estadounidense en aquel encuentro. Me habían invitado a raíz de la publicación en lengua rusa de mi libro La Route vers le nouveau désordre mondial [En español “El camino hacia el nuevo desorden mundial”] y por mi último libro, La Machine de guerre américaine [En español, “La máquina de guerra de Estados Unidos”] [1]. Como ex diplomático preocupado por la paz, yo estaba feliz de participar. Me parece, en efecto, que el diálogo entre los intelectuales estadounidenses y rusos es hoy menos serio de lo que fue en pleno paroxismo de la guerra fría, aunque es evidente que no ha desaparecido el peligro de una guerra que implique a las dos principales potencias nucleares. En respuesta al problema de las crisis interconectadas, como la producción de droga en Afganistán y el yihadismo salafista financiado por el tráfico de droga, mi discurso exhortaba a los rusos a cooperar en un marco multilateral con los estadounidenses que compartiesen esa voluntad –a pesar de las actividades agresivas de la CIA, de la OTAN y del SOCOM (Siglas del US Special Operations Command) en Asia central, posición que no coincidía con la de los demás oradores.
A partir de aquella conferencia comencé a reflexionar profundamente sobre el nivel de degradación de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos y sobre mis esperanzas ligeramente utópicas de restaurarlas. A pesar de los diferentes puntos de vista de los conferencistas, estos tenían tendencia a compartir una gran inquietud sobre las intenciones estadounidenses hacia Rusia y [hacia] los Estados de la antigua URSS. Aquella ansiedad común se basaba en lo que sabían sobre acciones anteriores de Estados Unidos y sus compromisos no respetados. En efecto, contrariamente a la mayoría de los ciudadanos estadounidenses, ellos estaban bien informados sobre esos temas.
La garantía de que la OTAN no se aprovecharía de la distención para extenderse por Europa del Este es un importante ejemplo de promesa no respetada. Evidentemente, Polonia y otros ex miembros del Pacto de Varsovia hoy forman parte de la alianza atlántica, al igual que las ex repúblicas socialistas soviéticas del Báltico. Por otra parte, todavía están en pie proposiciones tendientes a la entrada de Ucrania en la OTAN ya que ese país es el verdadero corazón de la antigua Unión Soviética. Ese movimiento de expansión hacia el este estuvo acompañado de actividades y de operaciones conjuntas de las tropas de la OTAN con las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad de Uzbekistán –algunos organizados incluso por la OTAN. (Ambas iniciativas comenzaron en 1997, bajo la administración Clinton.)
Podemos seguir citando más compromisos rotos, como la conversión no autorizada de una fuerza de la ONU en Afganistán (aprobada por Rusia en 2001) en una coalición militar dirigida por la OTAN. Dos conferencistas criticaron la determinación de Estados Unidos en instalar en Europa del este un escudo antimisiles contra Irán, rechazando las sugerencias rusas de que lo desplieguen en Asia. Según ellos, esa intransigencia constituía «una amenaza para la paz mundial».
Los conferencistas percibían aquellas medidas como extensiones agresivas del movimiento que, desde Washington, tenía como objetivo la destrucción de la URSS en tiempos de Reagan. Algunos de los oradores con los que pude conversar consideraban que, durante los dos decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Rusia se había visto bajo la amenaza de planes operacionales de Estados Unidos y la OTAN destinados a desatar un primer golpe nuclear contra la URSS. Aquellos planes hubiesen podido ejecutarse antes de que se alcanzara la paridad nuclear, pero es evidente que nunca llegaron a aplicarse. A pesar de todo, mis interlocutores estaban convencidos de que los halcones que habían trazado aquellos planes nunca renunciaron su deseo de humillar a Rusia y de reducirla al rango de potencia de tercera categoría, inquietud que yo no puedo refutar. En efecto, mi último libro, La Machine de guerre américaine, también describe continuas presiones tendientes a establecer y mantener la supremacía de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.
Los discursos pronunciados en aquella conferencia no se limitaban en todo caso a criticar las políticas de Estados Unidos y de la alianza atlántica. Los oradores se oponían con cierta amargura al apoyo que Vladimir Putin había expresado el 11 de abril de 2012 a la campaña militar de la OTAN en Afganistán. Estaban particularmente indignados por el hecho que Putin había aprobado la instalación de una base de la alianza atlántica en Ulianovsk, a 900 kilómetros de Moscú. Aunque aquella base se le “vendió” a la opinión pública rusa como una forma de facilitar la retirada estadounidense de Afganistán, uno de los conferencistas nos aseguró que en los documentos de la OTAN el puesto de avanzada de Ulianovsk se presentaba como una base militar. Para terminar, los conferencistas se mostraban hostiles a las sanciones de la ONU contra Irán, inspiradas por Estados Unidos. Consideraban a Irán como un aliado natural contra los intentos estadounidenses de concretar el proyecto de dominación global de Washington.
Exceptuando el siguiente discurso, me mantuve silencioso durante la mayor parte de aquella conferencia. Pero mi mente, e incluso mi conciencia, me la recuerdan cuando pienso en las recientes revelaciones sobre Donald Rumsfeld y Dick Cheney.
Inmediatamente después del 11 de septiembre [de 2001], Rumsfeld y Cheney comenzaron a implementar un proyecto tendiente al derrocamiento de numerosos gobiernos amigos de Rusia, como Irak, Libia, Siria e Irán [2] (Diez años antes, en el Pentágono, el neoconservador Paul Wolfowitz le había dicho al general Wesley Clark que Estados Unidos tenía la oportunidad de deshacerse de aquellos clientes de Rusia, durante el periodo de reestructuración de este último país provocado por el derrumbe de la URSS [3].), proyecto que no ha finalizado aún en los casos de Siria e Irán.
Lo que hemos podido observar bajo Obama se parece mucho a la aplicación de ese plan. Pero hay que reconocer que en Libia, y actualmente en Siria, Obama se mostró más reticente que su predecesor en cuanto al envío de soldados al campo de batalla. (A pesar de ello se ha reportado que, bajo su presidencia, una pequeña cantidad de fuerzas especiales estadounidenses operó en ambos países, para alentar la lucha contra Kadhafi y posteriormente contra Assad.)
Más particularmente, me preocupa la ausencia de reacción de la ciudadanía estadounidense ante el militarismo agresivo de su país. Ese belicismo permanente, que yo llamaría «dominacionismo», está previsto a largo plazo en los planes del Pentágono y de la CIA [4]. Indudablemente, muchos estadounidenses pudieran pensar que una Pax Americana global garantizaría una era de paz, como la Pax Romana lo hizo dos milenios antes. Yo estoy convencido de lo contrario. Al igual que la Pax Britannica del siglo XIX, ese dominacionismo conducirá inevitablemente a un conflicto de gran envergadura, potencialmente a una guerra nuclear. En realidad, la clave de la Pax Romana residía en el hecho que Roma, bajo el reinado de Adriano, se había retirado de Mesopotamia. Además, había aceptado estrictas limitaciones de su propio poder en las regiones donde ejercía su hegemonía. Gran Bretaña mostró una sabiduría comparable, pero lo hizo demasiado tarde. Hasta ahora, Estados Unidos nunca se ha mostrado tan razonable.
En Estados Unidos, muy poca gente parece interesarse en el proyecto de dominación global de Washington, al menos desde el fracaso de las grandes manifestaciones que trataron de impedir la guerra contra Irak. Hemos podido comprobar la abundancia de estudios críticos sobre las razones de la intervención militar de Estados Unidos en Vietnam e incluso sobre la implicación estadounidense en atrocidades como la masacre de 1965 en Indonesia. Autores como Noan Chomsky y William Blum [5] han analizado los actos criminales de Estados Unidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pero han estudiado poco la reciente aceleración del expansionismo militar estadounidense. Sólo unos pocos autores, como Chalmers Johnson y Andrew Bacevich, han analizado el progresivo fortalecimiento de la máquina de guerra de Estados Unidos que hoy domina los procesos políticos en Estados Unidos.
Es además sorprendente ver que el joven movimiento Occupy hablara tan poco sobre las guerras estadounidenses de agresión. Dudo incluso que haya llegado a denunciar la militarización de la vigilancia [interna] y del orden público así como los campos de detención, a pesar de que esas medidas son parte fundamental del dispositivo de represión interna que amenaza su propia supervivencia [6]. Me refiero aquí al llamado programa de «continuidad del gobierno» (COG, siglas de «Continuity of Government»), a través del cual los planificadores militares estadounidenses han desarrollado medios para neutralizar definitivamente cualquier movimiento antibelicista en Estados Unidos [7].
Como ex diplomático canadiense, si tuviese que volver a Rusia nuevamente exhortaría a una colaboración entre Estados Unidos y ese país frente a los problemas mundiales más urgentes. Nuestro desafío consiste en ir más allá de ese compromiso rudimentario que es la distensión, esa supuesta «coexistencia pacífica» entre las superpotencias. En realidad, ese entendimiento, que ya cuenta medio siglo de existencia, permitió –e incluso alentó– las atrocidades de dictadores clientes, como Suharto en Indonesia y Mohamed Siad Barré en Somalia. Es probable que la alternativa de la distención, que sería una ruptura total de la propia distención, conduzca a enfrentamientos cada vez más peligrosos en Asia –muy probablemente en Irán.
Pero, ¿puede evitarse esa ruptura? Hoy me pregunto si no he minimizado la intransigencia hegemonista de Estados Unidos [8]. En Londres, conversé recientemente con un viejo amigo a quien conocí durante mi carrera como diplomático. Es un diplomático británico de alto rango, experto en Rusia. Pensé que él me llevaría a suavizar mi evaluación negativa sobre las intenciones de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia. Lo que hizo fue acentuarla.
Así que decidí publicar mi discurso acompañado de este prefacio, destinado tanto a la ciudadanía estadounidense como al público internacional. Pienso que hoy en día lo más urgente para preservar la paz mundial es contrarrestar el avance de Estados Unidos hacia la hegemonía total. En nombre de la coexistencia en un mundo pacificado y multilateral es por lo tanto necesario reactivar la prohibición –por parte de la ONU– de las guerras preventivas y unilaterales.
Para lograrlo, yo espero que la ciudadanía de Estados Unidos se movilice contra el dominacionismo y de su propio país y que los propios ciudadanos estadounidense llamen a que el gobierno o el Congreso [estadounidenses] emitan una declaración política. Esa Declaración:
  1. Renunciaría explícitamente a los anteriores llamados del Pentágono que hacen de la «supremacía total» («full spectrum dominance») un objetivo militar central de la política exterior de Estados Unidos [9];
  2. Rechazaría como inaceptable la práctica de las guerras preventivas, hoy profundamente enraizada;
  3. Renunciaría categóricamente a todo proyecto estadounidense de utilización permanente de bases militares en Irak, Afganistán y Kirguistán;
  4. Comprometería a Estados Unidos a realizar sus futuras operaciones militares en estricto acuerdo con los procedimientos establecidos en la Carta de las Naciones Unidas.
Yo llamo a mis conciudadanos a que se unan a mí para exhortar el Congreso [estadounidense] a presentar una resolución con ese objetivo.
Puede ser que, en un primer momento, ese tipo de gestión no arroje resultados. Pero sí es posible que ayude a redirigir el debate político en Estados Unidos hacia un tema que es, en mi opinión, urgente y que se ha abordado muy poco: el expansionismo de Estados Unidos y la amenaza que representa para la paz global.

Discurso pronunciado en la conferencia de Invissin sobre la OTAN
(Moscú, 15 de mayo de 2012)

Ante todo, agradezco a los organizadores de esta conferencia esta oportunidad de hablar del grave problema del narcotráfico en Afganistán. Se trata, hoy en día, de una amenaza tanto para Rusia como para las relaciones entre este país y Estados Unidos. Hablaré por lo tanto de política profunda, según la visión de mi libro Drugs, Oil, and War y también de mi obra más reciente (La Machine de guerre américaine) y de la anterior (La Route vers le nouveau désordre mondial). Esos libros analizan esencialmente los factores subyacentes del tráfico internacional de droga así como las intervenciones estadounidenses. Hablaré también del papel de la OTAN en la facilitación de estrategias tendientes a implantar la supremacía de Estados Unidos en el continente asiático. Pero quisiera, en primer lugar, analizar el tráfico de droga en relación con un importante factor, que en mis libros resulta determinante. Se trata del papel del petróleo en las políticas asiáticas de Estados Unidos en Asia y también de la influencia de importantes compañías petroleras alineadas con los intereses de ese país, como British Petroleum (BP).
Detrás de cada ofensiva reciente de Estados Unidos y de la OTAN, la industria petrolera ha sido una fuerza profunda determinante. Para comprobarlo basta con recordar las intervenciones en Afganistán (2001), en Irak (2003) y en Libia (2011) [10].
Estudié, por lo tanto, el papel de las compañías petroleras y de sus representantes en Washington –como los grupos de cabildeo (lobbies)– en cada una de las grandes intervenciones de Estados Unidos, desde la época de Vietnam en los años 1960 [11]. El poder de las compañías petroleras estadounidenses conllevaría toda una serie de explicaciones para un público de Rusia, donde el Estado controla la industria de los hidrocarburos. En Estados Unidos es prácticamente al revés, las compañías petroleras tienden a dominar tanto la política exterior de ese país como el Congreso [12]. Eso explica por qué los sucesivos presidentes, desde Kennedy hasta Obama y pasando por Reagan, han sido incapaces de limitar las ventajas fiscales de las compañías petroleras, garantizadas por la «oil deplettion allowance», incluso en el contexto de hoy cuando la mayoría de los estadounidenses se hunden en la pobreza [13].
Las acciones de Estados Unidos en Asia central, en zonas que se hallaron tradicionalmente bajo influencia de Rusia –como Kazajstán– presentan un factor común. Desde hace unos 30 años, incluso más, las compañías petroleras y sus representantes en Washington han mostrado gran interés por el desarrollo, y sobre todo el control, de los recursos gasíferos y petrolíferos subexplotados de la cuenca del Caspio [14]. Para lograr ese objetivo [el control], Washington desarrolló políticas que dieron como resultado la instalación de bases avanzadas en Kirguistán y, durante 4 años, en Uzbekistán (de 2001 a 2005) [15]. El objetivo oficial de esas bases era servir de apoyo a las operaciones militares de Estados Unidos en Afganistán. Pero la presencia estadounidense incita a los gobiernos de las naciones vecinas a actuar más independientemente de la voluntad rusa. Ejemplo de ello son los casos de Kazajstán y Turkmenistán, dos países que son zonas de inversiones en gas y en petróleo para las compañías estadounidenses.
Washington sirve a los intereses de las compañías petroleras occidentales, no sólo por causa de la influencia corruptora que estas ejercen sobre la administración sino porque la supervivencia de la actual petroeconomía estadounidense depende de la dominación occidental sobre el comercio mundial del petróleo. En uno de mis libros analizo esta política y explico cómo ha contribuido a las recientes intervenciones de Estados Unidos y también al empobrecimiento del Tercer Mundo desde 1980. En esencia, Estados Unidos provocó que el precio del petróleo se cuadruplicara en los años 1970 al organizar el reciclaje de los petrodólares en la economía estadounidense, mediante acuerdos secretos con los sauditas. El primero de esos acuerdos garantizaba una participación especial y continua de Arabia Saudita en la salud del dólar estadounidense; el segundo garantizaba el permanente respaldo de ese país a la tarificación integral de la OPEP en dólares [16]. Esos dos acuerdos garantizaban que las alzas de los precios del petróleo que decidía la OPEP no debilitaran la economía de Estados Unidos ya que la carga más pesada recaería –por el contrario– en las economías de los países menos desarrollados [17].
El dólar estadounidense, aunque actualmente está debilitándose, aún depende en gran parte de la política de la OPEP que impone el uso de esa moneda para la compra del petróleo que venden los países de esa organización.
Para tener una idea de lo que Estados Unidos es capaz de hacer para seguir imponiendo esa política sólo hay que ver cuál ha sido el destino de los países que han tratado de oponerse a ella.
  • «En el año 2000, Saddam Hussein insistió en que el petróleo iraquí se vendiera en euros. Fue una maniobra política, pero aumentó los ingresos recientes de Irak gracias al alza del valor del euro en relación con el dólar» [18]. Tres años más tarde, en marzo de 2003, Estados Unidos invadía ese país. Dos meses después, en mayo de 2003, Bush decretó a través de una orden ejecutiva que las ventas de petróleo iraquí tenían que efectuarse nuevamente en dólares y no en euros [19].
  • Según un artículo ruso, poco antes de la intervención de la OTAN en Libia, a principios de 2011, Muammar el-Kadhafi había maniobrado para rechazar el dólar como moneda de pago a las exportaciones de petróleo libio, al igual que Saddam Hussein [20].
  • En febrero de 2009, Irán anunció que había «cesado completamente las transacciones petroleras en dólares estadounidenses» [21]. Todavía no se han visto las verdaderas consecuencias de esa audaz decisión iraní [22].
Insisto en el siguiente punto: cada intervención reciente de Estados Unidos y de la OTAN ha permitido sostener la debilitada supremacía de las compañías petroleras occidentales sobre el sistema petrolero global y, por lo tanto, la de los petrodólares. Pienso, sin embargo, que las propias compañías petroleras son capaces de iniciar o al menos de contribuir al inicio de las intervenciones políticas. Como ya señalé en mi libro Drugs, Oil, and Wars (p.8):
«De forma recurrente se acusa a las compañías petroleras de Estados Unidos de emprender operaciones clandestinas, ya sea directamente o a través de intermediarios. En Colombia (como veremos más adelante) una empresa estadounidense de seguridad que trabajaba para Occidental Petroleum participó en una operación militar del ejército colombiano “que mató 18 civiles por error”.»
Para citar un ejemplo más cerca de Rusia mencionaré una operación clandestina, realizada en 1991 en Azerbaiyán, que es un ejemplo clásico de política profunda. En ese país, ex colaboradores de la CIA empleados por una dudosa empresa petrolera (MEGA Oil), «emprendieron entrenamientos militares, repartieron “bolsas llenas de dinero en efectivo” a miembros del gobierno y crearon una compañía aérea […] que pronto permitió traer de Afganistán cientos de mercenarios muyahidines» [23]. Al principio, aquellos mercenarios, cuyo número se estimó finalmente en unos 2 000, fueron utilizados para luchar contra las fuerzas armenias respaldadas por Rusia en la disputada región del Alto Karabaj. Pero también apoyaron a los combatientes islamistas en Chechenia y en Daguestán. Y contribuyeron también a convertir Bakú en un punto de escala de la heroína afgana hacia el mercado urbano de Rusia e igualmente hacia la mafia chechena  [24].
En 1993 participaron en el derrocamiento de Abulfaz Elchibey, el primer presidente electo en Azerbaiyán, y en sustituirlo por Heydar Aliev. Este último firmó inmediatamente un importante contrato petrolero con BP que incluía lo que finalmente se convirtió en el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan, que conecta ese país con Turquía. Hay que subrayar que los orígenes estadounidenses de los agentes de MEGAL Oil están más que comprobados. Lo que no se sabe es quién financiaba aquella empresa. Puede haber sido una o más de las grandes compañías petroleras ya que la mayoría de ellas tienen (o tuvieron) sus propios servicios clandestinos [25]. Algunas empresas petroleras importantes, como Exxon, Mobil y BP, han sido acusadas de estar «detrás del golpe de Estado» que sustituyó a Elchibey por Aliev [26].
Es evidente que Washington y las grandes compañías petroleras piensan que su supervivencia depende de la preservación de su actual supremacía en los mercados petroleros internacionales. En los años 1990, cuando las mayores reservas no comprobadas de hidrocarburos se localizaban generalmente en la cuenca del Caspio, esa región se hizo central, a la vez para las inversiones de las empresas petroleras estadounidenses y para la expansión de Estados Unidos por razones de seguridad [27].
Como secretario de Estado adjunto, Strobe Talbott, amigo cercano de Bill Clinton, trató de promover una estrategia razonable para garantizar esa expansión. En un importante discurso pronunciado el 21 de julio de 1997,
«Talbott expuso los 4 aspectos de un [potencial] apoyo de Estados Unidos a los países del Cáucaso y de Asia central:
  1. La promoción de la democracia;
  2. La creación de economías de mercado;
  3. La promoción de la paz y de la cooperación en los países de la región y entre esos mismos países y
  4. La integración [de estos países] a la más amplia comunidad internacional […]
Criticando con virulencia lo que él considera una concepción obsoleta de la competencia en el Cáucaso y en Asia central, el señor Talbott lanzó una advertencia a quien vea el “Gran Juego” como clave para la lectura de la región. Propuso, por el contrario, un entendimiento en el que cada cual saldrá ganando con la cooperación.» [28]
Pero ese enfoque multilateral se vio inmediatamente bajo el fuego de los miembros de los partidos [estadounidenses]. Sólo 3 días después, la Heritage Foundation, el círculo de reflexión derechizante del Partido Republicano, respondió que «[la] administración Clinton, deseosa de apaciguar a Moscú, ponía reparos en explotar la oportunidad estratégica de garantizar la seguridad de los intereses de Estados Unidos en el Cáucaso» [29]. En octubre de 1997, esta crítica halló eco en The Grand Chessboard, importante libro del ex consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski. Este último, ciertamente el principal oponente de Rusia dentro del Partido Demócrata, admite sin embargo que «la política exterior [estadounidense debería] […] favorecer los vínculos necesarios para una verdadera cooperación mundial», pero defiende en su libro la noción de «Gran Juego» que Talbott rechazaba. Según Brzezinski, era una necesidad imperiosa impedir «[la] aparición en Eurasia de un competidor capaz de dominar ese continente y de desafiar [a Estados Unidos]» [30].
Como trasfondo de ese debate, la CIA y el Pentágono desarrollaban a través de la alianza atlántica una «estrategia de proyección» contraria a las proposiciones de Talbott. En 1997, en el marco del programa «Asociación para la Paz» de la OTAN, el Pentágono comenzó ejercicios militares con Uzbekistán, Kazajstán y Kirguistán. Aquel programa era «el embrión de una fuerza militar dirigida por la OTAN en esa región» [31]. Bautizados como CENTRAZBAT, aquellos ejercicios preparaban posibles despliegues de fuerzas estadounidenses de combate. Catherine Kelleher, asistente del secretario adjunto de Defensa, mencionó «la presencia de enormes recursos energéticos» como justificación de la implicación militar de Estados Unidos en la región [32]. Uzbekistán cuya importancia geopolítica resaltó Brzezinski, se convirtió en trampolín para los ejercicios militares estadounidenses, a pesar de tener los peores resultados en materia de respeto de los derechos humanos en la región [33].
Es evidente que la «revolución de los tulipanes» de marzo de 2005 en Kirguistán fue otra etapa de la doctrina de proyección estratégica del Pentágono y la CIA. Se desarrolló en un momento en que George W. Bush hablaba a menudo de una «estrategia de proyección de la libertad». Más tarde, mientras estaba de visita en Georgia, el propio Bush aprobó aquel cambio de régimen presentándolo como un ejemplo de «democracia y de libertad en plena expansión» [34]. (En realidad, en vez de una «revolución», aquello parecía más bien un sangriento golpe de Estado.) Sin embargo, el régimen de Bakiyev «había dirigido el país como un sindicato del crimen», según palabras de Alexander Cooley, un profesor de la Universidad de Columbia. Específicamente, numerosos observadores acusaron a Bakiyev de haberse apoderado del control del tráfico de droga local y de administrarlo como una empresa familiar [35].
La administración Obama se ha alejado, en cierta medida, de esa retorica hegemónica que el Pentágono llama la «supremacía total» (full spectrum dominance) [36]. Pero no resulta sorprendente comprobar que bajo su presidencia se han mantenido las presiones tendientes a reducir la influencia de Rusia, como en el caso de Siria. En realidad, a lo largo de medio siglo Washington ha estado dividido en 2 bandos. De un lado, una minoría que se mueve principalmente en el Departamento de Estado (como Strobe Talbott) y que había previsto un porvenir de cooperación con la Unión Soviética. Del otro lado, los halcones hegemonistas, que trabajan principalmente en la CIA y el Pentágono (como William Casey, Dick Cheney y Donald Rumsfeld). Estos últimos han presionado continuamente para implantar en Estados Unidos una estrategia unipolar de dominación global [37]. Para alcanzar ese imposible objetivo no han vacilado en aliarse con traficantes de droga, sobre todo en Indochina, en Colombia y ahora en Afganistán [38].
Por otro lado, esos halcones emplearon masivamente las estrategias de erradicación de utilizadas por la DEA (Drug Enforcement Administration) [39]. Como señalé en La Machine de guerre américaine (p.43),
«El verdadero objetivo de la mayoría de esas campañas […] nunca fue el ideal de erradicar la droga. Consistió más bien en modificar la repartición del mercado, o sea apuntar a enemigos específicos para garantizar que el tráfico de la droga quede bajo el control de los traficantes aliados del aparato de seguridad del Estado en Colombia y/o de la CIA.» [40]
Esa tendencia se comprobó de manera flagrante en Afganistán, donde Estados Unidos reclutó ex traficantes de droga para que respaldaran su invasión en 2001 [41]. Washington anunció después una estrategia de lucha antidroga que se limitaba a atacar a los traficantes de droga que apoyaban a los rebeldes [42].
Quienes, como yo, se preocupan por reducir el flujo de droga proveniente de Afganistán se ven ante un dilema. Para ser eficaces, las estrategias de lucha contra el tráfico internacional de droga tienen que ser multilaterales. En Asia central esas estrategias necesitan una mayor cooperación entre Estados Unidos y Rusia. Sin embargo, todos los esfuerzos de las principales fuerzas proestadounidenses presentes en la región –como la CIA, el ejército de Estados Unidos, la OTAN y la DEA– no se han concentrado hasta ahora en la cooperación sino en la hegemonía estadounidense.
A mi modo de ver, la respuesta a ese problema estará en la aplicación conjunta de la experiencia y de los recursos de ambos países, en el marco de agencias bilaterales o multilaterales en las que no predomine ninguna de las partes. Una estrategia antidrogas eficaz tendría que ser pluridimensional, como la exitosa campaña realizada en Tailandia. Además, es probable que también necesite que los dos países estudien la aplicación de estrategias capaces de favorecer a la población, algo que ninguno de los dos ha concretado [43].
Rusia y Estados Unidos tienen muchas características comunes y comparten muchos problemas. Los dos son súper Estados, aún cuando su predominio se está debilitando ante la China emergente. Como superpotencias, ambos países cedieron a la tentación de la aventura afgana, algo que hoy deploran muchas mentes despiertas. Al mismo tiempo, el devastado país en el que se ha convertido Afganistán tiene que enfrentar problemas muy urgentes, que también lo son para esas tres superpotencias. Se trata de la amenaza que la droga representa y del correspondiente peligro que constituye el terrorismo.
Es interés del mundo entero ver a Rusia y Estados Unidos enfrentar esos peligros de manera constructiva y desinteresada. Y esperamos que cada progreso en la reducción de esas amenazas comunes sea una nueva etapa en el difícil proceso de fortalecimiento de la paz.
El pasado siglo fue testigo de una guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, dos potencias que se armaron hasta los dientes en nombre de la defensa de sus respectivos pueblos. Perdió la Unión Soviética, dando paso a una Pax Americana inestable, como la Pax Britannica del siglo XIX: una peligrosa mezcla de globalización comercial, de acentuación de las desigualdades en términos de ingresos y riqueza y de un militarismo brutalmente excesivo y expansionista. Este último está provocando cada vez más conflictos armados (Somalia, Irak, Yemen, Libia) y además acentúa el riesgo de una posible guerra mundial (Irán).
Hoy en día, tratando de preservar su peligrosa supremacía, Estados Unidos está tratando de armarse contra su propio pueblo, en vez de dedicarse a defenderlo [44]. Es interés de todos los pueblos del mundo, incluyendo el de Estados Unidos, que se debilite esa supremacía para favorecer un mundo más multipolar y menos militarista.
Peter Dale Scott
[1] El investigador suizo Daniele Ganser –autor del libro Les Armées Secrètes de l’OTAN: Réseaux Stay Behind, Opération Gladio et Terrorisme en Europe de l’Ouest (Éditions Demi-Lune, Plogastel-Saint-Germain, 2011 [segunda edición]) [En español, “Los ejércitos secretos de la OTAN: Redes Stay Behind, Operación Gladio y terrorismo en Europa occidental”]– y el político italiano Pino Arlacchi, ex director de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen (ONUDC) también estaban invitados a aquella conferencia.
[2] Inicialmente, Donald Rumsfeld quería responder al 11 de septiembre atacando no Afganistán sino Irak. Según Rumsfeld, no había «blancos convenientes en Afganistán» (Richard Clarke, Against All Enemies, p.31).
[3] Paul Wolfowitz le dijo a Wesley Clark: «Tenemos 5 o 10 años por delante para limpiar esos viejos regímenes clientes de los soviéticos –Siria, Irán, Irak– antes de que la próxima superpotencia venga a desafiarnos» (Wesley Clark, discurso pronunciado en el San Francisco Commonwealth Club, 3 de octubre de 2007). Diez años más tarde, en noviembre de 2001, Clark oyó en el Pentágono que planes de ataque contra Irak estaban «en discusión en el marco de un plan quinquenal, […] que empezaba con Irak, después Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalia y Sudán» (Wesley Clark, Winning Modern Wars [Public Affairs, Nueva York, 2003], p.130).
[4] El término «hegemonía» puede tener un sentido ligero, que implica una relación amistosa en una confederación, o un sentido hostil. El movimiento de Estados Unidos hacia la hegemonía global, inmutable y unipolar, no tiene precedente y merece recibir su propio apelativo. «Dominacionismo» es un término espantoso, con una fuerte connotación sexual y perversa. Por eso lo escogí.
[5] Los libros más recientes de William Blum son Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II (2003) y Freeing the World to Death: Essays on the American Empire (2004).
[6] Paul Joseph Watson, «Leaked U.S. Army Document Outlines Plan For Re-Education Camps In America», 3 de mayo de 2012: «El manual enuncia claramente que esas medidas se aplican igualmente “en el territorio de Estados Unidos”, bajo la dirección del [Departamento de Seguridad de la Patria (Homeland Security)] y de la FEMA. Ese documento agrega que “[las] operaciones de reinstalación pueden exigir el internamiento temporal (menos de 6 meses) o semipermanente (más de 6 meses) de importantes grupos de civiles.»
[7] Ver Peter Dale Scott, «La continuité du gouvernement étasunien: L’état d’urgence supplante-t-il la Constitution?»; Peter Dale Scott, «“Continuity of Government” Planning: War, Terror and the Supplanting of the U.S. Constitution».
[8] Hace 2 noches tuve un sueño intenso e inquietante. Estaba viendo la apertura de una conferencia donde yo mismo debía intervenir nuevamente, como en Moscú. Inmediatamente después de mi discurso, el programa de aquel encuentro llamaba a debatir sobre la posibilidad de que «Peter Dale Scott» fuese una ficción al servicio de oscuros objetivos clandestinos y que, en realidad, no existiese ningún «Peter Dale Scott».
[9] «La “supremacía total (“full-spectrum dominance”) es la capacidad de las fuerzas estadounidenses, actuando solas o con aliados, de vencer a cualquier adversario y controlar cualquier situación que entre en la categoría de operaciones militares.» (Joint Vision 2020, Departamento de Defensa, 30 de mayo de 2000; cf. «Joint Vision 2020 Emphasizes Full-spectrum Dominance», Departamento de Defensa).
[10] De manera indiscutible pero menos evidente, el petróleo –o más bien un oleoducto– fue también un factor que dio lugar a la intervención de la OTAN en Kosovo, en 1998. Ver, de Peter Dale Scott, Drugs, Oil, and War: The United States in Afghanistan, Colombia, and Indochina (Rowman & Littlefield Publishers, Lanham, MD), p.29; Peter Dale Scott, «La Bosnie, le Kosovo et à présent la Libye: les coûts humains de la collusion perpétuelle entre Washington et les terroristes», Mondialisation.ca, 17 de octubre de 2011.
[11] Scott, Drugs, Oil, and War, pp.8-9, p.11.
[12] Por ejemplo, la empresa Exxon no parece haber pagado ningún impuesto federal sobre la renta en 2009, periodo de beneficios casi record para esa compañía (Washington Post, 11 de mayo de 2011). Cf. Steve Coll, Private Empire: ExxonMobil and American Power (Penguin Press, Nueva York, 2012), pp.19-20: «En algunos países lejanos donde aún hace negocios, […] el control de Exxon sobre las políticas locales civiles y de seguridad sobrepasa el de la embajada de Estados Unidos.»
[13] Charles J. Lewis, «Obama again urges end to oil industry tax breaks», Houston Chronicle, 27 de abril de 2011; «Politics News: Obama Urges Congress to End Oil Subsidies», Newsy.com, 2 de marzo de 2012.
[14] Cf. un artículo publicado en 2001 por el Foreign Military Studies Office de Fort Leavenworth: «El Mar Caspio parece descansar sobre otro mar, un mar de hidrocarburos. […] La presencia de esas reservas de petróleo y la posibilidad de exportarlas da [sic] nacimiento a nuevas preocupaciones estratégicas para Estados Unidos y las demás potencias occidentales industrializadas. En momentos en que las compañías petroleras construyen un oleoducto del Cáucaso a Asia central para abastecer Japón y Occidente, esas preocupaciones estratégicas revisten implicaciones militares.» (Lester W. Grau, «Hydrocarbons and a New Strategic Region: The Caspian Sea and Central Asia» (Military Review [mayo-junio de 2001], p.96); citado en Peter Dale Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial (50 ans d’ambitions secrètes des États-Unis) [Éditions Demi-Lune, París, 2010], p.51).
[15] Conversación en Peter Dale Scott, «El “Proyecto Juicio Final” y los eventos profundos: el asesinato de JFK, el Watergate, el Irangate y el 11 de septiembre», Red Voltaire, 26 de enero de 2012. También hubo negociaciones diplomáticas con vistas a instalar una base estadounidense en Tayikistán: ver Joshua Kucera, «U.S.: Tajikistan Wants to Host an American Air Base», Eurasia.net, 14 de diciembre de 2010.
[16] David E. Spiro, The Hidden Hand of American Hegemony: Petrodollar Recycling and International Markets (Ithaca, Cornell UP, 1999), x: «En 1974, [el secretario del Tesoro William] Simon negoció un acuerdo secreto para que el banco central saudita pudiera comprar bonos del Tesoro estadounidense fuera del proceso de venta habitual. Unos años más tarde, el secretario del Tesoro Michael Blumenthal llegó a un acuerdo secreto con los sauditas, garantizando que la OPEP siguiera vendiendo el petróleo en dólares. Esos acuerdos eran confidenciales porque Estados Unidos había prometido a las otras democracias industrializadas no continuar ese tipo de políticas unilaterales.» Cf. pp.103-12.
[17] «El petróleo de la OPEP se vendía en dólares y esa organización los invertía en obligaciones del gobierno de Estados Unidos, que gozaba así de un doble préstamo. La primera parte de ese préstamo tenía que ver con el petróleo. El gobierno de Estados Unidos podía imprimir dólares para comprar su petróleo. A cambio la economía estadounidense no tenía que producir bienes ni servicios para su compra por la OPEP con aquellos dólares. Por supuesto, esa estrategia no hubiese podido funcionar si [el dólar] no hubiese el medio de pago [utilizado en las compras de] petróleo. La segunda parte del préstamo venía de las demás economías nacionales, que tenían que adquirir dólares para comprar el petróleo y que no podían imprimir esa moneda. Así que tenían que vender sus bienes y servicios para obtener los dólares necesarios para pagar a la OPEP.» (Spiro, Hidden Hand, p.121).
[18] Carola Hoyos y Kevin Morrison, «Iraq returns to the international oil market», Financial Times, 5 de junio de 2003. Cf. Coll, Private Empire, p.232: «Al final de su reinado, un desesperado Saddam Hussein había firmado contratos de distribución de la producción [de petróleo] con empresas rusas y chinas, pero esos acuerdos nunca se aplicaron.»
[19] Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, pp.265-66. Ver también William Clark, «The Real Reasons Why Iran is the Next Target: The Emerging Euro-denominated International Oil Marker», Global Research, 27 de octubre de 2004.
[20] Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, pp.265-66. Ver también William Clark, «The Real Reasons Why Iran is the Next Target: The Emerging Euro-denominated International Oil Marker», Global Research, 27 de octubre de 2004.
[21] «Iran Ends Oil Transactions In U.S. Dollars», CBS News, 11 de febrero de 2009.
[22] En marzo de 2011, la sociedad SWIFT, que garantiza las transacciones financieras a nivel mundial, excluyó de su sistema a los bancos iraníes en aplicación de las sanciones de la ONU y Estados Unidos (BBC News, 15 de marzo de 2012). El 28 de febrero de 2012, Business Week señaló que esa medida «puede perturbar los mercados petroleros [,] inquietos ante la posibilidad de que los compradores no puedan seguir pagando los 2,2 millones de barriles de petróleo diarios del segundo país exportador de la OPEP.»
[23] Peter Dale Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, pp.229-31; cf. Scott, Drugs, Oil, and War, p.7.
[24] Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, p.231.
[25] La OSS (Office of Strategic Services), que fue la agencia de operaciones clandestinas de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, se creó apresuradamente y reclutando esencialmente empleados de varias compañías petroleras que operaban en Asia, como la Standard Oil of New Jersey (Esso). Ver Smith, OSS, p.15, p.211.
[26] «BP oiled coup with cash, Turks claim», Sunday Times (Londres), 26 de marzo de 2000; citado en Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, pp.231-33.
[27] En 1998, Dick Cheney, en aquel entonces Presidente-Director general de la empresa de servicios del petróleo Halliburton, hizo el siguiente señalamiento: «No recuerdo haber visto una región emerger como zona de gran importancia estratégica tan bruscamente como hoy sucede con [la cuenca del] Caspio.» (George Monbiot, «America’s pipe dream», The Guardian [Londres], 23 de octubre de 2001).
[28] R. Craig Nation, «Russia, the United States, and the Caucasus», US Army War College, Strategic Studies Institute. Las palabras de Talbott merecen ser citadas detalladamente: «Desde hace muchos años está de moda proclamar, o por lo menos predecir una repetición del “Gran Juego” en el Cáucaso y en Asia central. Por supuesto, eso implica que la dinámica motriz en esa región –alimentada y estimulada por el petróleo– sería la competencia entre las grandes potencias. Eso sería desfavorable para las poblaciones locales. Nuestro objetivo es evitar esa tendencia regresiva y actuar con vistas a desestimular a sus promotores. […] El Gran Juego, tema de [las novelas] Kim de Kipling y Flashman de Fraser, terminó en empate. Lo que nosotros queremos es precisamente lo contrario. Queremos que todos los actores responsables de Asia central y del Cáucaso salgan ganando.» (M.K. Bhadrakumar, «Foul Play in the Great Game», Asia Times, 13 de julio de 2005).
[29] James MacDougall, «A New Stage in U.S.-Caspian Sea Basin Relations», Central Asia, 5 (11), 1997; citando a Ariel Cohen, «U.S. Policy in the Caucasus and Central Asia: Building A New ‘Silk Road’ to Economic Prosperity», Heritage Foundation, 24 de julio de 1997. En octobre de 1997, el senador Sam Brownback introdujo una ley, la Silk Road Strategy Act of 1997 (S. 1344), destinada a estimular a los nuevos Estados del Asia central a cooperar con Estados Unidos más que con Rusia o Irán.
[30] Zbigniew Brzezinski, Le Grand Échiquier (L’Amérique et le reste du monde), (Bayard Éditions, Paris, 1997), pp.24-25.
[31] Ariel Cohen, Eurasia In Balance: The US And The Regional Power Shift, p.107.
[32] Michael Klare, Blood and Oil (Metropolitan Books/Henry Holt, New York, 2004), pp.135-36; citando a R. Jeffrey Smith, «U.S. Leads Peacekeeping Drill in Kazakhstan», Washington Post, 15 de septiembre de 1997. Cf. Kenley Butler, «U.S. Military Cooperation with the Central Asian States», 17 de septiembre de 2001.
[33] Zbigniew Brzezinski, Le Grand Échiquier, p.172.
[34] Peter Dale Scott, «Kyrgyzstan, the U.S. and the Global Drug Problem: Deep Forces and the Syndrome of Coups, Drugs, and Terror», Asia-Pacific Journal: Japan Focus; citando al Presidente Bush, Discurso sobre el estado de la Unión, 20 de enero de 2004; «Bush: Georgia’s Example a Huge Contribution to Democracy», Civil Georgia, 10 de mayo de 2005. Zbigniew Brzezinski también fue citado en la prensa de Kirguistán cuando declaró: «Pienso que las revoluciones en Georgia, Ucrania y Kirguistán fueron la expresión sincera y espontánea de la voluntad política predominante.» (27 de marzo de 2008).
[35] Scott, «Kyrgyzstan, the U.S. and the Global Drug Problem: Deep Forces and the Syndrome of Coups, Drugs, and Terror», citando a Owen Matthews, «Despotism Doesn’t Equal Stability», Newsweek, 7 de abril de 2010 (Cooley); Peter Leonard, «Heroin trade a backdrop to Kyrgyz violence», Associated Press, 24 de junio de 2010; «Kyrgyzstan Relaxes Control Over Drug Trafficking», Jamestown Foundation, Eurasia Daily Monitor, vol. 7, issue 24, 4 de febrero de 2010, etc.
[36] Departamento de Defensa, Joint Vision 2020, 30 de mayo de 2000; conversación en Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, pp.50-51.
[37] Wesley Clark contó que Paul Wolfowitz, uno de los principales neoconservadores en el Pentágono, le anunció en 1991 que «[Estados Unidos tenía] unos 5 o 10 años por delante para limpiar esos viejos regímenes clientes de los soviéticos –Siria, Irán, Irak– antes de que la próxima superpotencia venga a desafiarnos» (Wesley Clark, discurso en el San Francisco Commonwealth Club, 3 de octubre de 2007). Diez años más tarde, en noviembre de 2001, Clark oyó en el Pentágono que varios planes para atacar Irak estaban «en discusión en el marco de un plan quinquenal, […] empezando con Irak, después Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalia y Sudán» (Wesley Clark, Winning Modern Wars [Public Affairs, Nueva York, 2003], p.130).
[38] Ver Scott, La Machine de guerre américaine: La politique profonde, la CIA, la drogue, l’Afghanistan, …, (Éditions Demi-Lune, Plogastel-Saint-Germain, 2012).
[39] Sobre la deriva hegemonista de la «guerra contra la droga» de la DEA en Asia, ver Scott, La Machine de guerre américaine, pp.187-212.
[40] Scott, La Machine de guerre américaine, p.43.
[41] Podemos citar, por ejemplo, el caso de Haji Zaman Ghamsharik, quien se había retirado y estaba viviendo en Dijon (Francia), donde varios responsables británicos y estadounidenses fueron a verlo y lo convencieron para que regresara a Afganistán (Peter Dale Scott, La Route vers le nouveau désordre mondial, p.181; citando a Philip Smucker, Al Qaeda’s Great Escape: The Military and the Media on Terror’s Trail [Brassey’s, Washington, 2004], p.9.
[42] Scott, La Machine de guerre américaine, pp.340-41 (insurgentes); James Risen, «U.S. to Hunt Down Afghan Lords Tied to Taliban», New York Times, 10 de agosto de 2009: «Los comandantes militares de Estados Unidos declararon al Congreso que […] se actuaría únicamente contra los [traficantes de droga] que respaldaran la insurrección.»
[43] Rusia se indignó con toda razón del fracaso de Estados Unidos y la OTAN en combatir seriamente las inmensas plantaciones de opio en Afganistán al cabo de una decena de años (ver, por ejemplo: «Russia lashes out at NATO for not fighting Afghan drug production», Russia Today, 28 de febrero de 2010). Sin embargo, la solución simplista que proponía Rusia –la destrucción de los cultivos en los campos– seguramente empujaría a los campesinos a ponerse del lado de los islamistas, lo cual significaría una amenaza tanto para Estados Unidos como para Rusia. Numerosos observadores han resaltado que la erradicación de los campos de amapola deja a los pequeños agricultores endeudados con los grandes propietarios de tierra y con los traficantes porque los obliga a pagar sus deudas «en dinero efectivo, con tierras, con ganado o dándoles una hija, lo cual ocurre con frecuencia. […] La erradicación de la amapola simplemente los ha hundido aún más en la pobreza que ya los había llevado a cultivar opio.» (Joel Hafvenstein, Opium Season: A Year on the Afghan Frontier, p.214); cf. «Opium Brides», PBS Frontline). La erradicación del opio en Tailandia –que a menudo se cita como el programa más exitoso después del que se aplicó en China en los años 1950– se logró combinando la coerción militar con programa muy completos de desarrollo alternativo. Ver, de William Byrd y Christopher Ward, «Drugs and Development in Afghanistan», Banco Mundial, Conflict Prevention and Reconstruction Unit, Working paper series, vol. 18 (diciembre de 2004); ver también «Secret of Thai success in opium war», BBC News, 10 février 2009.
[44] Ver, por ejemplo, Peter Dale Scott, «La continuité du gouvernement étasunien: L’état d’urgence supplante-t-il la Constitution?», Mondialisation.ca, 6 de diciembre de 2010.
http://www.voltairenet.org

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