Revista Política

El aquelarre

Publicado el 05 abril 2017 por Pepecahiers
EL AQUELARRESi uno pasa fugazmente delante de esta pequeña pintura de Francisco de Goya, sin apenas detenerse, podría parecer que se acaba de vislumbrar una obra de corte bucólico, una especie de ritual pagano. Sin embargo, a poco que uno se detenga observará que se trata de una obra absolutamente macabra. Probablemente influenciado por Leandro Fernández de Moratín y el gusto por los temas esotéricos o relacionados con los difuntos, tan propios del romanticismo, Goya no se hizo de rogar ante el desafío de plasmar en un lienzo un hecho acontecido en la localidad de Zugarramurdi en 1610, en un auto de fe, celebrado en noviembre de aquel año, y en el que la Inquisición española de Logroño quiso atajar un foco de brujería que consideraba de un peligro extremo. 
EL AQUELARREComo muchos hechos luctuosos, relacionados con este tipo de asuntos, lo acontecido en aquel auto de fe comenzó antes, de una forma sibilina, silenciosa, pero que se fue haciendo cada vez mayor hasta convertirse en un sin sentido. Una criada que volvía de una localidad francesa, en donde se había perseguido a supuestas brujas por parte de un comisionado del rey Enrique IV, comentó que había sido una de ellas y que otra vecina de Zugarramurdi también lo era. Presionadas por las autoridades y atenazadas por el miedo, la acusaciones se fueron sucediendo una tras otra, implicando incluso a niños. No obstante, y a pesar del cariz oscuro que se cernía sobre los acontecimientos, una confesión pública en la parroquia y una señal colectiva de arrepentimiento pareció sofocar temporalmente los ánimos. Temporalmente, por supuesto, porque, una vez que la Inquisición se enteró de aquellos extraños sucesos, se puso manos a la obra. Las acusaciones de brujería fueron cayendo en forma de cascada y, bajo torturas, se consiguieron las oportunas confesiones y lógicamente también las delaciones. El 8 de noviembre se dictó sentencia. De todos los acusados, dieciocho fueron perdonados por haber confesado, seis fueron quemados vivos y otros cinco que ya habían muerto en el proceso acabaron en la hoguera, no de forma física y si de forma representativa.
EL AQUELARREVolviendo al cuadro que nos ocupa, Goya lo realizó por encargo de los Duques de Osuna para decorar un palacio de recreo de su propiedad. Pertenece a la estética conocida como "lo sublime terrible" que entronca directamente con los gustos del prerromanticismo europeo. La figura central que domina el cuadro es la representación del demonio, que, como no podría ser de otra manera, es simbolizado por un macho cabrío. Bajo la luz de media luna, extiende sus patas delanteras esperando recibir como ofrenda los niños que les entregan dos brujas, dos de las mujeres acusadas en el auto de fe, que confesaron haber matado a sus hijos como sacrificio demoniaco. Uno de ellos aún parece con vida, mientras el segundo denota que el último aliento le abandonó hace tiempo, siendo toda una suerte de representación de la muerte que queda expresada de forma patente e inequívoca.
EL AQUELARREAún más siniestro resulta lo que el cuadro nos muestra a la izquierda. Sobre un palo cuelgan varios niños ahorcados, tristes figuras de tonos grises que parecen balancearse de forma absolutamente macabra. En la parte inferior izquierda, figura el cuerpo de un pequeño al que parece que le han absorbido la energía vital. De hecho es claramente intencionado, porque corresponde a un fragmento de la supuesta confesión de una de las acusadas y así consta en el auto de fe: "Y a los niños que son pequeños los chupan por el sieso y por su natura; apretando recio con las manos, y chupando fuertemente les sacan y chupan la sangre".
Desde luego es una pintura ideal para una casa de recreo, para decorar alegremente los gustos de una época con su propia idiosincrasia y es que, el amor romántico de por entonces, tenía mucho que ver con la muerte, quizás porque eran ambos sentimientos de una potencia desbocada e incontrolable. También es cierto que Goya era muy aficionado a lo macabro, tal y como lo demuestran los 80 grabados llamados "Caprichos", las Pinturas negras realizadas entre 1819 y 1823, antológica y casi un icono del horror "Saturno devorando a su hijo", o los conocidos como "Desastres de la guerra", donde se muestra con crudeza las barbaries cometidas en la Guerra de la Independencia Española.
EL AQUELARRE

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