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el año del verano (III)

Publicado el 29 agosto 2015 por Libretachatarra

el año del verano (III)

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En bancarrota, Lord Byron había llegado al lago Leman, en Ginebra, del brazo de Claire Clairmont quien venía persiguiendo al poeta desde Londres. Byron había tenido una relación con la joven pero no tenía intenciones de continuar con ella, pese al esfuerzo de Claire. No obstante, Byron aceptó su presencia por una sola razón: la hermanastra de Claire era la amante del poeta Percy Shelley. Y conocer a su colega era un motivo suficiente para lidiar con el acoso de Claire.
Byron, Claire, Shelley y su amante (una tal Mary Wollstonecraft Godwin) compartieron una velada con su médico personal, el Doctor John Polidori en la Villa Diodati. En otro momento hubieran ido a pasear o navegar por el lago. Pero estaban recluidos en la casa porque “resultó ser un verano húmedo y desagradable y la lluvia incesante a menudo nos tenía confinados en la casa durante días” como supo escribir Byron al recordar esos días.
Era una de las lluvias del “Año sin Verano”. Así que en vez de pasear, se quedaron en casa a contarse historias de terror, junto a la chimenea, bien regado con vino, láudano y opio. Una de esas historias fue particularmente afortunada, la que contó Mary. Tan interesante fue que la dama, una par de años después, cuando ya era la Señora Mary Shelley, la publicó con el nombre de “Frankestein o el moderno Prometeo”. No fue lo único que salió de la oscuridad esa noche: el médico de Byron, Polidori, tomó una de las historias que había descartado Byron, inspirada en leyendas balcánicas, y publicó, tres años después, una novela que tituló “El Vampiro”. Para no ser menos, Byron escribió un poema, “Oscuridad” que describe bien lo que fue ese año de 1816:
Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.
El brillante sol se apagaba, y los astros
vagaban diluyéndose en el espacio eterno,
sin rayos, sin senderos, y la helada tierra
oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;
la mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo
consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
de esta desolación; y todos los corazones
se helaron en una plegaria egoísta por luz;
y vivieron junto a hogueras - y los tronos,
los palacios de los reyes coronados - las chozas,
los hogares de todas las cosas que habitaban,
fueron quemadas en las fogatas; las ciudades se consumieron,
Y los hombres se reunieron en torno
a sus ardientes refugios
para verse nuevamente las caras unos a otros;
Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
de los volcanes, y su antorcha montañosa:
Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
Se encendió fuego a los bosques - pero hora tras hora
Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos
se extinguieron con un estrépito -
y todo fue negro.
Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza,
tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto
los haces caían sobre ellos; algunos se tendían
y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían;
y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban
sus pilas funerarias con combustible,
y miraban hacia arriba
con loca inquietud al sordo cielo,
El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez
con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban,
y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
y se enroscaron entre la multitud,
siseando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento:
y la Guerra, que por un momento se había ido,
se sació otra vez; - una comida se compraba
con sangre, y cada uno se hartó, resentido y solo
atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor;
toda la tierra era un solo pensamiento -
y ese era la muerte,
Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres
morían, y sus huesos no tenían tumba,
y tampoco su carne;
el magro por el magro fue devorado,
y aún los perros asaltaron a sus amos,
todos salvo uno,
Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
a raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
tentaron sus delgadas quijadas; él no se
buscó comida,
Sino que con un gemido piadoso y perpetuo
y un corto grito desolado, lamiendo la mano
que no respondió con una caricia - murió.
De a poco la multitud fue muriendo de hambre;
pero dos
de una ciudad enorme sobrevivieron,
y eran enemigos; se encontraron junto
a las agonizantes brasas de un altar
donde se había apilado una masa de cosas santas
para un fin impío; hurgaron,
y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
en las débiles cenizas, y sus débiles alientos
soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
que era una burla; entonces levantaron
sus ojos al verla palidecer, y observaron
el aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron -
De su propio espanto mutuo murieron,
sin saber quién era aquel sobre cuya frente
la hambruna había escrito Enemigo.
El mundo estaba vacío,
lo populoso y lo poderoso - era una masa,
sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida -
una masa de muerte - un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
y nada se movía en sus silenciosos abismos;
las naves sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
dormían en el abismo sin un vaivén -
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
Antes ya había expirado su señora la luna;
Los vientos se marchitaron en el aire estancado,
Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
De su ayuda - Ella era el universo.

En la otra punta del planeta, en China, el poeta Li Yuyang escribió “Un suspiro de lluvia del otoño”:
El agua que se derrama de los aleros me ensordece.
La gente se precipita por la caída de casas por millares.
Es peor que el trabajo de los ladrones.
Ladrillos agrietan.
Las paredes se caen.

Los anaranjados atardeces europeos por las cenizas del Tambora inspiraron a un pintor en Inglaterra, el paisajista William Turner de quien dijeron que tenía la manía de pintar atmósferas. Sus cielos son los cielos del “Año sin Verano”.
El mal clima se extendió a los años siguientes. En 1818, el frío fue tal que afectó el funcionamiento del órgano de la Iglesia de San Nicolás de Oberndorf en Salzburgo. La perspectiva era de festejar la Navidad sin música, una posibilidad que le pareció extrema al párroco Joseph Mohr. El cura sacó un poema que había escrito unos años antes y le pidió al organista Franz Xaver Guber que la adaptara para acompañarla en guitarra. En pocas horas, Guber le puso música al villancico: “Noche de paz” cantada, por primera vez, en la Misa de Gallo.
Los caballos se alimentaban con avena y la avena escaseó en el “Año sin Verano” por las pobres cosechas. La carencia estimuló al alemán Karl Drais a pensar la invención de un transporte que no dependiera de la tracción animal. Su aporte a la humanidad fue el velocípedo, el antecesor de la bicicleta que hoy conocemos.
Frankestein, vampiros, los cielos de Turner, villancicos, la bicicleta. Entre el horror del hambre, las plagas, el frío y las inundaciones, la explosión del Tamboro produjo otras repercusiones que llegan a nuestras orillas aún hoy en día.
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FUENTES:
http://www.abc.es/cultura/20150826/abci-erupcion-volcan-oscurecio-mundo-201508251356.html
https://es.wikipedia.org/wiki/A%C3%B1o_sin_verano
https://en.wikipedia.org/wiki/Year_Without_a_Summer
http://www.mitosyfraudes.org/Calen/1816Espa.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Tambora
http://elneutrino.blogspot.com.ar/2015/04/el-ano-sin-verano.html
http://www.tiempo.com/ram/354/volcanes-y-clima-1816-un-ano-sin-verano-en-el-hemisferio-norte/
http://elespejogotico.blogspot.com.ar/2008/03/poemas-goticos-oscuridad-lord-byron.html

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