Revista Opinión

Educación, una paradoja clínica

Publicado el 04 agosto 2011 por Jorge Gómez A.
El problema educacional se ha vuelto un problema endémico, crónico. Se ha naturalizado el hecho que cada cierto tiempo, cada cuatro años incluso (si constatamos regularidades), los estudiantes salgan a las calles a reclamar, protesten, denuncien las fallas del sistema, exclamen y comuniquen su mala educación y se enfrenten con otros, de uniforme, que son producto de la misma. Mientras, las autoridades, los gobernantes, se acostumbraron a responder con medidas “dentro de lo posible”, a decir que efectivamente el sistema presenta fallas, que es una vergüenza, que los datos y los “especialistas” ya lo decían, y un extenso bla bla bla. Así viene haciéndose desde hace tiempo.
Y entonces vemos que el tema educacional -no el problema, porque como decía Borges, hablar de problema puede ser “vaticinar (y recomendar) las persecuciones, la expoliación, los balazos, el degüello…”- se ha vuelto una paradoja clínica. Un enfermo, desnutrido, anémico, con fiebre y convulsiones cada cierto tiempo, asiste al médico general, para que lo cure. El facultativo de turno, que hace rato conoce el diagnóstico, primero le dice “que no está mal, que sólo es hipocondría, que se relaje, que todo está bien”, y le da un placebo.
Pero la fiebre y las convulsiones se han tornado más frecuentes en el crónico paciente, y más intensas a medida que la enfermedad aumenta con el tiempo y se torna claramente de carácter autoinmune. El enfermo vuelve donde el médico y le insiste: “estoy enfermo. Mi sistema está mal”. Y el doctor, que se cree uno de los mejores, insiste en su idea anterior y el placebo. Pero el enfermo, de sopetón le vomita el impecable delantal blanco que luce el facultativo. Y entonces, el galeno recién dice: “Vaya, parece que realmente estás enfermo. Hagamos exámenes”.
“¿Exámenes?” -Pregunta el enfermo. Y agrega: “pero y todos los especialistas en mi enfermedad, que me revisaron el 2006 y dieron cátedra de conocimiento, cuando hicieron su junta médica ¿No le dieron un diagnóstico general?”. El galeno dice: “Sí, pero no estoy convencido.  Creo que puede ser un tema mental, una locura, una idea tuya, quizás estás ideologizado”.
Entonces, cuando el enfermo vuelve a vomitar las paredes, y cae al piso de la consulta, botando bilis, mientras su cuerpo convulsiona descontrolado y claramente no se puede autogobernar…el médico reacciona y le dice: “Te daré una receta, una mejora, un remedio”. Algunos otros, ante el escándalo, sin tener idea, comentan que se trata de un loco, de un antisocial, un desadaptado.
Al llegar a casa, luego de toda una mañana de convulsiones y fiebre. El enfermo crónico mira la receta y ve que los medicamentos son prácticamente los mismos químicos que les dio otro facultativo hace cuatro años, junto a un grupo de amigos supuestamente encargados de mejorar cosas. Pero sólo cambian los nombres. Es una receta –otra más- para calmar sus convulsiones, pero no es el remedio a éstas. El enfermo, siente un poco de decepción, un poco de rabia. Se siente mal, desahuciado. Mañana iré a hablar con el doctor de nuevo, piensa. Quizás me escuche.
Al otro día, esperando en la consulta, el médico se niega a atenderlo. Una secretaria le dice con aires de superioridad –no se sabe de dónde- y con voz un tanto chillona: “el doctor ya le dio sus remedios y dice que no sea porfiado. Que se los tome y todo mejorará”. Entonces, el enfermo crónico entra en cólera y le dice a la secretaria: Cállese, quiero hablar con el médico, usted no tiene idea de nada”. La rabia lo hace tener pequeños estertores y nauseas…pero está furioso. El médico, refugiado en su consulta, llama a unos funcionarios del psiquiátrico y les dice: “Por favor vengan, acá hay un hombre que insiste en que está enfermo, es un desadaptado”.
Días después, nadie se acuerda del enfermo. Aunque en el fondo, ya todos lo estaban. En una habitación del psiquiátrico, el enfermo, se siente agonizante, lo sedaron, incluso en algún momento lo amarraron. Algunos desquiciados, realmente locos, plantearon matarlo para “calmar su mal estar”, que en realidad era el suyo. Les molestaba ese loco, les molestaba que les dijera que estaba enfermo.
Han pasado años de aquel episodio. Muchos especialistas examinan al enfermo, hablan de él en foros, escriben libros sobre su caso, plantean soluciones. Incluso ganan dinero o prestigio hablando de él en distintos lugares. Pero ninguno le ofrece una cura.
Al parecer todavía no nace aquel que se enfrente de verdad a su enfermedad.

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