Revista Opinión

Educación parlamentaria

Publicado el 13 enero 2020 por Jcromero

Hay quien se queja de la mala educación de los jóvenes. El saber estar, el buen rollo o el respeto debieran ser considerados como algo transgeneracional. Y sin embargo, parece que la buena educación es un concepto que no está de moda como se ha podido ver y escuchar en la reciente sesión de investidura.

No dejar hablar, murmurar, interrumpir, descalificar son argucias típicas del mal parlamentarismo y tan antiguas como el propio sistema parlamentario. Estas manifestaciones serán legítimas, pero quienes abusan de esos recursos demuestran poca educación y menos sustancia. Las faltas de respeto al adversario, en expresiones y gestos, cuando no con el insulto, son signos de pésima educación parlamentaria.

No es preciso estar de acuerdo con la política de un partido para reconocer si sus representantes se comportan de manera respetuosa. Si tienen la paciencia suficiente como para ver o escuchar una sesión plenaria del Congreso de los Diputados, lo podrán comprobar. Bastará con estar atentos a quién puede hablar sin otras alteraciones que los aplausos de los suyos y quien es interrumpido de manera constante con murmullos, pataleos, gritos o descalificaciones. Si tienen aguante; compruébenlo. Si le dicen que la gente de derecha es muy educada, comprobarán que su representación política no lo es.

Menospreciar al contrario es más frecuente que rebatir sus argumentos; más que tratar de convencer, se intenta aniquilar. Usar los tribunales para dirimir la disputa política es un signo de desconfianza en la propia política.

En materia de buena educación democrática, algunos de nuestros representantes suspenden por sus actitudes bizarras: gestos, gritos, insultos. Pero también por invocar de manera constante e interesada a la Constitución; por intentar apropiársela cuando es de todos. La defensa del constitucionalismo requiere algo más profundo que la simple apelación a esta norma. Que unos políticos señalen de manera interesada quién es constitucionalista y quién no, que tracen una línea y sitúen a un lado y a otro al resto de fuerzas políticas, supone un manoseo y una apropiación espuria de la misma.

Encallecido por tanta decepciones, no estuve atento a la sesión de investidura. Sin embargo, alguien me recomendó escuchar la intervención de Joan Baldoví. Copio textualmente, del diario de sesiones, un fragmento de una de sus intervenciones. Cada uno que saque las conclusiones que estime conveniente:

Señores, me equivoqué con la tila, lo confieso. (Risas). Ustedes no necesitan tila, ustedes necesitan una cosa que se da en las escuelas: ¡educación! ¡educación! (Aplausos). Soy maestro de escuela (rumores) y si hubiera tenido que explicar lo que es la mala educación y la intolerancia, hubiera puesto un vídeo de lo que pasó aquí el domingo por la mañana. (Rumores.-Aplausos). Dos, soy profesor de Educación Física (rumores) y enseño a los niños y a las niñas a ganar, pero les enseño, sobre todo, a perder. Aprendan a perder, resígnense y ¡a ganar!

El diputado de Compromís explica lo sucedido: " Hoy quiero contaros un hecho insólito que se produjo en el pleno de Investidura cuando hice alusión a mi condición de profesor de educación física. Vi risitas y burlas por mi condición de maestro. Además de la mala educación, estos murmullos despiden un tufillo absolutamente clasista. ¿Hubieran dicho lo mismo si hubiese sido banquero o representante de una gran multinacional? ".

Baldoví tiene toda la razón: la democracia debiera de entender el respeto y la convivencia como principios básicos.

Compórtense como demócratas que ya Bansky retrató a los parlamentarios británicos como simios. ¡No hagan méritos!


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