Revista Cultura y Ocio

Durito II: el neoliberalismo visto desde la Selva Lacandona

Publicado el 16 marzo 2012 por Javiersoriaj

El 9 de febrero de 1995, el gobierno de Ernesto Zedillo inició una incursión en territorio zapatista, intentando detener a los dirigentes del EZLN. Los zapatistas se replegaron a la montaña y evitaron la confrontación directa. Es en este contexto, el del “repliege”, en el que el Sup Marcos vuelve a encontrarse con Durito y juntos empiezan a buscar las razones de lo que estába ocurriendo.
Este texto figura en el Comunicado de fecha 11 de marzo de 1995

[si quieres, puedes ver la primera entrega de La historia de Durito en http://javiersoriaj.wordpress.com/2012/02/20/la-historia-de-durito/]

Durito II: el neoliberalismo visto desde la Selva Lacandona

Fue el décimo día, ya con menos presión. Me alejé un poco para poner mi techo e instalarme. Iba yo viendo hacia arriba, buscando un buen par de árboles que no tuvieran gajo encima. Por eso me sorprendí cuando escuché, a mis pies, una voz que gritó:”¡Hey, cuidado!”

No vi nada al principio, pero me detuve y esperé. Casi inmediatamente se empezó a mover una hojita y, debajo de ella, salió un escarabajo que empezó a reclamar:
-¿Por qué no se fija dónde pone sus bototas? ¡Estuvo a punto de aplastarme! -gritó.

Ese reclamo se me hacía conocido.

-¿Durito? -aventuré.

-¡Nabucodonosor para usted! ¡No sea igualado! -contestó indignado el pequeño escarabajo.

Ya no me cupo duda.

- ¡Durito! ¿Ya no te acuerdas de mí?

Durito, quiero decir, Nacucodonosor, se me quedó viendo pensativo. Sacó una pequeña pipa de dentro de sus alas, la llenó de tabaco, la encendió y, después de una bocanada grande que le arrancó una tos nada saludable, dijo:

- Mmmmh, mmmh.

Y luego repitió:

- Mmmh, mmmh.

Yo sabía que eso iba a tardar, así que me senté. Después de varios “mmmh, mmh”, Nabucodonosor, o sea Durito, exclamó:

- ¿Capitán?

- ¡Ese mero! -dije yo, satisfecho de verme reconocido.

Durito (creo que, después de ser reconocido, podía llamarlo de nuevo así) empezó una serie de movimientos de patitas y a las que, en lenguaje corporal de los escarabajos, viene siendo como una danza de la alegría y que a mí siempre me ha parecido una especie de ataque de epilepsia. Después de repetir varias veces, con énfasis distintos, “¡Capitán!”, Durito se detuvo al fin y me lanzó la pregunta que tanto temía:

-¿Traes tabaco?

- Bueno, yo… -alargué la respuesta para darme tiempo a calcular mis reservas.

En eso llegó Camilo y me preguntó:

- ¿Me llamaste, Sup?

- No, nada… Estaba yo cantando y… y no te preocupes, puedes irte -respondí con nerviosismo.

-Ah, bueno -dijo Camilo y se retiró.

- ¿Sup? -preguntó extrañado Durito.

- Sí -le dije-. Ahora soy subcomandante.

- ¿Y eso es mejor o peor que Capitán? -insistió Durito.

- Peor -le dije y me dije.

Cambié rápidamente de tema y le tendí la bolsa de tabaco diciendo:

- Aquí traigo un poco.

Para recibir el tabaco, Durito realizó nuevamente su danza, ahora repitiendo “¡gracias!” una y otra vez.

Pasada la euforia tabacalera, iniciamos la complicada ceremonia del encendido de la pipa. Yo me recosté sobre la mochila y lo quedé viendo al Durito.

- Estás igual -le dije.

- Tú, en cambio, te ves bastante maltrecho -me respondió.

- Es la vida -dije quitándole importancia.

Durito empezó con sus “mmmh, mmh”. Al rato me dijo:

- ¿Y qué te trae por aquí después de tantos años?

- Bueno, estuve pensando y, como no tenía nada qué hacer, me dije que por qué no dar una vuelta por los viejos lugares y así saludar a los amigos viejos -respondí.

- ¡Viejos los cerros y reverdecen! -reclamó indignado Durito.

Después siguió otro rato de “mmmh, mmmh” y de sus miradas inquisitivas.

Yo no pude más y le confesé:

- La verdad es que nos estamos replegando porque el gobierno lanzó una ofensiva en contra nuestra…

- ¡Corriste! -dijo Durito.

Yo traté de explicarle lo que es un repliegue estratégico, una retirada táctica, y lo que se me ocurrió en ese momento.

- Corriste -dijo Durito, ahora con un suspiro.

- Bueno sí, corrí ¿y qué? -dije molesto, más conmigo mismo que con él.

Durito no insistió. Se quedó callado un buen rato. Sólo el humo de las dos pipas tendía su puente. Minutos después dijo:

- Parece que hay algo más que te molesta, y no sólo lo de la “retirada estratégica”.

- “Repliegue”, “repliegue estratégico” -le corregí.

Durito esperó a que yo continuara:

- La verdad es que me molesta que no estábamos preparados. Y no estábamos preparados por mi culpa. Yo creí que el gobierno sí quería el diálogo y entonces había dado la orden de que empezaran las consultas para los delegados. Cuando nos atacaron nosotros estábamos discutiendo las condiciones del diálogo. Nos sorprendieron. Me sorprendieron… -dije con pena y coraje.

Durito seguía fumando, esperó a que yo terminara de contarle todo lo ocurrido en los últimos diez días. Cuando terminé, Durito dijo:

- Espérame.

Y se metió debajo de una hojita. Al rato salió empujando su pequeño escritorio. Después fue por una sillita, se sentó, sacó unos papeles y los empezó a revisar con aire preocupado.

- Mmmh, mmh -decía a cada tanto de papeles que leía. Después de un tiempo exclamó:

- ¡Aquí está!

-¿Aquí está qué cosa? -pregunté intrigado.

- ¡No me interrumpas! -dijo serio y solemne Durito. Y agregó:

- Pon atención. Tu problema es el mismo que tienen muchos. Se refiere a la doctrina económica y social conocida como “neoliberalismo”…

“Lo que me faltaba… ahora clases de economía política”, pensé. Parece que Durito escuchó lo que pensaba porque me regañó:

- ¡Sssht! ¡Esta no es una clase cualquiera! Es la cátedra por excelencia.

A mí me pareció exagerado eso de “la cátedra por excelencia”, pero me dispuse a escucharlo. Durito continuó después de unos “mmmh, mmmh”.

- ¡Es un problema metateórico! Sí, ustedes parten de que el “neoliberalismo” es una doctrina. Y por “ustedes” me refiero a los que insisten en esquemas rígidos y cuadrados como su cabeza. Ustedes piensan que el “neoliberalismo” es una doctrina del capitalismo para enfrentar las crisis económicas que el mismo capitalismo atribuye al “populismo”. ¿Cierto? Durito no me deja responder.

- ¡Claro que cierto! Bien, resulta que el “neoliberalismo” no es una teoría para enfrentar o explicar la crisis. ¡Es la crisis misma hecha teoría y doctrina económica! Es decir que el “neoliberalismo” no tiene la mínima coherencia, no tiene planes ni perspectiva histórica. En fin, pura mierda teórica.

- Qué raro… Nunca había escuchado o leído esa interpretación -dije con sorpresa.

- ¡Claro! ¡Como que se me acaba de ocurrir en este instante! -dice con orgullo Durito.

- ¿Y eso qué tiene qué ver con nuestra huida, perdón, con nuestro repliegue? -pregunté dudando ya de tan novel teoría.

- ¡Ah! ¡Ah! ¡Elemental, mi querido Watson Sup! No hay planes, no hay perspectivas, sólo i-m-p-r-o-v-i-s-a-c-i-ó-n. El gobierno no tiene constancia: un día somos ricos, otro día somos pobres, un día quiere la paz, otro día quiere la guerra, un día ayuna, otro día se atasca, en fin. ¿Me explico? -me inquiere Durito.

- Casi… -titubeo yo y me rasco la cabeza.

- ¿Y entonces? -pregunto yo al ver que Durito no continúa con su disertación.

- Va a explotar. ¡Pum! Como globo que se infla demasiado. Eso no tiene futuro. Vamos a ganar -dice Durito mientras guarda sus papeles.

- ¿Vamos? -pregunto con malicia.

- ¡Claro que “vamos”! Está visto que no van a poder sin mi ayuda. No, no pretendas poner reparos. Necesitan un superasesor. Ya estoy aprendiendo francés, por aquello de la continuidad.

Yo me quedo callado. No sé qué es peor: si descubrir que nos gobierna la improvisación o imaginarme a Durito de supersecretario de gabinete en un improbable gobierno de transición.

Durito arremete:

- Te sorprendí, ¿eh? Así que no tengas pena. Mientras no me aplasten con sus bototas siempre podré clarificarles el camino a seguir en el derrotero de la historia que, a pesar de la vicisitudes, habrá de levantar este país, porque unidos… porque unidos… Ahora que me acuerdo no le he escrito a mi vieja -Durito suelta la carcajada.

- ¡Pensé que estabas hablando en serio! -finjo enojo y le aviento una ramita. Durito la esquiva y sigue riendo.

Ya en calma, le pregunto:

- ¿Y de dónde sacaste esas conclusiones de que el neoliberalismo es la crisis hecha doctrina económica?

- ¡Ah! De este libro que explica el proyecto económico 1988-1994 de Carlos Salinas de Gortari -responde y me muestra un librito con el logotipo de Solidaridad.

- Pero Salinas ya no es el presidente… parece -digo con una duda que me estremece.

- Ya lo sé, pero mira quién redactó el plan -dice Durito y me señala un nombre. Yo leo:

- “Ernesto Zedillo Ponce de León” -digo sorprendido y agrego:

- ¿De modo que no hay ruptura?

- Lo que hay es una cueva de ladrones -dice, implacable, Durito.

- ¿Y entonces? -pregunto con verdadero interés.

- Nada, que el sistema político mexicano es como ese gajo de árbol que cuelga encima de tu cabeza -dice Durito y yo brinco y miro hacia arriba y veo que, en efecto, hay un gajo que pende amenazante sobre mi hamaca. Me cambio de lugar mientras Durito sigue hablando:

- El sistema político mexicano apenas si está prendido a la realidad con pedazos de ramas muy frágiles. Bastará un buen viento para que se venga abajo. ¡Claro que, al caer, va a pasar a llevar otras ramas y cuidado el que esté bajo su sombra cuando se desplome!

- ¿Y si no hay viento? -pregunto mientras pruebo si la hamaca quedó bien amarrada.

- Lo habrá… lo habrá -dice Durito y queda pensativo, como mirando al mañana.

Los dos quedamos pensativos. Volvimos a encender las pipas. El día empezaba a marcharse. Durito se quedó mirando mis botas. Temeroso, preguntó:

- ¿Y cuántos vienen contigo?

- Dos más, así que no te preocupes por los pisotones -le dije para tranquilizarlo. Durito practica la duda metódica como disciplina, así que siguió con sus “mmmh, mmmh”, hasta que soltó:

- Pero los que vienen tras de ti, ¿cuántos son?

- ¡Ah! ¿Esos? Como unos sesenta…

Durito no me dejó terminar:

- ¡Sesenta! Sesenta pares de bototas encima de mi cabeza! 120 botas de la Sedena buscando la forma de aplastarme! -gritó histérico.

- Espérame, no me dejaste terminar. No son sesenta -dije. Durito nuevamente interrumpió:

- ¡Ah! Ya sabía yo que no era posible tanta desgracia. ¿Cuántos son, pues? Lacónico, respondí:

- Sesenta mil.

- ¡Sesenta mil! -alcanzó a decir Durito antes de atragantarse con el humo de la pipa.

-¡Sesenta mil! -repitió varias veces entrecruzando con angustia sus manitas y patitas.

- ¡Sesenta mil! -se decía con desesperación.

Yo traté de consolarlo. Le dije que no venían todos juntos, que era una ofensiva con escalones, que estaban entrando por varios lados, que faltaba que nos encontraran, que habíamos borrado los rastros para que no nos siguieran, en fin, le dije todo lo que se me ocurrió.

Al rato Durito se tranquilizó y empezó de nuevo con sus “mmmh, mmmh”. Sacó unos papelitos que, según me di cuenta, parecían mapas y empezó a hacerme preguntas sobre la ubicación de las tropas enemigas. Le respondí lo mejor que pude. A cada respuesta Durito hacía marcas y anotaciones en los pequeños mapas. Pasó un buen rato, después del interrogatorio, diciendo “mmmh, mmmh”. Pasados unos minutos, y después de complicados cálculos (digo yo, porque usaba todas sus manitas y patitas para hacer las cuentas) suspiró:

- Lo dicho: usan “el yunque y el martillo”, el “lazo corredizo”, la “caza del conejo” y la maniobra vertical. Elemental, viene en el manual de Rangers de la Escuela de las Américas-, se dice y me dice. Y agrega:

- Pero tenemos una oportunidad de salir bien de ésta.

- ¿Ah, sí? ¿Y cómo? -pregunto con escepticismo.

- Con un milagro -dice Durito mientras guarda sus papeles y se recuesta.

El silencio se acomodó entre los dos y fuimos dejando que la tarde se llegara por entre las ramas y bejucos. Más tarde, cuando la noche acabó de desprenderse de los árboles y, volando, cubrió el cielo, Durito me preguntó:

- ¡Capitán… Capitán… Psst! ¿Estás dormido?

- No… ¿Que hay? -le respondí.

Durito pregunta con pena, como temiendo lastimar.

- ¿Y qué piensas hacer?

Yo sigo fumando, miro los rizos plateados de la luna colgados de las ramas. Suelto una voluta de humo y le respondo y me respondo:

-Ganar.




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