Revista Cultura y Ocio

Eduardo García, unos poemas

Publicado el 21 abril 2016 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Hace dos días me enteré de la muerte del poeta Eduardo García (1965 – 2016) en Facebook. No soy ningún experto en su obra, no he leído entero ninguno de sus libros, pero sabía que sí que había leído alguno de sus poemas. Lo hice gracias a la antología La generación del 99, coordinada por José Luis García Martín, uno de mis libros favoritos de poesía. Una antología con la que disfrute mucho hace ya tantos años.
Eduardo García, unos poemas
Tomé el libro de la estantería y busqué a Eduardo García. Leí otra vez sus poemas. Volvieron a gustarme. Dejo aquí alguno de ellos como homenaje:
CESE  DE  HOSTILIDADES
¿Cómo reconciliarse con el mundo si es tan necio, veleta, tarambana, que es capaz de albergar al mismo tiempo el Taj Mahal, los campos de exterminio, la mezquindad, tu risa, la traición, los libros, la ignorancia, un cuerpo que fascina, el carbón y la sal, los muros y el espacio, el cáncer y las playas tropicales?
Y sin embargo, y no obstante, y pese a todo, acudimos al día como quien va a una cita con una vieja amante casquivana, la sonrisa planchada y el pañuelo en el bolsillo izquierdo, fiel, solícito, y hacemos el amor sin credenciales, o escribimos poemas que interpretan la vida a su manera,               como si ésta hubiera de aguardarnos a la vuelta de la esquina, con su traje de novia y su ramo de flores funerarias.
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Nos prometen paisajes de ensueño y chicas rubias
que sonríen a bordo de un último modelo,
repentinos romances, placeres instantáneos,
el sueño de una vida más plena y más dichosa
en un destello frágil como un beso fugaz
que nos tendiera al paso una desconocida.
Son mentiras y son dulces y además nos recuerdan
esa dulce ficción de la literatura.
AL FONDO DE LA ESCENA
He cruzado el umbral. Estoy en casa. Después del frío, y el viento y los veranos he venido. Saludo a los objetos Con un suspiro grave y respetuoso. La sala decorada con flores que parecen desplomarse carnívoras sobre los comensales. He ocupado mi silla. Alguien comenta el precio escaso de la vida humana en un país remoto y las noticias dejan caer promesas de un futuro que merezca la pena. La mujer me sirve una sonrisa. El hombre habla con ella como quien acaricia un sueño que se hiciera cotidiano. Bajo el mantel los niños se pelean. La sal. El pan. La mesa como siempre: cada cual en su sitio, absorto en la tarea de ser el personaje que la trama dispone.    Así, ya ves, somos felices. Ignoramos que un día la ausencia de la madre, esa silla vacía, inconcebible, hará que el niño aquél -al fondo de la escena- escriba estas palabras.

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