Revista Cultura y Ocio

El antropólogo inocente, de Nigel Barley

Por Lparmino @lparmino

El antropólogo inocente, de Nigel Barley

El antropólogo inocente, de N. Barley
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Es lógico suponer que son muchas las dificultades que un gentleman británico puede pasar en un ambiente hostil. Sin embargo, durante mucho tiempo, cegados por el halo romántico que suele imbuir al trabajo del antropólogo, no se habían considerado las enormes dificultades que conlleva el trabajo de campo del investigador social y cultural. Recién licenciados en las principales y elitistas universidades europeas se ven inmersos en territorios cruelmente adversos, sujetos a todas las penalidades de la falta de medios y recursos propios del mundo industrial, en medio de una sociedad incomprensible en la mayoría de los casos y excesivamente ajena en lo cultural. El antropólogo siempre ha tendido a ocultar las dificultades, enterrarlas bajo páginas y páginas de sesudas investigaciones destinadas a desentrañar los entresijos de sociedades tribales alejadas de nuestros parámetros tan occidentales. Nigel Barleydecidió destapar los sufrimientos del trabajo de campo antropológico. Y para ello, nada mejor que la flema británica.

El antropólogo inocente, de Nigel Barley

Nigel Barley
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Nigel Barley decide mirar a los ojos directamente a Malinowski para cuestionar las bondades del trabajo de campo. El polaco había decidido establecer las directrices que regirían la ortodoxia de la práctica metodológica de la antropología. Después, mucho más tarde, se publicarían los diarios del antropólogo que pondrían en entredicho sus prácticas, incluso sus creencias. Barley simplemente pone sobre el papel la realidad, cruda y triste, de las peripecias de un ser occidentalizado, excesivamente europeo y disimuladamente etnocéntrico, en medio de la tribu de los dowayos, una de las más “primitivas” (perdón por el uso de este término tan denostado por la ciencia cultural) del norte de Camerún. Evidentemente, el resultado no podría ser otro que un efectivo y esclarecedor choque cultural que se resuelve a lo largo de la interesante novela del antropólogo inglés.Barley no traza una monografía antropológica en el sentido clásico del término. Es decir, la recopilación incansable de datos y más datos sobre la sociedad y la cultura de los dowayos. En su escrito se insiste constantemente en las elucubraciones de Barley para tratar de hallar el resorte último que daría sentido totalizador a la cultura estudiada. Y sin embargo, los resultados son infructuosos, incluso desesperantes. Por eso, Barley, a través de un “yo” convertido en primer personaje, traza una magnífica novela repleta de personajes, principales y secundarios, que campan a sus anchas por el texto, con sus defectos, sus virtudes, sus pasiones y sus vicios.

El antropólogo inocente, de Nigel Barley

B. Malinowski
Library of the London School of
Economics and Political Science
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Una de las primeras conclusiones de El antropólogo inocente es la desmitificación del “buen salvaje”. Barley se ve inmerso en medio de una sociedad donde corren los ríos de una cerveza que milagrosamente tenía el efecto de hacerte pasar del estado de sobriedad al de la resaca ahorrando el paso intermedio de la embriaguez. O los intereses excesivamente materialistas de su ayudante de campo y su familiar, empleado como pésimo cocinero para el hombre blanco. Todo se somete a la revisión crítica, llena de humor y, por qué no, de cinismo, de Barley. De hecho desmonta de forma concisa y premeditada el trabajo de campo, esa gran conquista metodológica de la ciencia antropológica. Barley descubre la imposibilidad de un trabajo de campo bajo las premisas básicas y más puristas de los preceptos malinowskianos. Como ejemplo, baste citar los problemas lingüísticos constantes que sufre el inglés con los dowayos que degeneran en situaciones tremendamente surrealistas e irónicas (por citar un ejemplo, la intención de Barley de copular con el herrero).En definitiva, más de trescientas páginas, de gran humor y excelente lectura, dedicadas a desacralizar y desmontar los grandes mitos que han configurado la visión romántica de una ciencia humana, demasiado humana.Luis Pérez Armiño

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