Revista Cultura y Ocio

El abismo

Por Elircourt
EL ABISMO    

Sentado solo al borde del abismo contemplaba sus piernas colgando y oscilando como un péndulo. Recorrió con su mirada las paredes de tierra cerrándose poco a poco en el interior de aquel inacabable despeñadero. Como si se hallara en el malecón al filo del muelle, imaginaba en la profundidad del precipicio un mar sin fondo.

Desconocía en qué lado de la orilla se encontraba. Abajo iban cayendo como piedras de hielo, uno tras otro, sus sueños. Arriba quedaba él, cada vez más desnudo, casi una sombra. Eso le pareció al rato de haberse sentado en la cima del precipicio. Puede que el silencio hubiese contribuido en la percepción de su desnudez doliente. Despojo es la palabra, se dijo, como si aquellos mendrugos de hielo rodando hacia el fondo del despeñadero le vaciaran poco a poco. Se llevaban consigo lo mejor de sí mismo.
Al cabo advirtió que le pesaba su cuerpo. Le habría costado levantarse. Se percibía extremadamente plúmbeo y, a la vez, consumido, sin saber ya si arrojarse al vacío o ponerse en pie y retornar sobre sus pasos. No había pacto posible con el diablo. Arriba quedaba su existencia y abajo su vida. Le dolía la espalda. Se frotó los ojos con el dorso de las manos, como queriendo despertar de una pesadilla. Ahí seguía sin saber hasta cuándo, sentado al borde del abismo, meciendo las piernas y con la mirada perdida.

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