Revista Opinión

El arqueólogo de la copla

Publicado el 20 diciembre 2010 por Manuelsegura @manuelsegura

El arqueólogo de la copla

Cuando la copla vagaba por las estepas del olvido, Carlos Cano la trajo a su regazo para resucitarla. Era un tiempo en el que se tildaba de demodé una expresión artística que durante muchos años fue señuelo para aderezar fiesta, juerga y jolgorio en un país casi acartonado. Pero llegarían las composiciones foráneas, aquellas en lengua extraña, para desbancar a lo que algunos calificaron despectivamente como canción española. Quizá por ello, Carlos Cano les espetara un día que, en todo caso, no era ni lo uno ni lo otro: que era copla y andaluza.

Aquel mozalbete granadino, del barrio del Realejo, alto y moreno, de pelo anillado y azabache, habría de ser quien pusiera luz y lógica ante lo que, a lo mejor, no era políticamente correcto: reivindicar la música nuestra, la de siempre y, además, cantada en nuestro propio idioma. Porque habían sido muchos los años en que esas canciones parecieron ir intrínsecamente ligadas al sistema autocrático, como con la bandera, el himno u otra simbología al uso se pretendiera también hacer. Carlos Cano edulcoró la copla como nadie, la hizo suya y la proyectó con creaciones propias que llegaron a cautivar a tan reconocidos escritores como Saramago, Vargas Llosa o Maalouf.

Ahora se acaba de cumplir una década desde que nos dejara. Se le quebró el corazón, grande y generoso, una desgraciada madrugada, a la siempre pronta edad para morirse como son los 53 años. La aorta no aguantó más, y reventó. Había rehecho su vida –curioso eufemismo– y vuelto a saborear, ya en la madurez, las mieles de la paternidad. Pasados estos años, su legado es pasto de pleitos entre los que se consideran sus legítimos herederos. Y es que lo suyo no eran bagatelas. En su ‘Esperando las golondrinas’, ya nos cantaba premonitorio:

“Bajo el laurel y la espiga / con el alma enamorada / y la mirada encendida / te espero cada mañana. / Yo no sé por qué te fuiste / cuando más falta me hacías”.

Pues eso, Carlos. Eso mismo.


 


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