Revista Arte

El Arte permanece, acogedor y eterno; el resto, nos sobrepasa, hiriente, y desprovisto de gloria.

Por Artepoesia
El Arte permanece, acogedor y eterno; el resto, nos sobrepasa, hiriente, y desprovisto de gloria. El Arte permanece, acogedor y eterno; el resto, nos sobrepasa, hiriente, y desprovisto de gloria. El Arte permanece, acogedor y eterno; el resto, nos sobrepasa, hiriente, y desprovisto de gloria. El Arte permanece, acogedor y eterno; el resto, nos sobrepasa, hiriente, y desprovisto de gloria.
Todo lo que ama es capaz de torcer su agrado; todo lo que es amado es capaz de desaparecer ignominioso bajo los latidos limitados de su adoración. Es así por ejemplo como un paisaje idílico y majestuoso sobreviene en un inhospitalario lugar, incluso bajo la ahora vaga belleza, efímera y desolada, que su entorno pueda, incluso, satisfacer. Sólo el Arte nos ayuda indiferente; sólo él, sin embargo, permanece fiel a su legado prometedor. Así podemos apreciar cada vez, sólo ya requerido por nuestro anhelo poderoso e insaciable de belleza, las diferentes muestras de su infinita y piadosa creatividad. Vagabundean por todos los rincones. Escondidos a veces están ahí para nosotros, para comprender casi todo ya con sus formas, sus colores, sus delineaciones, sus arcos y bóvedas, sus sonidos, sus vibraciones; sus ágiles danzas, sus canciones, sus fuertes rostros de piedra, sus versiones, sus grandes palabras, y sus emociones.
Porque todo lo demás, lo que acompaña distante, arrogante, displicente y enloquecedor, el latrocinio vital de las amenazas de los vivos, de los escenarios de los vivos, de las historias de los vivos, de las mudanzas enloquecedoras de esos mismos seres vivos, no consigue, siquiera, emular ya la mínima acogedora escena permanente. ¿Qué más que haber creado Arte, propio además de esos mismos seres, para recordarnos que, al menos, la intención de una belleza pueda sublimar, así, el momento fugaz que ahora vivimos?
Cuando el escritor británico Edward Morgan Forster (1879-1970) quiso destacar la enorme contradicción de los seres, del medio y de sus vidas, compuso su gran obra Pasaje a la India (1924). En esta creación artística -como en las obras de Van Gogh- supo el autor victoriano expresar -una de tantas-, en un sólo párrafo, una parte esclarecedora de la cosmogonía asombrosa, sorprendente y demoledora de la incomprensible vida que vivimos. Esta Literatura, como todo el Arte, como el Arte asombroso que también miramos, nos viene a recomponer, brevemente, sin muchas fuertes ataduras -como también el Arte-, de las rémoras espantosas de lo agotador, de lo incomprensible, de lo fatídico y de lo dramático. Sólo podemos, ahora, para poder sobrevivir sin desarraigos, saber leerlo, como saber también verlo; saber entenderlo, para saber, finalmente, del todo amarlo.
En toda la ciudad y gran parte de la India se estaba iniciando, por parte de los demás seres humanos, la misma retirada hacia los sótanos, hacia lo alto de las colinas, hacia la sombra que proporcionaban los árboles. Abril, heraldo de horrores, estaba ya a la vuelta de la esquina. El sol regresaba a su reino con poder pero sin belleza: ésa era su característica más siniestra. ¡Si hubiese existido belleza! Su crueldad habría sido tolerable en ese caso. Por su mismo exceso de luz, también él fracasaba; bajo su marea blanco-amarillenta no sólo desaparecerían las cosas materiales; también se ahogaba la misma luminosidad. El astro rey no era el Amigo inalcanzable -de los hombres o de los pájaros o de otros soles-, no era la eterna promesa, ni la sugerencia nunca desechada que obsesiona nuestra conciencia; era simplemente una criatura como las demás y, por tanto, desprovista de gloria.
E.M.Forster, Pasaje a la India, capítulo 10.
(Obra del pintor Nicolás de Staël, El Sol, 1953; Óleo de Vincent Van Gogh, Trigal con segador a la salida del sol, 1889, Museo Van Gogh, Amsterdam; Cuadro El Sol, 1904, de Giusseppe Pelizza de Volpedo; Óleo Sol de sequía en julio, 1960, del pintor americano Charles Burchfield, Museo Thyssen.)

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