Revista Cultura y Ocio

El aciago demiurgo

Publicado el 25 septiembre 2017 por Useenbooks @Naialma

El aciago demiurgo

En este libro se dedican páginas magistrales al conflicto entre politeísmo y monoteísmo, cuyas repercusiones filosóficas y políticas están muy lejos de haberse mitigado; aquí se hacen inolvidables reflexiones sobre el suicidio, se aprovecha una visita a un museo paleontológico para meditar sobre la corporeidad humana o se subraya la necesidad e imposibilidad, juntamente, de la liberación según el Buda.

Impresión: El aciago demiurgo

Acabo de conocer a Emil Cioran y ya sé que, seguramente, no le gustaría que hablase de él pero como está muerto, no se va a enterar.

Su obra «El aciago demiurgo» llegó a mí durante una charla con un amigo. Fue decirme un par de detalles sobre su corriente filosófica y querer leerlo YA. Y es que… ¿cómo podría resistirme a leer un ensayo de corte pesimista, nihilista y que aboga por el suicidio?

Cioran le ha dado palabras a muchas de mis sensaciones y pensamientos que nunca supe expresar. Es triste tener que recurrir a palabras de otros pero mucho más no encontrarlas nunca.

Diría que hay que escoger el momento para adentrarse en su lectura, sin embargo… ¿existe el Momento Adecuado para leer esta clase de obras?

Mi parte favorita ha sido el capítulo sobre el suicidio. Aunque el capítulo sobre Paleontología tampoco está nada mal. El capítulo sobre religión tampoco tiene desperdicio aunque no ha llamado tanto mi atención por ser un tema más manido en estos ambientes filosóficos.

Y como he subrayado la mayor parte del libro, me callo ya y dejo algunos de esos fragmentos para que, si hay alguien que no lo conozca y tenga curiosidad, sepa por dónde van los tiros.

Alguien completamente bueno nunca se resolverá a quitarse la vida. Esta proeza exige un fondo —o restos de crueldad. El que se mata hubiera podido, en ciertas condiciones, matar: suicidio y asesinato son de la misma familia. Pero el suicidio es más refinado, en razón de que la crueldad hacia uno mismo es más rara, más compleja, sin contar que se le añade la embriaguez de sentirse triturado por su propia conciencia.

***

Nadie se mata, como se piensa comúnmente, en un acceso de demencia, sino más bien en un acceso de insoportable lucidez, en un paroxismo que puede, si se empeña uno, ser asimilado a la locura, pues una clarividencia excesiva, llevada hasta su límite y de la que quisiera uno desembarazarse a cualquier precio rebasa el cuadro de la razón.

***

Se debería por decencia elegir uno mismo el momento de desaparecer. Es envilecedor extinguirse como se extingue uno; es intolerable verse expuesto a un fin sobre el que nada se puede, que te acecha, te abate, te precipita en lo innombrable. Quizá llegue el momento en que la muerte natural esté totalmente desacreditada, en el que se enriquecerán los catecismos con una fórmula nueva: «Dispénsanos, Señor, el favor y la fuerza de acabar, la gracia de borrarnos del tiempo».

***

El futuro, ese precipicio, me aterra hasta tal punto que me gustaría ver desaparecer hasta la idea de él. Pues es en el fondo ella, mucho más que el deslizamiento hacia el abismo que encubre, lo que me angustia y me impide saborear el presente. Mi razón se tambalea ante todo lo que llega, ante todo lo que debe llegar. No es lo que me espera, es la espera en sí, es la inminencia como tal, lo que me roe y me espanta. Para hallar un simulacro de paz necesito aferrarme a un tiempo sin mañana, a un tiempo decapitado.

***

Mientras que la tristeza se justifica tanto por el razonamiento como por la observación, la alegría no reposa en nada, pertenece a la divagación. Es imposible ser feliz por el puro hecho de vivir; se está triste, por el contrario, desde que se abren los ojos. La percepción como tal vuelve sombrío, los animales son testigos. Sólo los ratones parecen estar alegres sin esfuerzo.

Puntuación: 7/10

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