Revista Cine

El amanecer del planeta de los simios

Publicado el 08 agosto 2014 por Heitor

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Hay momentos, mágicos, inesperados, alucinógenos, en los que proyectos que a priori suenan marcianadas que a buen seguro acabarán provocando un aluvión de críticas, socarronerías y comentarios irónicos por mi parte, se confirman como enormes cintas repletas de imaginación, talento y buen hacer. Y estos momentos consiguen emocionar en la misma medida que consiguen hundir en la miseria aquellos otros que han generado enormes expectativas y resultan ser desastres mal planificados, mal dirigidos, mal interpretados y, en definitiva, cataclismos a 24 imágenes por segundo.

Y es que el cine es asín. Unas veces te zarandea el cerebelo para bien y otras te arrea una patada en la espinilla en pleno salto.

Cuando se anunció una precuela de “El planeta de los simios”, aquí el menda se temió lo peor. Porque me encanta la original, con el macho Alfa Charlton Heston de rodillas ante el símbolo del fracaso de la humanidad y porque, en su día, me emocioné cuando Tim Burton hinchó el pecho y dijo que se iba a hacer cargo de un remake que mejoraría la peli original. El batacazo de aquel film fue legendario y, aunque justo a continuación se cascó una de sus mejores películas, “Big fish”, quizá fuera una profecía de la esterilidad creativa en la que acabaría cayendo después.

Así que, cuando estrenaron “El origen del planeta de los simios”, dirigida por un desconocido Rupert Wyatt, me fui hacia la sala de cine con el cuchillo entre los dientes, un par de granadas cargadas con mala hostia y ganas de entrar en combate verbal al menor error. Y me quedé con las ganas. Resultó que la peli era muy buena, respetuosa con la saga original y centrada en un personaje peludo que tenía los gestos y el enorme talento de Andy Serkis.

No se trataba de vampirizar la famosa saga de los monetes, ni de ofrecer espectáculo bajo en neuronas, sino de mostrar la historia, como si de un biopic se tratase, del líder de aquellos simios que habían sometido a la humanidad. Había mucho más sentimiento, disección del alma humana e inteligentes preguntas que lo que yo pensaba que una producción de este tipo me podía ofrecer.

Después de este nuevo arranque a la franquicia, estaba cantado que el estudio iba a apostar por una segunda parte y el fichaje de Matt Reeves, director de la eficaz “Monstruoso” y de la versión americana de “Déjame entrar”, presagiaba una buena continuación. Una sensación que se vio reforzada cuando trascendió que Reeves ponía del revés el guión presentado para este “Amanecer del planeta de los simios” y lo reescribía centrándose mucho más en el aspecto antropológico, filosófico y moral de una sociedad de primates muy listos que se encuentra en los albores de su civilización.

Este punto de vista valiente, el de un César que debe liderar a sus semejantes hacia el progreso y las decisiones que acarreará la irrupción de un grupo de humanos en su hábitat, cuando se creían ya extintos después del virus de la primera parte, es culpable del 50% del éxito de la cinta. El otro 50% es la forma, tan sabia, que tiene el director de explotar esa sensación, que sobrevuela toda la película, de que el inevitable conflicto va a estallar en cualquier momento. Como si estuviésemos en una tensa reunión entre Hamás e Israel, sabemos que aquello no puede acabar bien, que demasiados personajes pueden cometer un error que provoque la chispa que prenda la mecha. Lo que no sabemos es cuándo, ni cómo y Matt Reeves juega con el espectador de manera magistral, provocando una continua sensación de agobio, ofreciendo pequeños espejismos de esperanza salpicando aquí y allá y dejando claro que la sociedad que se avecina está aquejada de las mismas dudas, los mismos miedos y los mismos prejuicios que la nuestra.

Es por ello que son las primeras tres cuartas partes de la película las que más me pegan a la butaca. Ese comienzo en plan Felix Rodríguez de la fuente que muestra la sociedad simiesca, esos primeros contactos con los humanos supervivientes y esa sensación de que los miedos, los errores y las malas interpretaciones harán explotar el inevitable destino en cualquier momento.

El último cuarto, aunque espectacular y visualmente impecable, ya no me genera el mismo interés. Ya estoy atento a otras facetas, más propias del cine de acción. Una vez que Reeves responde a las preguntas planteadas, me relajo, me sacudo de encima la sensación de agobio y me dispongo a disfrutar de la parte pirotécnica del asunto, hacia un final perfectamente alineado hacia la película de 1968.

Se oyen rumores, en los mentideros de Jolibú, que apuntan hacia una tercera entrega de la franquicia. Sinceramente, no sé qué más pueden ofrecer que no suponga un film de relleno. A partir de aquí, queda la gran guerra. Si lo dejaran en este punto, podrían retirarse con la cabeza bien alta, habiéndonos dado una bofetada y una lección a todos aquellos incrédulos que estábamos dispuestos a poner a parir la idea. Si continúan, se exponen a cagarla.

Pero, a estas alturas, estoy dispuesto a dejarme cuchillo y granadas en casa y acudir al cine con un saco de humildad y la barra de expectativas en modo neutro.


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