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Echa de menos

Publicado el 29 abril 2015 por Claudia_paperblog

Será un tópico, pero es lo único que te pido. Ten recuerdos, sin aferrarte a ellos, pero tenlos. Ten personas, lugares e incluso objetos a los que echar de menos. Eso significará que los quisiste desmesuradamente, con pasión y que, durase mucho o poco, aprovechaste el momento y lo disfrutaste al máximo. Echa de menos ese segundo en el que, tras dos cervezas bien frías, ya estabas brindando junto a tu mejor amiga con la tercera en la mano, con una inevitable sonrisa en la boca y pensando: Esto es la felicidad. Echaré de menos esto.

Quédate con eso, con cada vez que por tu mente cruzó ese pensamiento, esa palabra tan apreciada y buscada. Quédate con cada vez que pensaste: Si ahora mismo muriese, lo haría feliz. O cuando te dijiste Ojalá el tiempo se detuviese en este mismo instante. O Ojalá esto pudiese ser eterno. O Amo la vida (frase que para los no tan optimistas sería más como: Después de todo, la vida no es tan dura, no está tan mal).

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Echa en falta esos momentos concretos porque no se repetirán. No te asustes, con esto no quiero decir que nunca más volverás a ser feliz o a tener esa sensación (porque al fin y al cabo, la felicidad no es más que eso, una sensación, una percepción muy muy muy subjetiva). Tampoco quiero decir que no volverás a ver a esa persona, que no volverás a reírte con tus hermanos o a salir de fiesta con tus amigos. No, con esto quiero decir que ese momento nunca será exactamente igual, quizá lo esperarás, pero sabes que eso siempre te llevará a una gran decepción. Por eso, echa de menos y no te arrepientas de ello ni te sientas triste por esa razón, al revés, alégrate, de tener tantos recuerdos que poder revivir con una sonrisa en la boca.

Echa de menos bares, mares, plazas, colores, sabores, olores, comidas, sonrisas, abrazos, manos, lenguas, miradas, dientes y labios, espejos, cielos, nubes y estrellas, astros, vecinos, amigos, padres, abuelos, camas, suspiros, gemidos, vestidos, collares, anillos, sueños, risas, coches, viajes, ciudades, pueblos, montañas, abetos y pinos, fiestas, celebraciones, etapas, mochilas, libros, películas, lápices y papeles en blanco, diarios, borracheras, fotografías, pendientes, sudaderas y bambas, aromas, perfumes, canciones, desesperaciones, exámenes, trabajos, momentos.

Echarás de menos tu primer trabajo en el que tanto te apreciaban o aquel chico que te llevaba al orgasmo con solo mirarte, echarás de menos tu moto, aquella con la que cada mañana ibas al instituto, echarás de menos las tardes al sol sin hacer nada, las noches locas con tus amigos en las que se creaban anécdotas vergonzosas que serían recordadas durante semanas. Echarás de menos aquel viaje a Cancún y aquella madrugada de confidencias con tu hermana, las largas charlas con tu abuela y las albóndigas de tu madre, aquella copa de vino o aquel baile bajo las estrellas. Echarás de menos la madrugada en que le explicaste lo que nunca te atreviste a contar a nadie más. También aquellas peleas con tu mejor amigo, el más cabezota del mundo. Echarás de menos las despedidas.

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Llegará un momento en que incluso echarás de menos las mentiras, aquellas que te convertían en una feliz ignorante.

El ser humano echa de menos porque no está preparado para 1. La pérdida y 2. El olvido.

No estamos preparados para el olvido porque nos encanta vivir en el pasado, no podemos dejarlo ir, y eso no me parece mal. Lo que me parece mal es que recurras a él como un salvavidas, remitiéndote a las conocidas coplas de Jorge Manrique, en las que Cualquier tiempo pasado fue mejor. Del mundo del pasado, como del de la locura, hay que saber salir, por mucho que cueste. El pasado no debe ser un salvavidas ni un colchón, tan solo una almohada más cómoda que la que solemos usar, necesaria y acogedora a veces, pero no imprescindible.

Sin embargo, lo primero es inevitable. La pérdida. Sucederá, más tarde o más temprano. Hay que aprender que las personas entran y salen de nuestras vidas; algunas vienen para quedarse por siempre jamás y otras solo te utilizan como estación de paso, para hacer ese transbordo que solo supone un pequeño peldaño más en su largo recorrido. Pero quédate con las que dejen huella, con las que te hagan tocar el cielo por una milésima de segundo. Pero cada día.

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