Revista Opinión

“el Apasionado Y Lúcido Schopenhauer” (Borges)

Publicado el 26 febrero 2019 por Carlosgu82

En "Otro poema de los dones", Jorge Luis Borges, quien no se caracterizaba por prodigar elogios gratuitos a ningún escritor, da las gracias "por Schopenhauer, que acaso descifró el universo". En contraste, el autor tomista Verneaux afirma lapidariamente en su Historia de la filosofía contemporánea: "... su sistema no resiste un examen. Bergson y Blondel, cada uno desde su punto de vista, lo han reducido a la nada... A esto añadiremos que el sistema de Schopenhauer, basándose enteramente en la distinción kantiana entre fenómeno y cosa en sí, no tiene más valor que esta, es decir, no vale nada". Como siempre, los extremos se equivocan. No deja de ser placentero leer a Schopenhauer, excelente escritor, gran pensador; no voy a tocar su misoginia ni su pesimismo, sino su relación con la filosofía, especialmente la kantiana. Principia afirmando algo que es moneda común en la filosofía moderna: sujeto y objeto son inseparables, uno existe para el otro y viceversa, igual pasa con el pensamiento, no es separable de nuestro cuerpo ni este de lo mental, un acto de la voluntad o una idea y su correlato, el movimiento corporal, son la misma cosa percibida de dos maneras. Eso nos ahorra perder el tiempo buscando una relación causal entre mente y cuerpo, lo que considero un gran avance en la historia de la filosofía. Schopenhauer reduce las formas a priori de la intuición propuestas por Kant, así como sus doce categorías, al principio de razón suficiente expresado en su cuádruple raíz: de causalidad si se trata de fenómenos sucesivos; lógica, si son conceptos abstractos; espaciales y temporales, cuando son intuidos, y según la motivación, si son voluntarios. Esto reduce al mundo material a ser el "reflejo de nuestro entendimiento, la imagen proyectada fuera de nosotros de su única función" y conduce, al igual que en Kant, a que el sujeto cognoscente no pueda ser conocido, el sujeto de la representación no puede convertirse en una representación ni siquiera para sí mismo. Nada puede ser lo que percibe y lo percibido a la vez. No obstante, hay una forma de captar la cosa en sí para Schopenhauer. Mediante una intuición de nuestro ser captamos la voluntad que vive en nosotros y en todas las cosas. Esta es una voluntad ciega, que solo busca perpetuarse, se manifiesta principalmente en el deseo de conservarnos y de conservar la especie mediante la procreación. Me parece que Schopenhauer saca aquí una conclusión incorrecta. Afirma que esa voluntad es única, incluso ve erróneamente manifestaciones de ella en la fuerza de gravedad que gobierna las relaciones entre los planetas. La voluntad es una sola pero los individuos son múltiples, de hecho, son poca cosa, porque lo que le importa a esa voluntad es la perpetuación de la especie, de la idea platónica de león o de tigre, no de este león o este tigre en particular. ¿Qué individualiza a cada ente, qué nos hace diferentes de los otros si todos somos manifestaciones de una única voluntad? Esta pregunta que desveló a santo Tomás cuando trataba de explicar cómo se distinguen las cosas inmateriales, como los ángeles o las almas separadas, entre sí, no ha sido contestada satisfactoriamente. Sabemos que cada persona es única, incluso cada animal, vemos esa individualidad y le asignamos un valor especial, pero no podemos definirla. Schopenhauer responde que esa individualidad la da el espacio y el tiempo, pero como estos son solo formas de intuición, resulta que la individualidad solo es parte del "velo de Maya" (término tomado de la filosofía hindú), las apariencias detrás de las cuales se esconde una voluntad única. El problema es que cuando trato de intuir dentro de mí, solo capto una voluntad, la mía. Si la individualidad de los otros es solo aparente, ¿por qué creo que cada uno posee una voluntad, cómo percibo esa voluntad? Si los otros no tuvieran voluntad, solo existiría una, la mía, que es bien poca cosa por cierto y no podría elevarla a rango metafísico. Pero si cada uno de los otros tiene su voluntad, es esta la que los individualiza, no el espacio y el tiempo; por eso hay en este mundo una lucha de voluntades que culmina con la supremacía del que sabe querer algo y luchar por él con más fuerza que los otros. La forma en que una voluntad de vivir y de procrear única se fragmentó en infinidad de individuos, cada uno con su propia voluntad, unas más fuertes que otras, es un misterio. En defensa de Schopenhauer debo decir que nadie lo ha resuelto. Los partidarios de la abiogénesis sostienen que elementos no vivos se unieron para formar algo vivo, algo que empezó a luchar por subsistir, por reproducirse. Ese misterioso inicio del esfuerzo por vivir conlleva la aparición de la subjetividad, de la conciencia... Y lo peor, la transmisión a los descendientes de una voluntad de vivir, de una subjetividad y una conciencia que no son idénticas a las de los progenitores ni fragmentos de esta, sino distintas en su poder, en sus deseos, puesto que no existe la voluntad pura, siempre es voluntad de algo. Ese objeto deseado, así como la fuerza para lograrlo, distingue a cada ente de la naturaleza, lo individualiza desde dentro, como su cuerpo lo individualiza para un espectador.


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