Revista Cultura y Ocio

El accidente del teletransporte. Ned Beauman

Por Mientrasleo @MientrasleoS
El accidente del teletransporte. Ned Beauman
     "Un azucarero derramado en la alfombra de tu anfitrión es una parodia de la avalancha que mató a su padre y a su madre, así como la forma en pico de pato de los labios de tu nueva novia cuando trata de poner morritos seductores es una cita del graznido que tu última novia emitía en la cama. El timbre del teléfono en plena noche cuando un extraño da una extensión equivocada a la operadora es un tributo al inadvertido equívoco de telegramas que acabó con el adúltero matrimonio con tu prima, así como el sonoro hueco que produce el contoneo bamboleante de la clavícula de tu nueva novia es una refutación de la aparente belleza del carnoso escote de la última. O eso es, por lo menos, lo que le parecía a Egon Loeser. Y es que, a sus ojos, los dos asuntos más hostiles a los que había de enfrentarse todo hombre en la vida de modo constante, consciente y con newtoniano proceder eran los accidentes y las mujeres."
     La cubierta, la cubierta es bonitísima con ese rojo y esa chica que uno no sabe muy bien a lo que se va a enfrentar, porque el título es esquivo a la hora de explicarnos. Así que la colección termina por inclinar la balanza y hoy traigo a mi estantería personal, El accidente del teletransporte.
     Conocemos a Egon Loeser, un hombre cuyo nombre jamás hubiera podido ser elegido con más tino por parte del autor, que pretende construir una máquina para transportar a los actores por el escenario. Y también quiere tener sexo con una joven llamada Adele Hitler, que nada tiene que ver con Adolf pese a estar en los años treinta en Berlín. Entre obsesiones y artistas, persigue a esta mujer a lo largo y ancho del mundo, es decir, hasta Los Ángeles, pasando por París.
     El accidente del teletransporte es un libro tan inclasificable, como divertido. De hecho está plagado de referencias histórica, culturales y geográficas que se mezclan con anécdotas imposibles por las fechas en que se relatan, así como un cinismo a lo largo de toda la novela que ni siquiera permite a nuestro protagonista convertirse en uno de esos aclamados antihéroes.
     Empecemos. Estamos en los años 30 en un Berlín de fiestas en fábricas abandonadas y en el que la ketamina hace furor sustituyendo a la coca. Imposible, lo sé, esto hubiera debido de suceder muchos años después, pero ocurren accidentes y también suceden ecos y la historia se repite y ese Berlín improbable, puede ser Nueva York en los ochenta o cualquier otra ciudad en una fecha o tan lejana llena de jóvenes vacíos de determinadas clases. Es en este Berlín y jugando a historias repetidas, que Loeser intenta mejorar un invento de Venecia para usar en el teatro, la máquina del teletransporte, que en su día provocó una catástrofe y decenas de muertos, y en este presente se conforma con dislocar los brazos del actor que lo llevaba puesto y que les sacará cierta utilidad en un futuro para dar placer a la exnovia de Loeser. Pero me desvío. Loeser, en plenos treinta, enamorado de Adele hitler y seguro de que esa mujer con ese apellido le cambiará la vida, la persigue por tres grandes ciudades, sabiendo que ella se acuesta con cualquiera, salvo él. Y el autor, en un acierto máximo a la hora de elegir apellidos y estableciendo un paralelismo entre la bondad de la belleza amada, y el nazismo y la belleza aria, nos muestra a un Loeser que ni siquiera es capaz de darse cuenta de lo que está sucediendo a su alrededor.
     Seguimos con Loeser, y ahora nos vamos a París donde conoce a un timador que le hará operar determinadas glándulas para... bueno, eso mejor lo descubrís mientras se habla de Hem y su libro como manual de entrada a la ciudad de las luces culturales. Y de ahí a Los Ángeles, Beauman encuentra aquí al mejor de los compañeros de nuestro perdedor protagonista, que sigue sin follar (porque en el libro dicen follar, sí, con todas las letras, cosa que por algún curioso resorte hace reír al lector como si fuera un niño) desde que se enamorara de la señorita Hitler. Esta vez el personaje en cuestión es Gorge, un hombre capaz de saludar a los cuadros como si fueran personas debido a una afección visual, y juntos darán lugar a una de las mejores partes del libro que, por cierto, a lo largo de la trama también incluye misterios e incluso muertes.
     El resultado es una novela brillante capaz de sacar de sus casillas a un lector que no sabe si es mejor comprobar fechas que chocan o apuntar frases brillantes que parecen asaltarnos en cada página al despiste. Hay momentos tan absurdos que nos dejan perplejos y otros en cambio nos arrancan una carcajada sin un aparente motivo real. Me lo he pasado bien, me he divertido y he descubierto que queda mucho por inventar en la literatura. Y que, en este libro, no se deja nada al azar, ni siquiera el nombre del pobre protagonista.
     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
     Gracias.
     PD. Con lo fácil que ha sido leer y lo difícil que es de contar, me ha quedado un tanto pynchoniano todo esto.

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