Revista Cultura y Ocio

El alma, ah el alma

Por Calvodemora
Al alma se la doma, se la aquieta, se le impone una disciplina y luego se saca a pasear como si fuese un perro, se enseña a los amigos, se les dice lo estupenda que es, lo bien que le hemos enseñado y después se vuelve a casa, se echa uno en el sillón de orejas, conecta el televisor y permite uno que se aquiete, que adquiera la calma con la que poder más tarde afrontar lo que la asedia. Porque el alma no puede estar siempre alerta, sensible, frágil, inquieta o curiosa. Necesita aplazarse, vencerse, dejarse querer por el silencio, que es una asignatura que no se da en las escuelas. Parece que es propiedad nuestra, pero no lo es. Tiene, a ratos, consideración hacia quien la tutela y da refugio; tiene también la bendita voluntad de hacernos creer que algo de ella es nuestro, pero es quebradiza, es volandera su naturaleza. Ni los filósofos han podido escribir con magisterio sobre ella. Ni las religiones, las que la inventaron, pudieron después sujetarla. Escribir hace que no importe todo eso. 

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