Revista Cultura y Ocio

Economía para la tribu (VII) : Oferta y Demanda

Por La Cloaca @nohaycloacas

Publicado por José Javier Vidal

La oferta y la demanda. La ley de la oferta y la demanda. Las palabras mágicas, el conjuro al que recurren los economistas para explicar todo o casi todo lo que ocurre en la economía. Y, nos guste o no, tienen razón. Cualquier sociedad en la que haya un cierto intercambio de bienes, por reducido que sea, no puede escapar a estas leyes. Su cumplimiento, me atrevo a afirmar, es inexorable. Aunque un Estado se empeñe en evitarlo mediante restricciones, prohibiciones o racionamientos. Ahí están los mercados negros para dar fe de ello. Estos mercados – por ejemplo, en la España de posguerra o en los antiguos países socialistas europeos – son la salida natural, una suerte de desbordamiento de las fuerzas económicas cuando se encuentran con diques impuestos por los gobiernos.

Que la ley de la oferta y la demanda sea ineludible no significa que haya que aceptar acríticamente sus resultados, como si estos tuviesen un carácter religioso, divino, contra el que los mortales no pudiéramos, ni debiéramos, hacer nada. Sin embargo, sí que podemos y, en mi opinión, debemos atemperarlos con la intervención, prudente, de los poderes públicos. Porque no olvidemos que una economía eficiente puede ser una economía inhumana. Lo iremos viendo en las próximas semanas.

A los lectores que hayan tenido la curiosidad y la paciencia de leer los artículos anteriores de esta serie, a estas alturas les habrá quedado claro, al menos, que todas las sociedades tienen que decidir qué, cómo y para quién producir usando para ello los recursos escasos de los que disponen. Y que, cuando una sociedad alcanza cierto grado de desarrollo, esa decisión la toman, cooperando en mayor o menor grado, esas instituciones conocidas como mercado y como Estado.

En una economía de mercado, éste es, el mercado, la institución predominante en la asignación de recursos. Y los precios son, a su vez, el elemento clave en el que descansa todo el sistema. Proporcionan las señales que, en cada momento, necesitan los agentes económicos para tomar sus decisiones de consumo y producción. Si, por las razones que sean, los consumidores deciden comer más lechuga y menos tomates, por ejemplo, el precio de la lechuga aumentará y el de los tomates bajará. Esto dará a los agricultores una “señal” para que dejen de producir tomates y cultiven más lechugas. No es un “superpoder” omnisciente situado por encima de los individuos el que fija qué cantidades se producen de cada bien, sino que son los propios individuos los que con sus decisiones de compra determinan cuál quieren que sea esa producción.

Las funciones y curvas de demanda y de oferta son la expresión matemática y gráfica, respectivamente, de la relación entre cantidades y precios demandados y ofertados. En el caso de la demanda de un bien, su función relaciona la cantidad que los compradores estarán dispuestos a adquirir a un determinado precio. Su expresión gráfica es esta:

Economía para la tribu (VII) :  Oferta y Demanda

En el gráfico anterior se ve que, a mayor precio, la cantidad demandada es menor y, a medida que el precio disminuye, la cantidad demandada aumenta. Así, en el ejemplo, a un precio de 10 unidades monetarias, se demandarán 100 unidades de un artículo; a un precio de 4 unidades monetarias, en cambio, se demandarán 400 unidades de ese bien. Este fenómeno se conoce como Ley de demanda decreciente. Decreciente en relación a la evolución del precio, claro. Otra manera de expresarlo es que, si los productores quieren colocar en el mercado una mayor cantidad de su artículo, tendrán que bajar su precio. Es importante señalar que la ley anterior se cumple bajo la condición “ceteris paribus”, es decir, suponiendo que todos los demás factores que afectan a la demanda del bien se mantienen inalterados.

No creo que sea necesario extenderse mucho en explicar por qué sucede esto. Es el resultado de dos efectos que se acumulan. El primero es que un menor precio hará ese bien más accesible a más consumidores. La tableta de chocolate, pongamos por caso, cuesta 100 euros. A ese precio pocas, muy pocas, serán las personas que se puedan permitir tal lujo. Pero si el precio baja a un euro, el chocolate estará al alcance de casi todo el mundo. Es decir, el descenso del precio hace que aumente el número de compradores. El segundo efecto es el crecimiento del consumo individual de un bien inducido por el descenso de su precio. Siguiendo con el ejemplo del chocolate, supongamos que somos unos adictos incurables y que nuestra renta es limitada. Si la tableta cuesta 100 euros, por mucho que nos guste no podremos consumir chocolate más que en las grandes ocasiones. Si el precio baja a 10 euros, el chocolate aún es caro pero, contando con la misma renta del principio, podremos comprar darnos el gusto de vez en cuando. Si, en fin, la tableta se vende a un euro, posiblemente decidamos tomar chocolate en el desayuno, después de comer, en la merienda, hacer pasteles, figuritas y mil cosas más. Más consumidores y mayor consumo por consumidor, resultado: mayor demanda total de chocolate.

Acabamos de ver la relación entre la demanda y el precio de un bien y su representación gráfica: la curva de demanda. Moviéndonos a lo largo de la curva sabremos qué cantidad del bien se demandará a cada precio. Pero hay otros factores, además del precio, que influyen en la demanda de un bien. Estos factores desplazan la curva de demanda a la derecha o a la izquierda, es decir, incrementarán o disminuirán la demanda para cada precio. Gráficamente esto se ve así:

Screenshot from 2015-05-22 15:16:08

Nótese que, para un mismo precio, la demanda del bien aumenta o se reduce al desplazarse la curva a la derecha o a la izquierda respectivamente.

Para ilustrar cuáles son y cómo funcionan estos factores, podemos tomar como ejemplo la demanda de electricidad en España en las últimas décadas, es decir, analizar cómo se ha ido desplazando su curva de demanda hacia la derecha. Los factores que han afectado y afecan a la demanda de electricidad son la renta media de los consumidores – la renta que puede dedicar una familia española media de hoy al gasto en electricidad es muy superior a la de una de los años cincuenta -, el tamaño del mercado – la demanda de electricidad es, previsiblemente, mayor en un país de 46 millones de habitantes que en uno de apenas 30 millones -, el precio y disponibilidad de bienes sustitutivos – en el caso de la electricidad, el butano o el gas natural, entre otros – y el cambio tecnológico – hoy hay aparatos eléctricos y electrónicos de uso generalizado que, obviamente, exigen el consumo de más electricidad -. Por último, existen también otros factores que, aunque no influyen apenas en la demanda del bien que me hemos tomado como ejemplo, la electricidad, sí que lo hacen en la de otros bienes. Estos factores, a los que me atrevería a denominar “emocionales”, son más difíciles de precisar pero su influencia sobre la demanda es indudable (si no, que se lo digan a las empresas de marketing…): los gustos, las preferencias, las necesidades creadas, las modas…Que es Navidad, todo el mundo a comprar turrón. Que a un famoso le da – o alguien le paga – por consumir un determinado tipo de bebida, pues todos a buscarla en los supermercados. Que los “creadores de tendencias” deciden que, para ir a la moda, es obligatorio llevar un determinado tipo de ropa, pues muchos consumidores comprarán, aunque no la necesiten porque ya tengan vestido, esa ropa.

Hasta aquí la demanda. Pero para contar la historia completa de los precios y las cantidades producidas y consumidas, en la obra también tiene que actuar su inseparable compañera: la oferta. La conoceremos en el próximo artículo.


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