Revista Cine

Dunkerque

Publicado el 01 agosto 2017 por Diezmartinez
DunkerqueDesde los primeros minutos de Dunkerque (Dunkirk, GB-EU-Francia-Holanda, 2017), décimo largometraje de Christopher Nolan, queda clara la apuesta narrativa/estructural/temática del director de El origen (2010): desafiar al público global hollywoodense, pero hasta ciertos límites aceptables; manipularlo con todos los elementos a la mano, sin llegar al franco chantaje sentimental; construir un discurso bélico/patriótico muy a la británica que no renuncia, tampoco, a cierto nivel de ambigüedad.Estamos en la playa francesa de Dunkerque, entre mayo y junio de 1940, cuando más de 300 mil soldados aliados, en su mayoría británicos, evacuaron el continente europeo rumbo a Inglaterra, derrotados irrebatiblemente por el ejército alemán que parecía, en ese momento, invencible.El guion original de Nolan divide la acción en tres espacios y tres tiempos claramente delimitados y hasta anunciados que, ocasionalmente, se entrecruzarán: en el muelle de Dunkerque, durante una semana, miles de soldados tratan de subirse a alguno de los barcos militares o civiles que empiezan a arribar a las costas francesas para regresar, con el rabo entre las piernas, rumbo a casa; en el mar, durante un día, el viejo dueño de un barquito, su hijo y un jovencito solovino, dirigen su pequeña nave hacia el océano, tratando de salvar la mayor cantidad de vidas posibles; y en el aire, durante una hora, un audaz piloto de un avión Spitfire se enfrenta a sus rivales alemanes que vuelan temibles aviones Heinkel, cubriendo así desde arriba la Operación Dínamo, que fue el nombre con el que se le llamó a esa monumental evacuación, ya vista, por cierto, en un espectacular plano secuencia en Expiación, deseo y pecado (Wright, 2007).La narración paralela pero asincrónica de estos tres escenarios está armada gracias a la precisa edición de Lee Smith -que nos hace pasar de un espacio/tiempo a otro mediante cortes directos a raja tabla- y, sobre todo, a través de la partitura escrita por el habitual colaborador nolaniano Hans Zimmer, quien con una música pulsante y ascendente lleva a tiempo presente y simultáneo todas las acciones que estamos viendo, como si lo que está sucediendo siguiera los dictados de las notas de Zimmer y no al revés, como si la música del oscareado compositor borrara todas las distancias espacio-temporales del filme para dotar estas historias de una urgencia irrefutable: esto está sucediendo aquí y ahora, frente a ti, en la pantalla.Dunkerque, también, funciona como una exploración del heroísmo bélico –o la ausencia de él- a través de un haz de personajes corales, algunos interpretados por rostros harto conocidos o no. Heroísmo típicamente británico (el famoso “stiff upper lip”) el del serio Comandante Bolton (Kenneth Branagh), que dirige la evacuación en la playa y que en algún momento cierra los ojos sin moverse un centímetro esperando su muerte; heroísmo hawksiano de matiné de un audaz piloto casi suicida (Tom Hardy) que salva a sus compatriotas en más de una ocasión; admirable heroísmo sereno del viejo Mr. Dawson (Mark Rylance impecable), que decide arriesgar su vida para salvar la mayor cantidad de soldados posibles en el mar; heroísmo pueril pero conmovedor de un pobre chamaco (Barry Keoghan) que ofrenda su vida por nada, porque sí.Pero también, porque esto es una guerra y la muerte reina por doquier, ausencia de heroísmo sin reproche alguno de un desesperado soldado sin nombre (Cillian Murphy) que ha visto morir a demasiados compañeros; ausencia de heroísmo que no es cobardía sino mero impulso de sobrevivencia de un par de soldados (Fionn Whitehead y Aneurin Barnard) que salen una y otra vez de Dunkerque para ser regresados a la playa como si estuvieran en un demencial juego buñueliano; ausencia de heroísmo que se convierte en franca mezquindad cuando se trata de elegir quién puede vivir o no (“es un franchute”).Nolan le ha apostado de nuevo al gran cine industrial, al blockbusterformalmente arriesgado y temáticamente convencional, en una venerable tradición iniciada hace un siglo por Griffith y su seminal Intolerancia (1916). Esas son sus ambiciones, esos son sus límites. 

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